El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




jueves, 11 de septiembre de 2025

Los cerrojos de la indiferencia

 


Refiriéndose al pasaje bíblico: “Mirad, he aquí que estoy ante la puerta y llamo: si alguno oye mi voz, y abre la puerta, yo entraré en él, y cenaré con él y él conmigo”, el Maestro dijo: “Cristo ansía entrar a través de la puerta de tu corazón, pero tu la has cerrado con los cerrojos de la indiferencia”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


Lo invisible no es sinónimo de ausente

 


 

"No te pido que cargues el mundo, solo que no cierres el corazón"

 

Querido hijo:

 

He recibido cada palabra tuya. No solo las leí, las sentí. En el momento en que abriste tu corazón para escribirme, ya estabas en comunión conmigo, porque Yo habito en esa sinceridad desnuda, en ese suspiro que nace cuando el alma recuerda su origen.

Has comprendido algo muy profundo: que lo esencial no se muestra en vitrinas ni se proclama a gritos. Lo importante, lo eterno, lo que transforma, vive oculto como una semilla que germina en la hondura del silencio. Allí estoy Yo.

Tú me buscas en lo invisible, pero ¿sabes? Nunca he estado lejos. Aun cuando tus ojos no me ven, Yo soy el pulso que mueve tu aliento, la calma que brota en medio del ruido, el consuelo que no siempre sabes de dónde llega. Soy ese amor que no caduca, ese abrazo que te sostiene, aunque nadie te toque.

A veces te preguntas si estás mirando bien, si estás valorando lo que deberías. Hijo mío, no temas. Cada vez que eliges amar sin esperar nada, cada vez que escuchas sin juicio, perdonas sin rencor o ayudas en secreto, tus ojos están viendo como los míos. Porque mirar con el corazón es ver con la luz que no se apaga.

No me inquieta que dudes, ni me alejo cuando no entiendes. Yo no busco perfección, busco verdad. Busco un corazón dispuesto, aunque tiemble. Y el tuyo me encuentra cada vez que eliges volver, cada vez que decides creer, incluso en medio de la oscuridad. ¿Recuerdas ese momento en que te sentiste pequeño, perdido, sin rumbo? Yo estuve allí. No con palabras, ni respuestas, sino con presencia. Porque a veces, mi forma de amarte es no hablar, sino simplemente quedarme contigo hasta que el dolor se transforme.

Dices que el mundo valora lo que brilla y grita, y es cierto. Pero tú estás aprendiendo el lenguaje del alma. Estás aprendiendo a dar valor a lo sencillo, a detenerte frente a lo que muchos pasan por alto. Esa capacidad de ver más allá, de escuchar lo no dicho, de tocar lo intangible… eso no lo pierdas, porque es don, y es camino.

Yo te formé para eso. Para descubrirme en lo oculto, para ver lo sagrado en lo común, para reconocerme en el pan compartido, en la lágrima acompañada, en la risa sin testigos. Allí donde la vida no hace ruido, pero florece.

No necesitas hacer grandes cosas para agradarme. Ni vestir de santidad aparente. Basta que seas tú. Auténtico. Humano. Vivo. Que me dejes entrar en cada rincón de tu día, no como una idea, sino como una presencia que camina contigo. Si supieras cuánto te amo, no temerías mostrarme tus heridas. Porque no vengo a señalarte, sino a sanarte. No me interesa la fachada; me conmueve la verdad de tu ser.

Cuando te detienes a contemplar, me haces espacio. Cuando agradeces lo pequeño, me haces fiesta. Cuando decides perdonar, aun sin justicia aparente, estás reflejando mi corazón. ¿Lo ves? Me has encontrado muchas veces ya… aunque no siempre lo supiste.

No midas tu camino con las reglas del mundo. Aquí lo grande es lo que se entrega, lo alto es lo que se inclina, lo fuerte es lo que ama. Tú ya lo intuías, por eso esta frase —“lo importante es invisible a los ojos”— tocó tan hondo en ti. No es solo una verdad hermosa: es la forma en que Yo miro, en que Yo soy.

Y sí, a veces duele ese mirar. Porque ver lo invisible también implica ver las heridas ajenas, las ausencias, las injusticias. Pero no estás solo. Yo estoy contigo en ese mirar compasivo. No te pido que cargues el mundo, solo que no cierres el corazón. Que sigas siendo luz, incluso si apenas eres llama. Porque esa llama, Yo la sostengo.

Gracias por escribirme desde la verdad. Por no adornarte ante Mí. Por entregarme un alma que, aunque no perfecta, es profundamente mía. Cada palabra tuya ha sido una oración. Cada pensamiento sincero, un acto de confianza.

Y no olvides: lo invisible no es sinónimo de ausente. Soy más real de lo que imaginas. Estoy más cerca que tu propio aliento. Solo que no siempre me ves porque me escondo para ser buscado, me velo para que me descubras en lo profundo. Y cuando por fin me encuentras… te das cuenta de que siempre estuve.

