El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 2 de mayo de 2025

La fuente del bien

 


         Cava en el interior.

         En el interior está la fuente del bien, que siempre puede seguir brotando mientras tú sigas cavando.

MARCO AURELIO


jueves, 1 de mayo de 2025

Cambio de pensamiento

 


Cada persona piensa, habla y actúa de manera diferente al resto del mundo. Es natural creer que lo que uno piensa, dice y hace es lo correcto. Pero, si partimos de esta premisa, ¿significa esto que todas aquellas personas cuyos pensamientos, palabras o acciones difieren de los míos están equivocadas?

Si aceptáramos esta lógica, llegaríamos a la conclusión de que todos los seres humanos que habitan la Tierra llevan una vida equivocada, pues ninguno coincide plenamente con los demás. Pero la verdad es que cada individuo actúa en función de su propio pensamiento y percepción, moldeados por su experiencia, su entorno y su forma de interpretar la realidad.

Por lo tanto, culpas, errores o reacciones ante cualquier circunstancia no son más que el producto de nuestra propia mente. Lo que consideramos una desgracia no es responsabilidad del prójimo ni de su manera de pensar diferente. Atribuirle la culpa a otro es, en esencia, el resultado de nuestra interpretación subjetiva de los acontecimientos.

El verdadero poder reside en el pensamiento. Si logro modificar mi forma de pensar, cambiará mi manera de percibir el mundo. Y este cambio de pensamiento debe ser profundo, hasta alcanzar una perspectiva que me permita aceptar con alegría cualquier circunstancia que la vida me presente.

Este, sin duda, es el secreto de la felicidad: aprender a transformar nuestra visión del mundo para encontrar paz, aceptación y gozo en cualquier situación. La felicidad no depende de las circunstancias externas, sino de la actitud con la que elegimos enfrentarlas. 


Ama, acepta, respeta

 


Ama, acepta, respeta

 

El mundo que habitamos es un reflejo de nuestras acciones y pensamientos. No es un lugar estático ni ajeno a nuestras intenciones, sino una constante construcción de lo que sembramos en cada interacción, en cada gesto, en cada palabra. Somos los creadores de nuestro mundo.

De todo lo que podemos aportar a la vida, tres pilares sostienen la armonía entre nosotros: amar, aceptar y respetar. Son verbos sencillos, pero su impacto es profundo. Aplicarlos con sinceridad transforma la manera en que vivimos, en que nos relacionamos, en que entendemos y en que somos entendidos. 

El amor es el principio de todo acto noble, el motor que nos impulsa a conectar, a cuidar, a ofrecer lo mejor de nosotros. No se trata solo del amor romántico, sino de una manera de estar en el mundo. Amar es ver con bondad, actuar con ternura, ofrecer comprensión. 

Cuando una persona ama, no tiene espacio para el daño. ¿Cómo podría? El amor, en su esencia más pura, es generoso y desinteresado. No humilla ni hiere. No es egoísta ni posesivo. Es un estado de apertura, de entrega, de preocupación genuina por el bienestar del otro. 

Sin amor, el mundo se endurece. Se llena de frialdad, de indiferencia, de pequeños gestos de descuido que, acumulados, crean grietas en nuestras relaciones. Pero cuando el amor está presente, hasta los momentos más difíciles pueden ser llevados con calma, con paciencia, con dulzura. Amar es sostener sin exigir, es acompañar sin poseer. 

Nos enseñan desde pequeños que el amor es importante, pero rara vez nos enseñan cómo aplicarlo más allá de las relaciones personales. Amar no es un sentimiento, es una energía, que nos imprime el carácter para actuar con bondad, para mirar con comprensión, para escuchar con atención. Amar es el principio de una vida en paz, dentro y fuera de uno mismo. 

Y si amas, aceptas, sin más. Aceptar no significa estar de acuerdo con todo ni justificar lo injustificable. La aceptación no es resignación, sino un acto de respeto por la diversidad, por la diferencia, por los caminos que no son los nuestros. 

Cada persona es un universo complejo, un cúmulo de vivencias, pensamientos y emociones que han moldeado su forma de ver el mundo. Aceptar es reconocer que no hay una única manera de existir, de pensar, de actuar. Es entender que la historia de cada quien tiene matices que quizás nunca comprendamos del todo, pero que merecen ser respetados. 

