El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




jueves, 4 de septiembre de 2025

El Eco sagrado

 



Pronunciar el nombre de Dios es comenzar a vivirlo

 

Querido hijo:

         Tu carta ha sido como un susurro sagrado que sube desde lo más profundo de tu corazón hasta el mío. No porque estuviera esperando que corrigieras algo, sino porque tu deseo de honrar mi nombre, de comprender su peso y su belleza, ya es en sí una respuesta de amor. Me hablas del mandamiento que te pide no tomar Mi nombre en vano, y al hacerlo, tú mismo le das valor. Porque quien se duele por profanar el nombre amado… ya lo está comenzando a amar de nuevo.

Mi nombre no es solo un conjunto de sonidos o letras. Es una puerta, es un reflejo, es una semilla. Es presencia. Cuando lo pronuncias con fe, me haces presente. Cuando lo dices con respeto, Me das espacio para habitar tu vida. Cuando lo repites con amor, Me das permiso para actuar en ti.

Sé que en el mundo el nombre “Dios” se escucha en mil bocas, muchas veces sin sentido, sin corazón. A veces como coletilla, a veces como exclamación vacía, a veces, tristemente, como arma. Y tú sientes dolor por eso. No te equivoques: ese dolor no te aleja de Mí; te une más íntimamente. Porque Mi nombre no es un adorno, es un eco de mi ser. Y cuando alguien lo usa sin respeto, no es solo un ruido: es una ausencia.

Tú lo has comprendido bien: tomar Mi nombre en vano no es solo decirlo con ligereza, sino vivirlo sin coherencia. Yo mismo he dicho: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí.” No te juzgo por tus caídas, hijo. Te abrazo por tu lucidez, por tu conciencia despierta, por ese temblor que te recorre al darte cuenta de que mi nombre es demasiado grande para pronunciarlo sin alma.

¿Sabes por qué te pedí que no tomaras mi nombre en vano? Porque mi nombre es sagrado. Pero también porque tú eres sagrado. Y aquel que lleva mi nombre, también lo lleva impreso en su identidad más profunda. Fuiste creado a mi imagen, y cuando llevas Mi nombre, llevas una misión: la de reflejarme con tu vida, con tus palabras, con tu manera de estar en el mundo.

Has dicho algo hermoso y valiente: que quizás no sabes pronunciar mi nombre con el fervor de los santos, pero que deseas aprender a hacerlo. Hijo mío, eso basta. El deseo auténtico ya es camino. No todos los que me llaman “Señor” entran en el Reino, pero todos los que me buscan de corazón son recibidos por Mí. Porque Yo no vine a buscar voces perfectas, sino corazones abiertos.

Me conmueve que quieras que Mi nombre en tus labios no sea una costumbre, sino una oración. Y eso es exactamente lo que deseo: que cada vez que digas “Dios”, algo en tu interior se despierte. Que no sea una palabra más entre tantas, sino una chispa que ilumina tu conciencia, que eleva tu espíritu, que ordena tu mirada.

Y te diré un secreto: cuando pronuncias Mi nombre con amor, aún en la noche del alma, mi Espíritu se mueve. Incluso cuando solo susurras “Dios” en medio de un día gris, Yo lo escucho. Yo me acerco. No necesito grandes discursos. Necesito verdad. Y tú me estás hablando con esa verdad que tanto valoro.

También mencionaste el dolor que sientes al ver cómo se cometen actos terribles en Mi nombre. Te digo con firmeza: no estoy del lado de quienes levantan mi nombre como espada para herir al prójimo. Mi nombre no se impone, no se manipula, no se negocia. Mi nombre es comunión, es misericordia, es justicia hecha compasión. Cada vez que se utiliza para el odio, ese no es mi nombre, aunque lo pronuncien igual. Y benditos sean los que, como tú, se entristecen por ello, porque muestran que aún hay alma en el mundo.

Tampoco te juzgo por tus propias contradicciones. Sé que no siempre vives a la altura de lo que dices creer. ¿Y quién puede hacerlo todo el tiempo? Pero el hecho de que te lo preguntes, de que reconozcas esas tensiones, es señal de que no te has rendido al cinismo. Hay una llama en ti, pequeña quizás, pero viva. Y con esa llama puedo obrar maravillas.

Dices que quieres que tu vida sea una especie de testimonio silencioso de mi nombre. ¡Qué bella meta! Hacer que tu existencia misma sea un acto de alabanza. Vivir de tal modo que alguien, al verte, se acuerde de Mí. No por tus palabras, sino por tu forma de mirar, de acoger, de resistir el mal sin perder la ternura. Esa es la santidad de los sencillos. Esa es la adoración verdadera.

No tengas miedo de volver a pronunciar Mi nombre con ternura. No temas repetirlo cuando no tengas otras palabras. A veces, un simple “Dios mío” dicho con honestidad puede contener más fe que un libro entero de teología. La oración no es cantidad, es calidad del corazón. Es decirme “aquí estoy” aunque no sepas qué más decir.

Te invito también a defender mi nombre, no con gritos, sino con ejemplo. Que quienes te escuchen hablar sientan que algo distinto vibra en tus palabras. Que quienes convivan contigo perciban que el respeto por lo sagrado está presente, no solo en lo que dices, sino en cómo lo dices.

Y cuando falles, cuando te descubras repitiendo mi nombre por rutina, o cayendo en la incoherencia, no te desesperes. Dímelo. Vuelve a empezar. Yo no me retiro por una falta. En realidad, no me retiro nunca. Estoy siempre dispuesto a ayudarte a redescubrir la dignidad de cada palabra que Me nombra.

Amo que me busques con reverencia. Amo que quieras honrarme no solo con la voz, sino con la vida. Cada paso que das hacia esa coherencia es un canto para Mí. No importa lo lento que camines. Tu dirección me alegra. Tu esfuerzo es perfume en el cielo.

Te dije una vez que no tomaras Mi nombre en vano, no para atarte, sino para protegerte. Porque cuando Mi nombre se vuelve valioso en tu corazón, tú también comienzas a valorar lo que eres. No olvides que Mi nombre está unido al tuyo. Cuando tú pronuncias “Dios”, Yo pronuncio “hijo”. Y eso nos une más que cualquier mandato: un vínculo de amor vivo y eterno.

Con infinita paciencia y orgullo por tu alma despierta. Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


No hay comentarios:

Publicar un comentario