Siempre es un buen momento pasa subir a ese ascensor que permanece estacionado en la mente y accionar los mandos para bajar al piso del corazón.
Una
vez que el ascensor se ha detenido, puedes quedarte a vivir en él, con todas
las consecuencias, que no son otras que entregarse a los demás, completamente,
y recibirlos como son, como ángeles, como hermanos, sin querer cambiarles
porque son perfectos.
Están
ahí, tal como ellos han elegido ser, para realizar su trabajo y ayudar a los
que se encuentran en su camino a realizar el suyo. No hay que tratar de
cambiarlos porque se estaría actuando en contra del Plan Divino.
Es
cierto que, a veces, más que ángeles y más que hermanos pueden parecer demonios
y enemigos. No hay que cambiar la estrategia. Lo que procede, en esos casos, es
bendecirles y no frecuentarles.
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