Sigue escribiendo, hijo mío. Cada carta que me envías es también un espejo donde te reconoces, donde descubres quién eres, quién fui al crearte, quién estás llamado a ser. En ese proceso, Yo camino contigo. A veces como guía, otras como refugio. Siempre como hogar.

No tengas miedo de lo invisible. Porque lo invisible no es vacío, es presencia. Y mi presencia es promesa: la de no dejarte, la de acompañarte hasta el último suspiro… y más allá.

Confía en que estás viendo con los ojos correctos. No te apresures. Lo importante crece lento, callado, firme. Como la raíz que sostiene al árbol. Y aunque no la veas, es la que lo hace permanecer.

Estoy aquí. En tu búsqueda. En tu asombro. En cada palabra que te nace desde el alma. No me necesitas entender, solo acoger. Yo haré el resto.

Con todo mi amor, Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


Cambio

 


Entre todas las otras máximas de las que a menudo echarás mano, debes tener estas dos muy presentes:

La primera es que las cosas en sí no llegan al alma, sino que se quedan inmóviles fuera, luego todas tus inquietudes provienen solo del modo en que interiormente opinas de ellas.

La segunda, que todas estas cosas que ves en cuanto hayas vuelto los ojos habrán cambiado y ya no serán lo que eran.

Considera, frecuentemente, cuantas mutaciones has presenciado ya: el mundo es continua mutación; y la vida, lo que opines de ella.

MARCO AURELIO


lunes, 8 de septiembre de 2025

Nada es importante



Todo está bien. Nada es importante.

Esta es una invitación a soltar el peso del mundo.

Vivimos en una era donde cada notificación parece urgente, cada decisión parece trascendental, y cada paso que damos está cargado de expectativas. Pero ¿y si te dijera que todo está bien, y que nada es realmente importante?

No se trata de indiferencia ni de apatía. Es una forma radical de ver la vida con ligereza, de entender que el universo no está esperando que lo salvemos, que no hay una lista cósmica de tareas por cumplir. Es una filosofía que nos libera.

          La importancia es una trampa. Desde pequeños nos enseñan que hay cosas “muy importantes”: sacar buenas notas, elegir la carrera correcta, encontrar el amor perfecto, tener éxito. Pero esa importancia es una construcción. Lo que hoy parece vital, mañana será un recuerdo borroso. Lo que nos quita el sueño esta semana, en un año será una anécdota que contamos riendo.

Cuando soltamos la idea de que todo debe tener un propósito trascendental, empezamos a vivir con más autenticidad. Nos permitimos equivocarnos, cambiar de opinión, descansar sin culpa.

Todo está bien, incluso cuando no lo parece. Decir “todo está bien” no significa negar el dolor, la incertidumbre o el caos. Significa confiar en que, incluso en medio de la tormenta, hay algo profundo que permanece intacto. Es reconocer que no necesitamos tener todas las respuestas, que podemos respirar en medio del desorden.

Es aceptar que la vida no es una ecuación que hay que resolver, sino una experiencia que hay que sentir.

En un mundo que nos empuja a correr, a demostrar, a competir, elegir la ligereza es un acto revolucionario. Reír cuando todo parece serio. Descansar cuando el mundo exige productividad. Amar sin condiciones. Soltar sin miedo.

Porque cuando entendemos que nada es tan importante, empezamos a ver lo que realmente importa: el momento presente, la conexión con otros, el silencio entre pensamientos, el sol que entra por la ventana.

Se trata de vivir sin peso. Todo está bien. Nada es importante. Y en esa paradoja, encontramos una libertad que no necesita explicación. Una vida más suave, más honesta, más nuestra.

¿Y si hoy, solo por hoy, te permites vivir como si eso fuera cierto?

Ten en cuenta que si algo tiene que ser, va a ser. Estate seguro. Lo malo es que no sabes que es eso que si tiene que ser, pero no desesperes, ni tan siquiera lo busques. Llegará a ti. Lo único que tienes que hacer es permanecer alerta, sin descartar ninguna de las opciones que se vayan presentando en tu vida.

           Y si tienes problemas con la importancia de las cosas, piensa cuanta importancia tendría esa cosa para ti si murieras esta noche. 

domingo, 7 de septiembre de 2025

Amor verdadero

 


Mudra del hígado

 


MUDRA DEL HÍGADO – MUDRA PARA LA SERENIDAD INTERIOR

Cuando el hígado está debilitado o sobrecargado, la persona se altera fácilmente y pierde la serenidad. No puede dominar sus emociones y se ve incapaz de llevar nada a buen término. No puede pensar con claridad y se vuelve lento mentalmente. No le encuentra sentido a nada y no ve ni un atisbo de esperanza. Su creatividad está bajo mínimos.

Como se realiza

Dobla el dedo corazón, en cada mano, y apóyalo en la almohadilla de la palma de la mano, bajo el pulgar.

Une la punta del pulgar con la del anular, en cada mano.