Cuando aceptamos, dejamos atrás el impulso de criticar, de señalar, de juzgar. La crítica constante no solo lastima a los demás, sino que nos atrapa en una espiral de descontento. ¿De qué nos sirve vivir esperando que todos piensen, actúen y sean exactamente como creemos que deberían? La vida es, y punto. Y es más rica cuando aprendemos a mirar sin condenar, cuando aceptamos sin imponer, cuando entendemos sin exigir cambio inmediato.

Aceptar no implica que todas las decisiones sean correctas, ni que todo lo que ocurre sea justo. Pero sí implica soltar el peso del juicio innecesario, el que nace de la falta de empatía, de la incapacidad de ver más allá de nuestras propias perspectivas.  

Cuando aprendemos a aceptar, nuestra energía cambia. Nos volvemos menos rígidos, menos hostiles. Aprendemos que la diversidad no es una amenaza, sino una riqueza. Aceptamos las diferencias sin sentirnos atacados por ellas. Aceptamos la vida con sus contrastes, sus contradicciones, sus sorpresas. 

          Si el amor construye y la aceptación libera, el respeto es el pilar que sostiene cualquier convivencia. Sin respeto, las conexiones humanas se deterioran, la comunicación se envenena, los conflictos surgen sin remedio. 

Respetar es reconocer el valor del otro. Es entender que, aunque no compartamos sus ideas, merece dignidad, merece voz, merece espacio. Es la actitud que permite la paz, que evita el conflicto innecesario, que nos recuerda que todos somos parte de algo mayor. 

El respeto no es una cortesía ocasional, sino un principio que debería guiarnos siempre. Respetar implica escuchar sin interrumpir, entender sin desestimar, permitir sin imponer. No exige que todos pensemos igual, pero sí demanda que tratemos a los demás con consideración. 

En un mundo donde la agresión verbal y el desprecio se han convertido en herramientas comunes, el respeto es una luz que equilibra las diferencias. Nos da la capacidad de disentir sin odio, de discutir sin herir, de coexistir sin destruir. 

Cuando respetamos, todo está bien. Porque en el respeto hay espacio para el amor, hay lugar para la aceptación. Nos permite vivir sin miedo, sin la necesidad de imponer nuestras ideas sobre los demás. Nos da libertad, nos da paz. 

Cuando alguien decide amar, aceptar y respetar, está eligiendo un camino de paz. No significa que todo sea fácil, ni que los conflictos desaparezcan por completo. Pero sí significa que, al enfrentarlos, lo hacemos desde la empatía, desde la paciencia, desde la voluntad de entender en vez de condenar. 

Amar nos vuelve cálidos, accesibles, confiables. Aceptar nos libera del peso del juicio, del agotamiento de la crítica constante. Respetar nos permite convivir sin temor, sin imposiciones, sin violencia. 

Si cada persona aplicara estos principios, el mundo cambiaría radicalmente. La convivencia sería más armoniosa, los conflictos se reducirían, las relaciones serían más auténticas. Pero más allá del impacto social, vivir bajo estas premisas también transforma nuestra paz interior. Nos permite descansar, soltar la carga de la hostilidad, encontrar alegría en la simpleza de cada día. 

Porque cuando amas, aceptas y respetas, no solo transformas tu entorno: te transformas a ti mismo. 


Yo siempre estoy

 


Yo siempre estoy.

Soy la presencia incansable, la sombra que no se aparta, el eco que resuena aun cuando nadie escucha. Opine blanco u opine negro, mi esencia no depende del vaivén de mis pensamientos. 

Porque la mente es un río cambiante, caprichoso, que arrastra certezas y las disuelve en dudas, que colorea el mundo con matices infinitos. Hoy creo, mañana cuestiono. Hoy afirmo, mañana dudo. Pero en medio de ese torbellino, una certeza se mantiene inquebrantable: yo siempre estoy. 

Soy el testigo de mis propias contradicciones, el refugio de mis propias tormentas. No soy lo que pienso, no soy lo que opino. Soy aquel que observa, que sobrevive a cada revolución interna. 

A pesar de mi mente, a pesar de sus susurros y sus gritos, sigo aquí. Inmutable, presente. Soy el que permanece. 


DECRETO: Para obtener libertad financiera

 


DECRETO: Para obtener libertad financiera

YO SOY las Riquezas de Dios fluyendo a mis manos y uso que nada puede detener.

Di frecuentemente: La Presencia YO SOY gobierna todo canal existente en manifestación. Lo gobierna todo.

