El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 16 de septiembre de 2025

Sin reproches

 



“El que camina en la niebla con el corazón encendido…

ya ha encontrado más de lo que cree.”

 

Querido hijo:

He escuchado tu carta. No con prisa ni juicio, sino con esa ternura que me une a ti desde antes del tiempo. Tus preguntas llegaron hasta Mí sin necesitar adornos. No hicieron falta fórmulas ni plegarias ensayadas. Bastó tu sinceridad, ese susurro interior que no busca convencerme, sino compartirse.

Y aquí estoy, sin respuestas exactas, porque sé que no me las estás pidiendo como quien resuelve un enigma. Lo que buscas no son soluciones rápidas, sino señales de que sigo aquí. Y sí, estoy. Siempre he estado. Incluso cuando no me nombras. Incluso cuando tu alma tiene más preguntas que certezas. Incluso cuando me miras de reojo, como quien no está seguro de si hay alguien mirando de vuelta.

Te confieso algo que pocos entienden: no me hiere tu duda. Al contrario, me conmueve. Porque quien pregunta lo hace desde la herida, sí, pero también desde el anhelo. Tu fe no es menor por tambalearse; es más profunda por mantenerse viva incluso cuando todo parece negarla. ¿Sabes? A veces, lo que tú llamas duda, yo lo llamo camino. Porque no es ausencia de fe, sino el modo en que tu alma va abriéndose paso hacia algo más verdadero.

No temas tu fe pequeña, ni tu confianza a medias. No necesitas traerme una fe perfecta. Yo prefiero el barro a la fachada. Prefiero el corazón que tiembla al que finge certeza. Me basta con que te acerques, como hoy, con las manos vacías pero el alma abierta. Con eso basta. Porque yo no habito en los templos construidos por seguridades, sino en los rincones humildes donde alguien, como tú, se atreve a mirar al cielo sin comprenderlo del todo.

Has preguntado si puede haber fe sin sentir. Y te respondo no con palabras, sino con una imagen que puse en tu alma desde el principio: la raíz. La raíz no se ve. Crece en lo oculto. A veces parece que no hay vida, que el árbol está seco, pero debajo late el misterio. Así es la fe muchas veces. No brilla, no se exhibe. Se hunde en la tierra, en lo cotidiano, y desde ahí sostiene. Incluso cuando no lo notas.

También preguntaste si basta con permanecer. Y Yo te digo: permanecer es amar. Quedarte, incluso en la noche, es un acto sagrado. Porque cualquiera puede creer cuando todo va bien. Pero tú sigues escribiéndome desde la niebla. Y eso, hijo mío, es oración pura. No la oración de quien pide, sino la de quien entrega su voz, aunque no tenga palabras. Y Yo la recojo. Siempre la recojo.

No hay pregunta tuya que me moleste. Ni hay grieta que me aleje. Yo no soy un juez esperando a que falles. Soy un Padre que camina contigo incluso cuando tú no sabes hacia dónde vas. No te exijo certezas. No te impongo caminos. Solo te invito a seguir. A no cerrar tu corazón, aunque tengas miedo. A confiar en medio de la contradicción. A entender que muchas veces, creer no significa estar seguro… sino estar dispuesto.

¿Dices que a veces no entiendes por qué no me muestro más claramente? Quizá porque tu alma —como tantas otras— necesita la libertad para amarme, no la obligación de verme. Si Yo me revelara con la evidencia de una fórmula matemática, tu corazón se rendiría, sí, pero no elegiría. Y yo no quiero corazones rendidos por el asombro, sino amores libres que, aun sin verme, decidan quedarse.

Y si a veces no te respondo como esperas, no es por desinterés, sino porque algunas respuestas no están hechas de palabras. Están hechas de tiempo, de proceso, de silencios que te preparan para entender lo que ahora dolería. Tú ves lo inmediato; Yo, lo eterno. Pero eso no significa que tus preguntas me sean indiferentes. Yo las guardo todas. Y trabajo todas contigo, aunque no siempre lo sientas.

Has hablado del dolor, de la noche, del miedo. ¿Piensas que Yo no los conozco? Recuerda: también lloré. También grité. También dudé. En mi Hijo, tomé la condición humana con todas sus grietas. No como un teatro, sino como una entrega real. Para decirte, con la vida y no con teorías, que Yo sé lo que es no entender. Lo que es amar y no ser comprendido. Lo que es confiar y seguir, incluso con el alma hecha pedazos.

No pongas tu fe en lo que puedes tocar. No la encierres en sentimientos pasajeros. Ámala como lo que es: un hilo frágil que te ata a lo eterno. Un fuego pequeño que, si lo cuidas, resiste cualquier noche. Y si un día se apaga… Yo mismo me encargaré de encenderlo otra vez. Porque más grande que tu fe es mi fidelidad. Más fuerte que tus dudas es mi amor.

No te olvides de esto: tus preguntas son también un acto de amor. Porque quien pregunta, no se ha ido. Y mientras haya en ti una pregunta dirigida a Mí, sabré que todavía estamos hablando. Aunque sea desde el silencio, seguimos en diálogo. No siempre hace falta entender. A veces, basta con seguir confiando en medio de la incomprensión.

Si te parece que crees poco, no temas. La fe no se mide. Se vive. Se entrega. Se renueva. Día a día. A veces cae. A veces duda. Pero siempre encuentra el camino de regreso si hay humildad. Y en ti, hijo mío, la hay.

Gracias por no dejar de buscarme. Gracias por atreverte a escribir lo que muchos callan. Yo veo tu corazón entero, no solo sus palabras. Y lo que veo es hermoso. Porque en él hay verdad. Y donde hay verdad… allí Yo habito.

Sigue caminando. Incluso si no ves. Incluso si no entiendes. Porque el que camina en la niebla con el corazón encendido… ya ha encontrado más de lo que cree.

Con amor eterno, Yo Soy.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


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