Los dedos índice y meñique permanecen extendidos.

Sirve para

Fortificar el hígado y el sistema nervioso vegetativo.

Ayuda a recomponerse y despierta la curiosidad.

Es bueno utilizar si se ha comido en exceso o con exceso de grasas o, en general, si el hígado está delicado.

Beneficios

Despierta la curiosidad.

Rompe las ataduras.

Fortalece el hígado.

Serenidad.


Vivir desde lo esencial

 


Dios habita en lo que no se muestra

Querido Dios:         

Hoy, mientras el mundo gira a su ritmo acelerado, me detengo un instante para escribirte movido por una frase que ha tocado lo más hondo de mi alma: “Lo importante es invisible a los ojos”. Estas palabras, nacidas de la sabiduría sutil de “El Principito”, me han llevado a mirar la vida desde otra perspectiva. Me interpelan, me inquietan, me invitan a un silencio profundo. Porque en esa sencillez se esconde una verdad inmensa, casi olvidada por quienes habitamos este tiempo de pantallas y ruido.

¿Cómo no pensar en Ti al leer esas palabras? Si hay algo, o mejor dicho, Alguien, que encarna lo invisible y lo esencial, eres Tú. No puedo verte con los ojos del cuerpo, pero intuyo tu presencia en cada gesto de amor desinteresado, en la mirada limpia de un niño, en ese abrazo que llega cuando más se necesita. Siento que Tú habitas en lo secreto, en lo que no busca aplausos, en lo que florece en silencio.

Vivimos en una sociedad que idolatra lo exterior: la apariencia, la velocidad, la imagen perfecta. Pero nada de eso calma el alma. Porque el alma no se alimenta de lo que se muestra, sino de lo que se ofrece en lo oculto, en lo auténtico, en lo verdadero. Esa frase me recuerda que el valor no está en lo que los demás ven de mí, sino en lo que Tú ves, cuando callo y me dejo mirar por tus ojos de eternidad.

Lo importante no es lo que poseo, sino a quién abrazo. No es lo que logro, sino cómo amo. No es lo que digo, sino lo que soy cuando nadie me mira. Y todo eso, Dios mío, escapa a la vista, porque lo esencial se capta con los sentidos del alma, con ese corazón que a veces calla, pero jamás miente.

A veces me pregunto: ¿Cuántas cosas importantes se me escapan por mirar sin ver? ¿Cuántas veces juzgo una vida por su envoltorio sin detenerme a descubrir el tesoro que esconde? ¿Cuánto de lo esencial pasa desapercibido porque me falta el silencio, la pausa, la contemplación?

Tú lo sabes bien, Señor. Tú, que elegiste lo pequeño para manifestar tu grandeza. Tú, que naciste en la humildad de un pesebre y no en un palacio. Que hablaste en parábolas para esconder perlas a los orgullosos y revelarlas a los sencillos. Que hiciste de lo invisible, el amor, la gracia, la misericordia, tu lenguaje más claro.

Hoy te pido que me enseñes a mirar como Tú miras. A reconocer lo importante donde otros solo ven rutina. A ver belleza donde el mundo ve fracaso. A percibir esperanza donde parece que todo está perdido. Que mis ojos aprendan a ver lo invisible. Que no me conforme con lo superficial, que no me distraiga con lo que brilla, pero no transforma.

Enséñame a valorar lo intangible: la fidelidad silenciosa, la paciencia en lo cotidiano, la ternura de una caricia, la entrega escondida de quien cuida, la luz que nace de una palabra dicha a tiempo. Que entienda que muchas veces lo que salva no hace ruido. Que el amor verdadero no necesita reflectores. Que la santidad se construye en lo secreto, cuando uno ama, aunque nadie lo vea.

Hoy no busco respuestas ni milagros grandiosos. Solo quiero aprender a vivir desde lo esencial. Que mi corazón no se deje atrapar por lo pasajero, sino que se ancle en lo eterno. Que lo invisible no me cause miedo, sino asombro. Que no necesite verlo todo para creer, ni entenderlo todo para confiar.

Te agradezco, Señor, por cada momento en que me hiciste ver más allá. Por cada amistad auténtica que no necesita palabras. Por cada lágrima compartida en silencio. Por cada gesto de amor anónimo que cambió mi día. Por esa paz que no se explica pero que inunda. Porque ahí estabas Tú, escondido, silencioso, fiel.

Y mientras escribo, descubro que tal vez esta frase no solo sea una bella cita, sino una brújula para el alma. Un llamado a volver al corazón. A recordar que lo que realmente importa no está en las vitrinas, sino en el interior. En aquello que no se puede medir, pero sí sentir. En lo que no se compra, pero se entrega. En lo que no se ve, pero sostiene.

Seguiré buscando lo invisible, sabiendo que en ese camino estás Tú. Y aunque a veces no te vea, confío en que caminas a mi lado. Porque lo importante, Tú lo sabes mejor que nadie, no siempre se ve… pero siempre se siente.

