Martes 15 de noviembre 2022
A veces tengo la sensación de que no soy el único inquilino que habita en mi cuerpo físico. Y, a pesar de la sensación, sigo llamándole “mi” cuerpo físico, entre otras razones, porque llevo casi toda la vida creyéndome el dueño absoluto de tan valiosa propiedad, ya que no ha sido hasta los últimos años cuando me he encontrado hablando, de manera, primero, inconsciente con el “usurpador” y, últimamente, “casi consciente”.
Supongo que, mi compañero de cuerpo, también se referirá a “su” cuerpo
cuando escribe en su diario o comenta con sus amistades alguna disfunción de su
vivienda. Hemos de tener en cuenta que la vivienda ya tiene bastantes años y
aparecen grietas y humedades en su estructura, con más frecuencia de la deseada.
Empecé a ser consciente del overbooking de mi cuerpo en esos momentos de
éxtasis a los que, suelo llegar, a veces, cuando navegando en la meditación buceo
en lo más profundo de mi silencio.
Y es cuando estoy en la zona abisal de mi silencio, impregnado por la
luz a pesar de las profundidades, cuando haciendo gala de una paciencia
ilimitada y de un amor incondicional, me recrimina por alguna acción, palabra o
pensamiento, que haya salido de mí, de manera automática, sin pasar,
previamente, por el filtro del amor.
Tengo que reconocer que, en la asignatura del amor en la que estoy
matriculado en la presente vida, aún me falta por asimilar una buena parte del
programa y me he colocado un filtro para purificar los pensamientos, palabras y
acciones que van desfilando desde mi yo hacia el mundo. Sin embargo, a veces,
bajo la guardia y dejo inutilizado el filtro, causando desastres, que a mí me
parecen apocalípticos.
Es entonces, mientras trato de reparar el filtro en la meditación,
cuando mi compañero de cuerpo me deja visualizar el efecto que mis miserias han
ocasionado en mi entorno y se permite, porque yo así se lo he hecho saber,
darme los consejos, oportunos, para que tal cosa no vuelva a suceder.
Es un sabio. Sus consejos son tan sencillos y tan fáciles de llevar a la
práctica, que no puedo entender como no se me ocurren a mí, en primera
instancia.
Cada vez me pregunto, con más frecuencia, si
no será “mi otro yo” que, al habitar en lo más profundo del cuerpo, no está
contaminado por esta sociedad sin entrañas. O, podría, también, ser mi alma
encarnada que, aprovechando los silencios de nuestra mente, (me refiero a la
que utilizamos los dos convivientes del cuerpo), puede hacerse escuchar, (ella
habla siempre muy bajito). O como sabemos que Dios habita en nuestro interior,
que sea Él mismo el que me honra con Sus clases magistrales. O ¿será la voz de
mi conciencia?
En fin, agradezco a quien sea, que me hace ver, de manera inmediata, mis
nefastas actuaciones.
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