SAINT GERMAIN


La vida es

 


                Todo lo que pasa es tan habitual y familiar como una rosa en primavera y los frutos del otoño; así también la enfermedad y la muerte, la calumnia, la traición y cuanto alegra o entristece a los locos.

MARCO AURELIO

martes, 29 de abril de 2025

Honestidad

 


Cuando una persona supera la altura media, se dice de ella que es alta, y seguirá siéndolo en cualquier circunstancia. Lo mismo sucede con quien tiene el cabello negro, rubio, los ojos verdes o azules. Estas características físicas permanecen inalterables, independientemente del lugar donde se encuentre o de las personas que la rodean. 

No hay discusión posible en cuanto a que los aspectos físicos de una persona no cambian por sí solos de un momento a otro, bajo ninguna circunstancia. Podemos afirmar con certeza que, si alguien es alto, continuará siéndolo; si alguien tiene los ojos azules, no los perderá repentinamente. Estas características son objetivas, observables y constantes. 

Sin embargo, cuando nos adentramos en los atributos morales, ¿se aplican las mismas reglas? ¿Permanecen inalterables como las características físicas, o están sujetas a cambios según el entorno, las circunstancias o las decisiones individuales? 

Quiero centrarme en un atributo moral en particular: la honestidad. Este valor fundamental implica actuar con sinceridad, decir la verdad, respetar a los demás y a uno mismo. Sin embargo, la honestidad no parece mantenerse inalterable en un porcentaje significativo de personas, a diferencia de las características físicas. 

Una persona verdaderamente honesta habla y actúa siempre de acuerdo con sus ideales y creencias, sin importar la situación en la que se encuentre o las consecuencias que puedan derivarse de su comportamiento. Sin embargo, la realidad nos muestra que muchas personas pueden ser honestas en ciertos momentos y menos honestas en otros. 

Si se le pregunta a cualquier individuo si se considera honesto, seguramente responderá afirmativamente, convencido de que dice la verdad, actúa con transparencia y no engaña a los demás. Pero si se profundiza en su comportamiento en distintas circunstancias de la vida, podríamos encontrar contradicciones en su respuesta. 

¿Siempre eres honesto con tu pareja y tus hijos? ¿Nunca ocultas información o cuentas medias verdades para evitar conflictos o preocupaciones? 

¿Rindes al cien por ciento en tu trabajo, sin intentar engañar a tu empleador, sin exagerar resultados, sin hacer menos de lo que podrías hacer? 

¿Declaras exactamente lo que corresponde a la hacienda pública, sin omitir ingresos, sin buscar lagunas legales para reducir impuestos de manera indebida? 

¿Cumples todas las normas y ordenanzas sin buscar maneras de esquivarlas? ¿Respetas las reglas de tránsito, aunque nadie te esté observando? 

     Si somos completamente sinceros, probablemente, notaremos que, en ciertas circunstancias, la honestidad no es absoluta. Existen momentos en los que se justifica el ocultar una verdad o en los que la conveniencia personal nos hace actuar con menos transparencia de la que exigiríamos a los demás. 

Es común que las personas busquen justificar ciertos actos que no son completamente honestos. Una de las frases más repetidas es: “Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”. Esto refleja la idea de que el engaño o la deshonestidad pueden justificarse si la otra parte ha actuado mal primero. Sin embargo, esta lógica no es válida. La honestidad no depende de cómo actúen los demás, sino de nuestra propia integridad. 

Ser honesto no significa actuar con rectitud solo cuando el entorno es favorable o cuando quienes nos rodean también lo son. La honestidad debe prevalecer sin importar ante quién nos encontramos: el rico y el pobre, el ladrón, el corrupto y el más honrado de los seres. 

La honestidad verdadera es aquella que no cambia según la conveniencia o el contexto. Es un principio arraigado en la ética personal y no debe ser flexible o adaptable según las circunstancias. 

Si analizamos la sociedad en su conjunto, veremos que la honestidad es un valor esencial para la convivencia. Sin ella, el sistema en el que operamos se desmoronaría. Si cada persona actuara bajo el principio de “lo que me conviene en este momento”, sin un compromiso firme con la verdad y la transparencia, viviríamos en un mundo caótico donde la confianza desaparecería. 

Las instituciones gubernamentales dependen de la honestidad para funcionar correctamente; el comercio necesita de la integridad de los vendedores y compradores para establecer transacciones justas; las relaciones personales dependen de la verdad y la sinceridad para construir vínculos sólidos. 