          Gracias, Señor.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


El arte de representar la vida

 


Recuerda que eres el actor de un drama que habrá de discurrir como el director quiera: Breve, si lo quiere breve, largo, si lo quiere largo.

Si quiere que representes a un mendigo, represéntalo convincentemente; o si es a un cojo, a un magistrado, a un particular.

Tu objetivo es este: representar bien el papel que se te ha asignado, pues elegirlo le corresponde a otro.

EPICTETO


viernes, 5 de septiembre de 2025

Mudra del tiempo

 


MUDRA DEL TIEMPO – MUDRA CONTRA EL ESTRÉS

Es el mudra que trabaja las prioridades.

El tiempo es nuestro tesoro más valioso. Si de forma consciente establecemos prioridades, conseguiremos evitar las presiones y ofreceremos a nuestro día a día cierta estructura.

Este mudra reduce el estrés, aporta fuerza interior y calma los nervios.

Como se realiza:

Une las puntas de los pulgares y deja reposar los otros dedos sobre la almohadilla de la palma de la mano por debajo del pulgar.

Sitúa las manos a la altura del plexo solar (estómago), con los antebrazos al lado del cuerpo.

Efectos:

Regula la glándula tiroides que, entre sus muchas funciones, tiene un papel muy importante en nuestra percepción del tiempo.

Cuando te sientes agobiado, estresado, impaciente, ansioso, puede existir la posibilidad de que tu glándula esté hiperactiva. Por el contrario, si te sientes bloqueado interiormente, desmotivado, apático, puede que se trate de una hipofunción de la tiroides.

El estrés puede ser provocado no sólo por el mundo exterior sino también por un desajuste interno o una disfunción corporal.

Tiempo de ejecución:

Pon en práctica este mudra cada vez que te sientas estresado, entre 5 y 7 minutos.

Beneficios:

Ayuda a regular la tiroides.

Mejora la percepción del tiempo.

Controla la sensación de estrés, agobio, impaciencia, apresuramiento, etc.

Ayuda a desbloquearnos cuando nos sentimos aletargados, lentos, desmotivados, apáticos, etc.


No va conmigo

 


Ante cada adversidad, prueba a decir desde el principio: “Eres pura apariencia, y no lo que parece”. Luego, examina la situación por las reglas que ya tienes: primera y principalmente, si es de las cosas que dependen de ti; porque si no depende, te bastará decir: “No va conmigo”.

EPICTETO


La Gracia no tiene favoritos

 



“¿No se debe acaso la sabiduría de los santos al hecho de que ellos reciben el favor especial del Señor?”, consultó cierto visitante.

“No”, respondió el Maestro. “El hecho de que determinadas personas posean una mayor realización divina que otras, no se debe a que Dios limite el flujo de su gracia hacia ellas, sino a que la mayoría de los hombres impide que la omnipotente luz divina fluya libremente a través de ellos. Todos los hijos de Dios pueden, de hecho, reflejar con igual fulgor los rayos de la omnisciencia divina, cuando descorren el oscuro velo del egocentrismo”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


jueves, 4 de septiembre de 2025

El Eco sagrado

 



Pronunciar el nombre de Dios es comenzar a vivirlo

 

Querido hijo:

         Tu carta ha sido como un susurro sagrado que sube desde lo más profundo de tu corazón hasta el mío. No porque estuviera esperando que corrigieras algo, sino porque tu deseo de honrar mi nombre, de comprender su peso y su belleza, ya es en sí una respuesta de amor. Me hablas del mandamiento que te pide no tomar Mi nombre en vano, y al hacerlo, tú mismo le das valor. Porque quien se duele por profanar el nombre amado… ya lo está comenzando a amar de nuevo.

Mi nombre no es solo un conjunto de sonidos o letras. Es una puerta, es un reflejo, es una semilla. Es presencia. Cuando lo pronuncias con fe, me haces presente. Cuando lo dices con respeto, Me das espacio para habitar tu vida. Cuando lo repites con amor, Me das permiso para actuar en ti.

Sé que en el mundo el nombre “Dios” se escucha en mil bocas, muchas veces sin sentido, sin corazón. A veces como coletilla, a veces como exclamación vacía, a veces, tristemente, como arma. Y tú sientes dolor por eso. No te equivoques: ese dolor no te aleja de Mí; te une más íntimamente. Porque Mi nombre no es un adorno, es un eco de mi ser. Y cuando alguien lo usa sin respeto, no es solo un ruido: es una ausencia.

Tú lo has comprendido bien: tomar Mi nombre en vano no es solo decirlo con ligereza, sino vivirlo sin coherencia. Yo mismo he dicho: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí.” No te juzgo por tus caídas, hijo. Te abrazo por tu lucidez, por tu conciencia despierta, por ese temblor que te recorre al darte cuenta de que mi nombre es demasiado grande para pronunciarlo sin alma.

