El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 20 de enero de 2023

Hogar dulce hogar

 


Capítulo XVI. Parte 1. Novela "Ocurrió en Lima"

Después de dejar a Pablo en su domicilio seguí, hasta casa, en el mismo taxi que tomamos en el aeropuerto. Eran casi las 8 de la noche cuando llegué a casa. Aproveché que estaba solo para, antes de entrar, echar un vistazo a mi desconocida vivienda.

Era una casa de dos plantas, ubicada a dos cuadras de las oficinas de la empresa. Un enrejado protegía el frontis de la casa y se completaba la protección con cámaras de vigilancia estratégicamente instaladas. La casa, pintada de un color crema, estaba separada unos 10 metros de las rejas y todo ese espacio estaba cubierto de un cuidado césped, excepto un pasillo que comunicaba con la entrada de la vivienda y otro que daba acceso a lo que debía ser la cochera. Todas las ventanas, también, se encontraban protegidas con rejas, dos en la primera planta y tres en la segunda. El lado izquierdo estaba adosado a otra casa, de similares características, (después me enteré que era el domicilio de mis suegros), y en el lado derecho había un espacio de 3 metros hasta el edificio contiguo que era un edificio de apartamentos de 5 plantas. Ese espacio, también, parecía sembrado de pasto, aunque había una especie de pasillo adosado a la casa que aparecía enlosado.

No era consciente de tener ninguna llave, por lo que no tuve más remedio de tocar el timbre de la puerta.

-    Ya te abro cariño, -escuché la voz de Indhira- siempre haces lo mismo con las llaves.

Escuché el zumbido de la apertura y no había terminado de empujar la reja, cuando de la puerta de la casa salieron dos niños corriendo mientras gritaban: “papi, papi, llegaste”. Indhira observaba, sonriente, la escena, apoyada en el quicio de la puerta.

No me dio tiempo a pensar cómo hacer con los niños para que, tanto ellos como Indhira, no encontraran mi actuar de manera extraña, porque en un instante les tenía, a los dos, agarrados a mis piernas. Solté la maleta y la cartera y me agaché para abrazarles a ellos. Ellos me llenaban de besos y mi reacción instintiva fue la misma, besarles mientras les apretaba contra mí.

-    Niños, soltar a papá que estará cansado. Dejarle que, al menos, entre en la casa, -la voz de Indhira sonaba divertida.

Entré en la casa con los niños, bailando a mi alrededor, y nada más cerrar la puerta de la casa besé a mi esposa, lo que para mí era el segundo beso, mientras la apretaba contra mí. Los niños abrazados a nuestras piernas reían mientras preguntaban, de manera insistente, si les había traído un regalo.

-    Separando su boca de la mía Indhira dijo bajito en mi oído- cada vez besas mejor, eres un maestro. Si no fuera por lo que te extraño te dejaría que te fueras de viaje dos días a la semana solo para recibirte como ahora.

-    Te amo, cariño, te amo, -en toda mi vida, de la que tengo memoria, no recuerdo haber sentido esta sensación de amor tan infinita.

-    Y yo a ti -contestó Indhira- cada día más. Estoy loca por ti.

 Al final, deshicimos, los cuatro, nuestro abrazo. Me senté cargando a cada uno de los niños en mis rodillas, preguntándoles que habían hecho en los 3 días que no nos habíamos visto, para ver si se merecían el regalito que les había traído de mi viaje.

El momento que estaba viviendo era algo mágico, algo con lo que había estado soñando, dormido y despierto, durante toda la vida. No me importaba no recordar cómo había llegado hasta este instante. Estaba ahí, estaba gozando el momento y era suficiente. Y cuando este pensamiento de gozo pasó por mi mente, entendí que no era necesario darles nombre a las situaciones, ni darles vueltas a los acontecimientos, hasta retorcerlos, para exprimir cada instante analizando las palabras o los hechos. Entendí que existía ese momento mágico, ese momento único, ese momento de vida, ¿para qué más?, y cualquier distracción me habría alejado del infinito gozo del momento. Por fin había entendido que la felicidad es vivir el momento. Porque lo había escuchado por boca de Ángel o de Dios, si es que era Él quien hablaba en mis meditaciones, o por las palabras de mi pensamiento superior. Pero es mucha la diferencia que existe entre escucharlo y vivirlo en carne propia.

Ya no es que la felicidad sea vivir el momento. Es que eso es, precisamente, la vida, vivir el momento. Por lo tanto, si se consigue vivir cada instante como único, se consigue vivir la felicidad, porque la felicidad es vivir la vida de manera consciente. Es en ese momento cuando la serenidad y la paz interior se apoderan del ser. Cualquier cosa que nos distrae, hace más que distraernos, hace que dejemos de vivir. Porque vivir inconsciente es “no vivir”.

¿Qué habría pasado si me hubiera puesto a investigar, rebuscando en los cajones de mi perdida memoria, para tratar de recordar cómo se habrían dado los pasos hasta llegar al momento presente? Es fácil conocer la respuesta: No estaría disfrutando el momento, porque estaría ocupado en otros menesteres inútiles, como serian el tratar de descifrar el cómo, el porqué, el cuándo. En eso es en lo que he estado ocupado toda la vida, al menos, la vida que recuerdo.

Me decía Ángel, tomando el desayuno en Miami, que necesitaba la pérdida de memoria para poder comparar entre la vida de miedo, que malviví durante 20 años, y la vida de amor que estoy viviendo ahora, aunque no la recuerde. Por primera vez no estoy de acuerdo con él. Y no estoy de acuerdo porque el objetivo inicial de la pérdida de memoria puede haber sido ese, pero mi aprendizaje es otro. Mi aprendizaje no es comparar la vida de miedo y la vida de amor. Mi aprendizaje ha sido ir más allá del miedo. ¿Por qué mi miedo?, ¿porque viajaba al pasado o al futuro, sin quedarme anclado en el momento presente? Si hubiera vivido el instante no podía haber miedo, porque nada ocurría en cada uno de esos instantes para que el miedo tuviera razón de ser. No me habían abandonado ni había fracasado en el trabajo, vivía y comía cada día, tenía donde vivir. Por lo tanto, si hubiera vivido con atención y hubiera disfrutado de cada instante, no habría surgido el miedo y ya no sería necesario compararlo con estos momentos de amor.

Esta es, sin ningún género de duda, la verdadera enseñanza de la vida. Vivir con atención el presente, el ahora, que es lo único real dentro del sueño que es la vida.

¡Gracias memoria perdida que me has servido para disfrutar de este primer encuentro con mi esposa y mis hijos y poder ser consciente, en mi totalidad, con cada una de las células de mi cuerpo, del magnífico momento!

Fue un momento familiar perfecto en el que, en ningún instante, fui consciente de que, para mí, era el primer encuentro con los que eran mi esposa y mis hijos. Parecía que era algo que hacíamos de manera habitual.

Los niños se volvieron locos de alegría con sus regalos. Los coches de Alexis completaban su colección de coches antiguos y María saltaba con su cuaderno de mandalas en una mano y los lápices de colores en la otra.

Después de una maravillosa hora de risas y alegría acostamos a los niños.

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