Hijo mío:
No estás lejos de mí,
aunque a veces lo sientas así. No estás perdido, aunque el mundo parezca
desmoronarse a tu alrededor. No estás fallando, aunque creas que no has
alcanzado el nivel espiritual que esperabas. Lo que tú llamas contradicción, yo
lo llamo humanidad. Lo que tú llamas debilidad, yo lo llamo sensibilidad. Lo
que tú llamas incoherencia, yo lo llamo sinceridad. Porque solo un alma
despierta puede sentir como tú sientes. Solo un corazón abierto puede dolerse
por el sufrimiento ajeno como tú lo haces.
No te juzgues por no
ser perfecto. No te castigues por no estar siempre en paz. La evolución
espiritual no es una línea recta, ni una meta que se alcanza y se conserva. Es
un camino sinuoso, lleno de curvas, de retrocesos, de momentos de luz y de
sombra. Y tú, hijo mío, estás caminando con valentía. Estás mirando de frente
lo que muchos prefieren ignorar. Estás sintiendo lo que muchos han anestesiado.
Estás preguntando lo que muchos han dejado de cuestionar. Eso, en sí mismo, es
un acto de amor.
Comprendo tu dolor al
mirar el mundo. Yo también lo veo. Yo también lo siento. Pero no lo veo desde
la desesperanza, sino desde la totalidad. Tú ves fragmentos, momentos
congelados en el tiempo, escenas que parecen absurdas y crueles. Yo veo el
tejido completo, el entrelazado de millones de almas que están aprendiendo,
creciendo, despertando. Incluso en medio del horror, hay semillas de compasión
que germinan. Incluso en medio de la guerra, hay gestos de ternura que desafían
la lógica del odio.
El sufrimiento humano
no es castigo, ni prueba, ni error. Es parte del proceso de recordar quiénes
somos. Cada alma que encarna en este mundo lo hace con un propósito, aunque a
veces ese propósito se pierda entre el ruido del ego, del miedo, del poder.
Pero nada se pierde realmente. Todo se transforma. Todo vuelve a mí. Incluso
los actos más oscuros, incluso las decisiones más dolorosas, son parte de un aprendizaje
que, tarde o temprano, conduce a la luz.
Tú me hablas de
Palestina, de Ucrania, de España. Y yo te digo: sí, hay dolor. Sí, hay
injusticia. Sí, hay confusión. Pero también hay almas que están despertando.
Hay corazones que están eligiendo amar en medio del caos. Hay seres que están
recordando que todos son uno, que no hay fronteras en el espíritu, que no hay
razas en el alma, que no hay religiones en el amor. Tú eres uno de ellos. Tú
eres parte de esa red silenciosa que sostiene al mundo desde la compasión.
No te pido que salves
el mundo. No te pido que cargues con el dolor de todos. No te pido que seas un
héroe. Solo te pido que seas tú. Que sigas sintiendo. Que sigas preguntando.
Que sigas enseñando, aunque a veces te sientas incoherente. Que sigas
meditando, aunque a veces tu mente esté agitada. Que sigas amando, aunque a
veces tu corazón esté cansado. Porque cada acto de conciencia, por pequeño que
sea, tiene un impacto que tú no puedes medir. Cada pensamiento de paz que
emites, cada palabra de consuelo que ofreces, cada gesto de bondad que
realizas, es una chispa que ilumina el tejido del universo.
No estás solo frente a
la pantalla de la televisión. Yo estoy contigo. Y también están contigo
millones de almas que, como tú, sienten, sufren, se preguntan, se duelen. No
estás solo en tu indignación. No estás solo en tu tristeza. No estás solo en tu
deseo de un mundo más justo. Esa soledad que a veces te invade es solo una
ilusión. En realidad, estás profundamente conectado. Estás entretejido con todos
los que buscan la verdad, la paz, la justicia. Aunque no los veas, aunque no
los conozcas, están contigo.
¿Debes convertirte en
activista? ¿Debes quedarte en silencio? ¿Debes actuar o contemplar? No hay una
única respuesta. Cada alma tiene su llamado. Algunos luchan desde la acción
directa. Otros desde la oración. Otros desde el arte. Otros desde el servicio
silencioso. Lo importante no es el cómo, sino el desde dónde. Si actúas desde
el amor, estarás cumpliendo tu propósito. Si contemplas desde la compasión,
estarás sembrando luz. Si sufres desde la empatía, estarás sanando heridas que
no ves.
No te exijas ser más
de lo que ya eres. No te compares con ideales que solo generan culpa. Tú eres
mi hijo amado, tal como eres. Con tus dudas, con tus contradicciones, con tu
sensibilidad. No necesitas demostrar nada. No necesitas alcanzar ningún nivel.
Solo necesitas recordar que estás aquí para amar. Y eso ya lo estás haciendo.
Sigue escribiéndome.
Sigue hablándome. Sigue buscándome. Porque yo siempre te escucho. Siempre te
acompaño. Siempre te sostengo. Incluso cuando no lo sientes. Incluso cuando
crees que estás solo. Yo estoy en ti. En tu mirada. En tu voz. En tu silencio.
En tu dolor. En tu esperanza.
Y recuerda, hijo mío:
el mundo no está perdido. Está en proceso. Está en tránsito. Está despertando.
Y tú eres parte de ese despertar.
Con amor eterno.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
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