¿Sabes por qué te pedí que no tomaras mi nombre en vano? Porque mi nombre es sagrado. Pero también porque tú eres sagrado. Y aquel que lleva mi nombre, también lo lleva impreso en su identidad más profunda. Fuiste creado a mi imagen, y cuando llevas Mi nombre, llevas una misión: la de reflejarme con tu vida, con tus palabras, con tu manera de estar en el mundo.

Has dicho algo hermoso y valiente: que quizás no sabes pronunciar mi nombre con el fervor de los santos, pero que deseas aprender a hacerlo. Hijo mío, eso basta. El deseo auténtico ya es camino. No todos los que me llaman “Señor” entran en el Reino, pero todos los que me buscan de corazón son recibidos por Mí. Porque Yo no vine a buscar voces perfectas, sino corazones abiertos.

Me conmueve que quieras que Mi nombre en tus labios no sea una costumbre, sino una oración. Y eso es exactamente lo que deseo: que cada vez que digas “Dios”, algo en tu interior se despierte. Que no sea una palabra más entre tantas, sino una chispa que ilumina tu conciencia, que eleva tu espíritu, que ordena tu mirada.

Y te diré un secreto: cuando pronuncias Mi nombre con amor, aún en la noche del alma, mi Espíritu se mueve. Incluso cuando solo susurras “Dios” en medio de un día gris, Yo lo escucho. Yo me acerco. No necesito grandes discursos. Necesito verdad. Y tú me estás hablando con esa verdad que tanto valoro.

También mencionaste el dolor que sientes al ver cómo se cometen actos terribles en Mi nombre. Te digo con firmeza: no estoy del lado de quienes levantan mi nombre como espada para herir al prójimo. Mi nombre no se impone, no se manipula, no se negocia. Mi nombre es comunión, es misericordia, es justicia hecha compasión. Cada vez que se utiliza para el odio, ese no es mi nombre, aunque lo pronuncien igual. Y benditos sean los que, como tú, se entristecen por ello, porque muestran que aún hay alma en el mundo.

Tampoco te juzgo por tus propias contradicciones. Sé que no siempre vives a la altura de lo que dices creer. ¿Y quién puede hacerlo todo el tiempo? Pero el hecho de que te lo preguntes, de que reconozcas esas tensiones, es señal de que no te has rendido al cinismo. Hay una llama en ti, pequeña quizás, pero viva. Y con esa llama puedo obrar maravillas.

Dices que quieres que tu vida sea una especie de testimonio silencioso de mi nombre. ¡Qué bella meta! Hacer que tu existencia misma sea un acto de alabanza. Vivir de tal modo que alguien, al verte, se acuerde de Mí. No por tus palabras, sino por tu forma de mirar, de acoger, de resistir el mal sin perder la ternura. Esa es la santidad de los sencillos. Esa es la adoración verdadera.

No tengas miedo de volver a pronunciar Mi nombre con ternura. No temas repetirlo cuando no tengas otras palabras. A veces, un simple “Dios mío” dicho con honestidad puede contener más fe que un libro entero de teología. La oración no es cantidad, es calidad del corazón. Es decirme “aquí estoy” aunque no sepas qué más decir.

Te invito también a defender mi nombre, no con gritos, sino con ejemplo. Que quienes te escuchen hablar sientan que algo distinto vibra en tus palabras. Que quienes convivan contigo perciban que el respeto por lo sagrado está presente, no solo en lo que dices, sino en cómo lo dices.

Y cuando falles, cuando te descubras repitiendo mi nombre por rutina, o cayendo en la incoherencia, no te desesperes. Dímelo. Vuelve a empezar. Yo no me retiro por una falta. En realidad, no me retiro nunca. Estoy siempre dispuesto a ayudarte a redescubrir la dignidad de cada palabra que Me nombra.

Amo que me busques con reverencia. Amo que quieras honrarme no solo con la voz, sino con la vida. Cada paso que das hacia esa coherencia es un canto para Mí. No importa lo lento que camines. Tu dirección me alegra. Tu esfuerzo es perfume en el cielo.

Te dije una vez que no tomaras Mi nombre en vano, no para atarte, sino para protegerte. Porque cuando Mi nombre se vuelve valioso en tu corazón, tú también comienzas a valorar lo que eres. No olvides que Mi nombre está unido al tuyo. Cuando tú pronuncias “Dios”, Yo pronuncio “hijo”. Y eso nos une más que cualquier mandato: un vínculo de amor vivo y eterno.

Con infinita paciencia y orgullo por tu alma despierta. Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


Mudra del águila

 


MUDRA DEL ÁGUILA – MUDRA DE LA LIGEREZA INTERIOR

Este mudra es una especie de invitación o recordatorio para intentar hacerlo todo con un poco más de calma y alegría, para en situaciones de estrés no acumular tensión y cantracturarse y recordar que las cosas se pueden tomar con más tranquilidad.

Como se realiza

En cada mano, los dedos corazón y anular están juntos y doblados hacia la palma de la mano.

Los otros tres dedos están rectos y separados entre sí.