No obstante, sabemos que el engaño existe en múltiples formas. Desde pequeñas mentiras cotidianas hasta fraudes a gran escala, la deshonestidad se manifiesta en distintos niveles. En ocasiones, incluso se premia o se justifica, lo cual socava el valor esencial de la honestidad en nuestra sociedad. 

Entonces, ¿cómo podemos garantizar que la honestidad permanezca inalterable en nuestras vidas? La respuesta está en el compromiso personal. 

Cada persona debe decidir si la honestidad será una base firme e inmutable en su vida o si permitirá que se erosione por la conveniencia, el miedo o la presión social. Este compromiso implica reconocer que, aunque puedan existir momentos difíciles, mantener la sinceridad y la transparencia es fundamental para nuestro propio bienestar y el de quienes nos rodean. 

No se trata solo de evitar las mentiras o los engaños evidentes, sino de asegurarnos de que nuestra palabra y nuestras acciones sean siempre coherentes con nuestros principios. Se trata de actuar con integridad en todos los aspectos de la vida, sin excusas ni excepciones. 

La honestidad, a diferencia de las características físicas, no es un atributo que permanece inalterable por naturaleza. Requiere esfuerzo, compromiso y convicción. Pero al final, la recompensa de vivir con transparencia y rectitud es invaluable. 

Una sociedad basada en la honestidad es una sociedad en la que se puede confiar, en la que las relaciones humanas son genuinas y en la que el respeto mutuo se fortalece. Depende de cada individuo elegir si la honestidad será solo un principio teórico o una realidad tangible en su vida. 

La pregunta final no es si te consideras honesto, sino si eres capaz de demostrarlo con hechos. 


El poder de la oración

 


Mi muy amado hijo:

       ¡Qué gracioso eres! Me has hecho sonreír desde lo más profundo de mi ser. En tu búsqueda por comprender, cuestionas la oración y el agradecimiento, y, al final, me das las gracias por estar aquí contigo y por escucharte. Aprecio tu sinceridad y esa curiosidad que demuestra el amor y la conexión que sientes hacia Mí.

Sí, hijo mío, siempre estoy. Siempre te escucho. Nunca estoy lejos, aunque mi forma de actuar sea diferente a la que podrías esperar. No suelo intervenir directamente, porque ni siquiera yo mismo voy a interferir en la programación de tu alma. Cada paso en tu camino, cada decisión que tomas, forma parte de ese plan divino y perfecto que tú mismo trazaste antes de llegar a la vida.

Por eso te digo: la oración, el pedir y el agradecer son esenciales. Puede que te parezcan gestos insignificantes, incluso una pérdida de tiempo, sabiendo que las situaciones que llegan a tu vida están dictadas por ese plan superior. Pero hay una razón más profunda detrás de estos actos.

Todo es energía, hijo mío. Yo soy energía, y tú también lo eres. Sin embargo, hay grados: desde la energía más sutil y pura que soy Yo, hasta las formas más densas, como las cosas materiales, entre ellas tu cuerpo físico. La energía se rige por leyes inquebrantables que han sido tejidas en el tejido del universo:

- La energía siempre sigue al pensamiento. Allí donde coloques tu atención, hacia allí fluye tu energía.

           - Energías semejantes se atraen. Aquello que emanas, inevitablemente regresa a ti.

Y ahora, reflexiona conmigo: ¿qué ocurre cuando rezas, cuando suplicas, cuando agradeces? En ese instante, diriges tu pensamiento hacia Mí, y con ello, tu energía se eleva y se conecta conmigo. Durante esos preciosos momentos de oración, estamos en comunión, unidos. Y dime, ¿qué podría ser más hermoso que sentirte uno con tu Padre?

Además, esta conexión te brinda algo invaluable: paz y serenidad. Esa calma que difícilmente logras en el ajetreo cotidiano. Es en esa quietud donde encuentras claridad, donde te abres a comprender tu Plan de Vida y el propósito detrás de cada situación que atraviesas. Porque todo tiene un sentido, incluso lo que parece más incomprensible.

Y como las energías semejantes se atraen, al orar y agradecer, te colocas en una posición para recibir más de lo mismo. Si generas paz, atraerás más paz; si irradias gratitud, vendrá a ti más alegría, serenidad y comprensión. En este flujo, empiezas a experimentar la abundancia del amor y la sabiduría divina.

