Capítulo XVI. Parte 1. Novela "Ocurrió en Lima"
Después
de dejar a Pablo en su domicilio seguí, hasta casa, en el mismo taxi que
tomamos en el aeropuerto. Eran casi las 8 de la noche cuando llegué a casa.
Aproveché que estaba solo para, antes de entrar, echar un vistazo a mi desconocida
vivienda.
Era una
casa de dos plantas, ubicada a dos cuadras de las oficinas de la empresa. Un
enrejado protegía el frontis de la casa y se completaba la protección con
cámaras de vigilancia estratégicamente instaladas. La casa, pintada de un color
crema, estaba separada unos 10 metros de las rejas y todo ese espacio estaba
cubierto de un cuidado césped, excepto un pasillo que comunicaba con la entrada
de la vivienda y otro que daba acceso a lo que debía ser la cochera. Todas las
ventanas, también, se encontraban protegidas con rejas, dos en la primera
planta y tres en la segunda. El lado izquierdo estaba adosado a otra casa, de
similares características, (después me enteré que era el domicilio de mis
suegros), y en el lado derecho había un espacio de 3 metros hasta el edificio
contiguo que era un edificio de apartamentos de 5 plantas. Ese espacio,
también, parecía sembrado de pasto, aunque había una especie de pasillo adosado
a la casa que aparecía enlosado.
No era
consciente de tener ninguna llave, por lo que no tuve más remedio de tocar el
timbre de la puerta.
- Ya te
abro cariño, -escuché la voz de Indhira- siempre haces lo mismo con las llaves.
Escuché
el zumbido de la apertura y no había terminado de empujar la reja, cuando de la
puerta de la casa salieron dos niños corriendo mientras gritaban: “papi, papi,
llegaste”. Indhira observaba, sonriente, la escena, apoyada en el quicio de la
puerta.
No me
dio tiempo a pensar cómo hacer con los niños para que, tanto ellos como
Indhira, no encontraran mi actuar de manera extraña, porque en un instante les
tenía, a los dos, agarrados a mis piernas. Solté la maleta y la cartera y me
agaché para abrazarles a ellos. Ellos me llenaban de besos y mi reacción
instintiva fue la misma, besarles mientras les apretaba contra mí.
- Niños,
soltar a papá que estará cansado. Dejarle que, al menos, entre en la casa, -la
voz de Indhira sonaba divertida.
Entré
en la casa con los niños, bailando a mi alrededor, y nada más cerrar la puerta
de la casa besé a mi esposa, lo que para mí era el segundo beso, mientras la
apretaba contra mí. Los niños abrazados a nuestras piernas reían mientras
preguntaban, de manera insistente, si les había traído un regalo.
- Separando
su boca de la mía Indhira dijo bajito en mi oído- cada vez besas mejor, eres un
maestro. Si no fuera por lo que te extraño te dejaría que te fueras de viaje
dos días a la semana solo para recibirte como ahora.
- Te amo,
cariño, te amo, -en toda mi vida, de la que tengo memoria, no recuerdo haber
sentido esta sensación de amor tan infinita.
- Y yo a
ti -contestó Indhira- cada día más. Estoy loca por ti.
Al final, deshicimos, los cuatro, nuestro
abrazo. Me senté cargando a cada uno de los niños en mis rodillas,
preguntándoles que habían hecho en los 3 días que no nos habíamos visto, para
ver si se merecían el regalito que les había traído de mi viaje.
El
momento que estaba viviendo era algo mágico, algo con lo que había estado
soñando, dormido y despierto, durante toda la vida. No me importaba no recordar
cómo había llegado hasta este instante. Estaba ahí, estaba gozando el momento y
era suficiente. Y cuando este pensamiento de gozo pasó por mi mente, entendí
que no era necesario darles nombre a las situaciones, ni darles vueltas a los
acontecimientos, hasta retorcerlos, para exprimir cada instante analizando las
palabras o los hechos. Entendí que existía ese momento mágico, ese momento
único, ese momento de vida, ¿para qué más?, y cualquier distracción me habría
alejado del infinito gozo del momento. Por fin había entendido que la felicidad
es vivir el momento. Porque lo había escuchado por boca de Ángel o de Dios, si
es que era Él quien hablaba en mis meditaciones, o por las palabras de mi
pensamiento superior. Pero es mucha la diferencia que existe entre escucharlo y
vivirlo en carne propia.
¿Qué
habría pasado si me hubiera puesto a investigar, rebuscando en los cajones de
mi perdida memoria, para tratar de recordar cómo se habrían dado los pasos
hasta llegar al momento presente? Es fácil conocer la respuesta: No estaría
disfrutando el momento, porque estaría ocupado en otros menesteres inútiles,
como serian el tratar de descifrar el cómo, el porqué, el cuándo. En eso es en
lo que he estado ocupado toda la vida, al menos, la vida que recuerdo.
Me
decía Ángel, tomando el desayuno en Miami, que necesitaba la pérdida de memoria
para poder comparar entre la vida de miedo, que malviví durante 20 años, y la
vida de amor que estoy viviendo ahora, aunque no la recuerde. Por primera vez
no estoy de acuerdo con él. Y no estoy de acuerdo porque el objetivo inicial de
la pérdida de memoria puede haber sido ese, pero mi aprendizaje es otro. Mi
aprendizaje no es comparar la vida de miedo y la vida de amor. Mi aprendizaje
ha sido ir más allá del miedo. ¿Por qué mi miedo?, ¿porque viajaba al pasado o
al futuro, sin quedarme anclado en el momento presente? Si hubiera vivido el
instante no podía haber miedo, porque nada ocurría en cada uno de esos
instantes para que el miedo tuviera razón de ser. No me habían abandonado ni
había fracasado en el trabajo, vivía y comía cada día, tenía donde vivir. Por
lo tanto, si hubiera vivido con atención y hubiera disfrutado de cada instante,
no habría surgido el miedo y ya no sería necesario compararlo con estos
momentos de amor.
Esta
es, sin ningún género de duda, la verdadera enseñanza
de la vida. Vivir con atención el presente, el ahora, que es lo único real
dentro del sueño que es la vida.
¡Gracias
memoria perdida que me has servido para disfrutar de este primer encuentro con
mi esposa y mis hijos y poder ser consciente, en mi totalidad, con cada una de
las células de mi cuerpo, del magnífico momento!
Fue un
momento familiar perfecto en el que, en ningún instante, fui consciente de que,
para mí, era el primer encuentro con los que eran mi esposa y mis hijos.
Parecía que era algo que hacíamos de manera habitual.
Los
niños se volvieron locos de alegría con sus regalos. Los coches de Alexis
completaban su colección de coches antiguos y María saltaba con su cuaderno de
mandalas en una mano y los lápices de colores en la otra.
Después
de una maravillosa hora de risas y alegría acostamos a los niños.
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