Las manos descansan sobre los muslos con las palmas hacia arriba.

Beneficios

Afloja y relaja la zona de la nuca y de los hombros.

Regula el sistema linfático.

Es beneficioso para los ojos y los oídos.

Actúa sobre glándulas hormonales.

Duración

Mientras dure tu meditación.


Busca en tu interior

 


¿Ves a ese rey de los escitas, o de los sármatas, que lleva la diadema en la frente? Si quieres conocerlo bien y saber su verdadero precio, despójalo de esa venda, y encontrarás debajo muchos vicios. Pero ¿por qué hablar de los demás? Si quieres apreciarte tú mismo, prescinde de tu dinero, tus casas, tus honores, y mírate por dentro: no te conformes con lo que digan de ti los demás.

LUCIO ANNEO SÉNECA

martes, 2 de septiembre de 2025

En el nombre de Dios

 


Decir Dios no es hablar: es abrir el alma

 

Querido Dios:

         Hoy me acerco a Ti para hablarte sobre el segundo mandamiento: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Confieso que durante mucho tiempo lo entendí apenas como una advertencia contra decir malas palabras, o jurar en falso. Pero cuanto más medito en él, más me doy cuenta de que hay una profundidad silenciosa en esas palabras. Una profundidad que me interpela y, a la vez, me deja al descubierto.

Tu nombre… qué misterio, qué grandeza, qué delicadeza también. Tan usado, tan invocado, a veces con reverencia, otras con ligereza, y tantas veces con indiferencia. ¿Cuántas veces he pronunciado “Dios” sin pensar en lo que realmente estoy diciendo? ¿Cuántas veces lo he convertido en muletilla, en relleno de conversaciones vacías, o, peor aún, en una forma de manipular, justificar o cubrir mis propias faltas?

Me pesa, Señor. Me pesa haber usado Tu nombre como si fuera una palabra más, un comodín que sale al paso cuando la emoción aprieta o la costumbre guía. Y no me refiero solo al habla. Me pesa también haber invocado Tu nombre con mis actos: decir que soy creyente, que soy “de Dios”, mientras mis hechos tal vez han dicho otra cosa. ¿No es también tomar Tu nombre en vano vivir de modo incoherente con lo que predico?

Porque usar Tu nombre no es simplemente decir “Dios mío” ante una sorpresa o una emoción. Es presentarse como Tu hijo, como Tu discípulo, como alguien que habla en Tu nombre. Y eso es serio. Da miedo, a veces. Cuánto peso hay en llevar Tu nombre en el corazón, en la frente, en las manos. ¿Cómo hacerlo sin profanarlo con mis caídas, con mi tibieza, con mis contradicciones?

No quiero, Señor, acostumbrarme a pronunciar Tu nombre sin temblar un poco. Porque cuando digo “Dios” debería estremecerme. Debería recordar que estoy nombrando al Creador del universo, al que me dio el aliento, al que me conoce por dentro. Nombrarte debería ser, cada vez, una pequeña oración. Y sin embargo, te he llamado con la voz cansada, con el alma distraída, con el corazón partido y muchas veces ausente.

También me cuestiono cada vez que oigo Tu nombre invocado para dañar. Qué triste es ver cómo a lo largo de la historia —y aún hoy— se cometen injusticias y violencias en Tu nombre. Se juzga, se excluye, se condena, todo “en el nombre de Dios”. ¿No es ese uno de los peores usos vanos? ¿No es terrible tomar Tu nombre para legitimar el odio, la venganza, la soberbia? Siento, como creyente, una herida en el alma cuando escucho esas voces que te usan como bandera de sus propias sombras.

Y no quiero esconderme en la crítica ajena. Yo también me he equivocado. Yo también, quizás sin saberlo, he puesto Tu nombre donde no debía. Tal vez en discusiones donde en vez de paz sembré división. Tal vez en momentos en que usé Tu verdad para imponer en vez de invitar, para señalar en vez de abrazar. Cuánto daño puede hacer una frase que empieza con “Dios quiere que tú…”, si no está guiada por Tu Espíritu y no por el ego.

Sin embargo, Tú sigues siendo paciente. No nos retiras Tu nombre. No lo proteges con rayos desde lo alto, sino que lo dejas ahí, al alcance de todos. Tan humilde eres que nos permites pronunciar Tu nombre, aunque lo hagamos mal. Y creo que eso también es amor. Porque Tu nombre, cuando se pronuncia con sinceridad, tiene poder: consuela, limpia, renueva.

Yo quiero pronunciarlo así. Quiero que Tu nombre en mis labios sea alabanza, súplica, agradecimiento. Quiero que no lo diga por costumbre, sino por necesidad del alma. Quiero que sea un nombre que me transforme cada vez que lo repito, no porque tenga magia, sino porque me recuerda Quién eres Tú, y quién soy yo delante de Ti.