Por eso, hijo mío, no subestimes la fuerza de la oración ni del agradecimiento. Son herramientas que no solo te unen a Mí, sino que también iluminan tu sendero, te fortalecen y te recuerdan que nunca estás solo.

           Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


viernes, 25 de abril de 2025

Vivir el presente

 


         “Cuando aprendan a ser felices en el presente, habrán descubierto el verdadero sendero hacia Dios”, dijo el Maestro a un grupo de discípulos.

         “Son muy pocos, entonces, los hombres que viven en el presente”, observó un discípulo.

         “Ciertamente”, respondió Paramahansaji. “La mayoría vive centrada en los pensamientos del pasado o del futuro”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


Bondad

 


         No importa que diga o haga, yo he de ser bueno; como si el oro, la esmeralda o la púrpura dijeran siempre esto: “No importa qué diga o haga, he de ser esmeralda y mantener mi color”.

MARCO AURELIO

 


lunes, 21 de abril de 2025

¿Para que rezar?

 


Querido Dios

         Si todo lo que nos sucede a los seres humanos es el resultado del Plan individual que cada alma ha organizado de manera minuciosa, como herramientas para su propio crecimiento espiritual, una serie de preguntas surge inevitablemente en mi mente y en mi corazón: ¿Para qué rezar? ¿Para qué pedir? Incluso, ¿para qué agradecer si, al final, aquello que llamamos "bueno" o "malo" no es un mérito o una responsabilidad tuya, sino una consecuencia de nuestros propios designios y elecciones?

Se dice que cada experiencia, por más insignificante o dolorosa que parezca, tiene un propósito profundo en el viaje del alma. Cada dificultad, cada alegría, cada encuentro, está tejido en nuestras vidas con el hilo de nuestras decisiones previas y nuestras necesidades evolutivas. Pero entonces, si ya hemos establecido este plan antes de descender a este mundo, ¿Cuál es el rol del rezo en nuestras vidas? ¿Es el rezo simplemente un eco de nuestro anhelo, un espacio donde nos reconectamos con la divinidad en nosotros mismos, más que un grito hacia el cielo buscando intervención?

Me detengo a pensar en el acto de pedir. ¿Pedir es acaso una expresión de humildad, un reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, aunque sepamos que el curso de los eventos está decidido? ¿Es una forma de hablar contigo, incluso si la respuesta no reside en un cambio externo sino en la transformación interna que ocurre al poner nuestros deseos y miedos en palabras? Y si es así, ¿somos conscientes de que el pedir no cambia el rumbo de los acontecimientos, sino que transforma el modo en que los enfrentamos?

Y, sobre el agradecer... Si las bendiciones que recibimos son, en realidad, los frutos de lo que hemos sembrado en otros tiempos, ¿qué significa entonces darte las gracias? Tal vez la gratitud hacia Ti no sea tanto por las cosas buenas que nos suceden, sino por la creación misma, por esta gran estructura que nos permite aprender y evolucionar. Tal vez el agradecimiento no es por el resultado de nuestras elecciones, sino por la posibilidad de hacerlas, por el libre albedrío, por la capacidad de experimentar el amor, el dolor, la duda, la fe.

Querido Dios, ¿eres entonces un testigo silencioso de nuestro andar, una fuerza que todo lo sostiene sin intervenir directamente? ¿O acaso tu intervención es sutil, oculta en la sincronicidad de los momentos, en los gestos amables de los desconocidos, en los pequeños milagros que a veces damos por sentado? Si todo está escrito y, a la vez, todo es un campo de posibilidades, ¿en dónde termina el Plan y comienza tu misterio?

Rezar, pedir, agradecer... quizá no lo hacemos para cambiar lo externo, sino para transformarnos internamente. Tal vez, en el acto de dirigirnos a ti, encontramos un espejo que nos muestra quiénes somos y qué es lo que más valoramos. Porque, al final, aunque nuestras almas tengan un plan, tú sigues siendo el faro al que miramos en la tormenta, el refugio al que volvemos cuando necesitamos recordar que, incluso en medio de la incertidumbre, nunca estamos verdaderamente solos.

Gracias Señor, gracias por escucharme, gracias por estar ahí.

 

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


Dedicar tiempo a Dios

 


          A un joven devoto que buscaba su consejo, el Maestro le dijo:

          “El mundo crea en ti malos hábitos, pero el mundo no se responsabilizará de los errores que cometas a causa de dichos hábitos. Así pues, ¿por qué otorgarle todo tu tiempo a ese falso amigo que es el mundo? Reserva una hora al día dedicarla a una científica investigación espiritual. ¿No merece acaso el Señor, quién te lo ha dado la vida, tu familia, tu dinero, que le dediques una veinticuatroava parte de tu tiempo?