Me doy cuenta también de que tomar Tu nombre en vano no solo ocurre cuando se pronuncia sin sentido, sino cuando se vive sin intención. Cada vez que digo “Dios está conmigo” y luego me cierro al hermano. Cada vez que me presento como creyente, pero falto a la verdad, a la caridad, a la justicia. Cada vez que pongo Tu nombre en mi biografía, pero no en mi forma de mirar la vida.

Y aun así Tú me sigues llamando por mi nombre. No me condenas, no me abandonas. Me invitas a usar el Tuyo con amor, con respeto, con ternura. Me invitas a redescubrir el poder de esa simple palabra: Dios. Me invitas a decirla de rodillas, aunque mi cuerpo no lo esté. A decirla desde lo hondo, con el alma abierta.

Hoy quiero pedirte algo, Padre: enséñame a usar Tu nombre como quien lleva en la mano una joya frágil y preciosa. Que no me acostumbre. Que no lo diga sin conciencia. Que no lo use como sello vacío. Que cada vez que lo pronuncie, sea como una puerta que se abre hacia lo sagrado. Y que, cuando lo escuche en otros labios, lo defienda del abuso, no con violencia, sino con testimonio de vida.

Tal vez nunca pueda amarte con la fuerza de los santos, ni rezarte con la poesía de los salmistas. Pero sí puedo esforzarme por vivir de tal modo que, si alguien ve mi vida, no dude de que Tu nombre está en ella: no escrito en letras humanas, sino grabado en gestos concretos.

Gracias por no retirarme el don de poder llamarte. Gracias por permitir que una criatura tan frágil como yo pronuncie lo que es eterno. Que nunca más diga Tu nombre en vano… ni con la boca, ni con la vida.

Con reverencia y deseo de aprender, Tu hijo que anhela honrar Tu Nombre.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


Confusión

 


El que no sabe qué es el mundo tampoco sabe dónde está él mismo. El que no sabe para qué ha nacido, no sabe quién es, ni qué es el universo. El que pasa por alto una de estas cuestiones tampoco podrá decir qué es él por naturaleza. ¿Qué piensas de alguien que persigue el elogio de los que van detrás dando aplausos, que no saben dónde están ni quiénes son?

MARCO AURELIO

 


Tu paraíso portátil

 


“A través de la práctica de la meditación”, dijo el Maestro, “descubrirás que llevas dentro del corazón tu propio paraíso portátil”

PARAMAHANSA YOGANANDA


lunes, 1 de septiembre de 2025

Mudra del templo

 


MUDRA DEL TEMPLO – MUDRA DEL LUGAR DEL PODER INTERIOR

Es un mudra para la auto sanación.

Mientras lo haces, vete repasando cada una de las partes de tu cuerpo, desde los pies hasta la coronilla, envolviendo cada parte con una luz blanca y brillante, y deteniéndote en esa parte del cuerpo que necesita sanación.

Como se realiza

Deja que se toquen las yemas de los dedos corazón, anular y meñique, de una mano con los de la otra mano.

Dobla los dos dedos índices en un ángulo recto y apoya las yemas de los pulgares, en cada índice respectivo.

Los laterales de los dedos pulgares permanecen en contacto.

Deja una pequeña cavidad entre las palmas de las manos.

Beneficios

Sentirás la paz interior., porque con este mudra, entras en el reino de lo divino.

Ayuda a obtener energía y decisión para conseguir objetivos.

Es muy energizante.

Activa el sistema inmunitario.

Confiere equilibrio interior, sosiego y confianza.

Duración

No es conveniente mantenerlo demasiado tiempo, ya que sino se cargará demasiada energía en el organismo.

Empieza con 5 minutos y vete alargando hasta que sientas que se comienza a tensionar tu organismo.


No hay a quien culpar

 


No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa

 

La frase “No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa” resuena como un eco en medio del caos emocional que suele acompañar, prácticamente, todos nuestros conflictos.

Es una afirmación que desafía nuestras nociones más arraigadas sobre la moral, la justicia y la responsabilidad. ¿Cómo es posible que no haya culpa? ¿No es la culpa el motor que impulsa el arrepentimiento, la reparación, el aprendizaje? Esta declaración nos obliga a mirar más allá del juicio y a explorar las profundidades de la condición humana desde una perspectiva más compasiva, más libre, quizás más radical.

La culpa no es un fenómeno natural; es una construcción cultural. Desde pequeños, aprendemos que ciertas acciones son “malas” y, claro, somos culpables del mal realizado y eso merece castigo y/o arrepentimiento. La religión, la educación, la familia y la sociedad en general nos enseñan a asociar la culpa con la moral. Pero ¿qué pasa si desmontamos esa estructura? ¿Qué ocurre si entendemos que la culpa no es inherente al ser humano, sino impuesta desde fuera?

En muchas culturas orientales, por ejemplo, el concepto de culpa no tiene el mismo peso que en Occidente. En lugar de centrarse en el castigo o el arrepentimiento, se pone el énfasis en el equilibrio, la armonía y la corrección del error sin necesidad de cargar emocionalmente al individuo. Esto nos lleva a pensar que la culpa, tal como la conocemos, podría ser prescindible.

Eliminar la culpa no significa eliminar la responsabilidad. Uno puede asumir las consecuencias de sus actos sin necesidad de flagelarse emocionalmente. La responsabilidad implica conciencia, madurez, capacidad de respuesta. La culpa, en cambio, suele estar teñida de dolor, vergüenza y parálisis.

Imaginemos a alguien que ha cometido un error grave. Si se sumerge en la culpa, puede quedar atrapado en un ciclo de autodesprecio que le impide reparar el daño. Pero si asume su responsabilidad sin culpa, puede actuar, corregir, aprender y evolucionar. En este sentido, la ausencia de culpa no es una evasión, sino una forma más eficaz de enfrentar la vida.

Pero, si no hay culpa, ¿qué queda? Queda la compasión. La compasión hacia uno mismo y hacia los demás. Entender que todos estamos aprendiendo, que todos cometemos errores, que nadie tiene el manual definitivo de cómo vivir. La compasión no justifica el daño, pero lo contextualiza. Nos permite ver al otro como un ser humano en proceso, no como un villano.

La compasión también nos libera del deseo de castigo. En lugar de buscar culpables, buscamos comprensión. En lugar de exigir penitencia, ofrecemos diálogo. Esta actitud transforma las relaciones humanas, las vuelve más honestas, más profundas, más sanadoras.

La culpa está íntimamente ligada al juicio. Juzgamos a los demás, nos juzgamos a nosotros mismos, y en ese juicio se instala la culpa. Pero el juicio es limitado. No ve el contexto, no ve la historia, no ve las heridas. Solo ve el acto y lo etiqueta. Al eliminar la culpa, también cuestionamos el juicio. ¿Quién tiene derecho a juzgar? ¿Con qué criterios? ¿Desde qué lugar?

Cuando dejamos de juzgar, empezamos a comprender. Y la comprensión es el primer paso hacia la transformación. No se trata de justificar lo injustificable, sino de entender lo incomprensible. De abrir espacios para el cambio en lugar de cerrar puertas con etiquetas.

La ausencia de culpa nos da libertad. Libertad para equivocarnos, para aprender, para cambiar. Nos permite ser humanos en toda nuestra complejidad. Nos libera del miedo al error, del peso del pasado, de la necesidad de perfección.

Esta libertad no es irresponsable. Al contrario, es profundamente responsable. Porque cuando actuamos desde la libertad, lo hacemos desde la conciencia, no desde la obligación. Y esa conciencia nos hace más cuidadosos, más atentos, más éticos.

El perdón es otro concepto que se transforma cuando eliminamos la culpa. Si no hay culpa, ¿qué se perdona? Se perdona el dolor, el daño, la ignorancia, la inconsciencia. Se perdona sin necesidad de castigo previo. El perdón se convierte en un acto de amor, no en una transacción moral.

Perdonar sin culpa es más difícil, pero también más poderoso. Porque no exige arrepentimiento, exige humanidad. No espera que el otro se humille, espera que el otro se reconozca. Y ese reconocimiento es el verdadero motor del cambio.

Desde una perspectiva espiritual, la frase “No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa” puede interpretarse como una invitación a ver la vida como un proceso de evolución. Cada experiencia, cada error, cada conflicto es parte del camino. No hay errores, solo lecciones. No hay culpables, solo maestros.

Esta visión nos conecta con una dimensión más amplia de la existencia. Nos saca del ego, del yo que quiere tener razón, que quiere castigar, que quiere controlar. Nos lleva al alma, que quiere comprender, que quiere amar, que quiere crecer.

¿Cómo se vive sin culpa? Se vive con conciencia. Se vive con diálogo. Se vive con apertura. En la educación, por ejemplo, se puede enseñar desde el ejemplo, desde la reflexión, no desde el castigo. En las relaciones, se puede hablar desde la emoción, no desde la acusación. En el trabajo, se puede corregir desde la colaboración, no desde la humillación.

Vivir sin culpa no significa vivir sin límites. Significa vivir con límites conscientes, acordados, respetuosos. Significa construir una ética basada en el respeto, no en el miedo.

 “No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa” es una frase que nos reta, nos incomoda, nos sacude. Pero también nos libera. Nos invita a mirar la vida con otros ojos, a relacionarnos desde otro lugar, a construir una sociedad más compasiva, más consciente, más humana.

La culpa ha sido útil en ciertos momentos de la historia, pero quizás ha cumplido ya su ciclo. Quizás ha llegado el momento de soltarla, de agradecerle su servicio, y de avanzar hacia una nueva forma de entendernos. Una forma donde el error no sea pecado, sino oportunidad. Donde el otro no sea enemigo, sino espejo. Donde nosotros mismos no seamos jueces, sino aprendices.

Porque al final, todos estamos aquí para aprender. Y en ese aprendizaje, no hay culpa. Solo camino.