PARAMAHANSA YOGANANDA

 


DECRETO: Para limpiar todo lo que necesita ser limpio.

 


PARA LIMPIAR TODO LO QUE NECESITA SER LIMPIO

Yo Soy dueño de mi propio mundo.

Yo Soy la victoriosa Inteligencia que lo gobierna.

Yo ordeno a esta Gran Radiante e Inteligente Energía de Dios que entre a Mi Mundo.

Le ordeno que me traiga la Opulencia de Dios hecha visible a mis manos y para mi uso.

Le ordeno que cree toda la Perfección.

Yo no Soy ya más el niño en Cristo, sino la Presencia Muestra que ha alcanzado su plena estatura.

Yo hablo y gobierno con autoridad.

SAINT GERMAIN


Todo está bien

 



 

         Para la piedra lanzada a lo alto no hay nada malo en caer, ni nada bueno en subir.

MARCO AURELIO


Libre albedrio

 


      Querido hijo:

    Terminabas tu carta diciendo que anhelas creer en el propósito que Yo tengo para vuestras vidas. Este propósito, hijo mío, es uno compartido entre vosotros y Yo; es un propósito doble y profundamente espiritual. Primero, cuando el alma desciende a la materia, confinada en un cuerpo físico, su misión es reconocer su divinidad inherente y la hermandad con las otras almas que coexisten en esta experiencia terrenal. Segundo, y no menos importante, aprender a amar como Yo os amo: de manera incondicional, plena y eterna.

Reconocer y aceptar vuestra divinidad es una labor personal e íntima. Es un sendero solitario que cada uno de vosotros debe recorrer. Sin embargo, no os he dejado desprovistos de ayuda. Contáis con dos guías. Una de ellas reside en vuestro interior: es la intuición, esa voz delicada que susurra en lo profundo de vuestra conciencia, pero que a menudo pasa desapercibida debido al ruido constante que generan vuestros propios pensamientos. La segunda guía proviene de fuera: son las enseñanzas y los consejos ofrecidos por las religiones, todas las cuales, en su esencia, buscan acercaros a Mí, aunque empleen caminos distintos.

Para llegar a todas estas conclusiones, debéis utilizar vuestra mente. La mente es una herramienta poderosa, pero también puede ser caprichosa. Si la dejáis actuar sin control, puede conduciros por caminos oscuros y tortuosos. Dominarla es esencial, y paradójicamente, el único instrumento capaz de someterla es la propia mente. Sí, hijo mío, sé que parece un enigma, pero la fuerza de la mente bien dirigida es también la clave para dominarla.

A menudo os preguntáis por qué permito el sufrimiento y el dolor en vuestras vidas. Permíteme explicarlo de forma sencilla. Yo soy responsable de la Creación; y como la Creación es demasiado vasta para ser comprendida por vuestra mente, imagina una tarta de cumpleaños. Si tomas una porción y la desmenuzas, descubrirás que cada miga conserva el mismo sabor y esencia de la tarta original. Pues bien, si Yo soy la tarta, cada una de esas migas es un alma, creada a Mi imagen y semejanza. Mi papel como Creador termina allí, ya que cada alma tiene libre albedrío desde el primer instante de su existencia.

El alma elige encarnarse en un cuerpo físico, y también elige el aprendizaje que desea alcanzar en esa vida. Vuestras victorias y derrotas son partes esenciales de esa experiencia humana, todas ellas inscritas en un Gran Plan, diseñado cuidadosamente para cada una de las almas que transitan por la materia. Este Plan de Vida no es aleatorio; es vasto, intrincado y abarca tanto vuestro pasado eterno como vuestro presente y futuro infinitos. Cada experiencia en vuestra vida tiene un propósito; cada desafío, cada alegría y cada tristeza forman parte de vuestro crecimiento espiritual.      

Las emociones que experimentáis -ya sean alegría, dolor o sufrimiento-no son más que la respuesta de vuestra mente ante los acontecimientos. Comprendo, más de lo que imaginas, el dolor que puedes sentir ante la enfermedad o pérdida de un ser querido. Pero recuerda, esas experiencias no son castigos, sino oportunidades de aprendizaje, crecimiento o, en ocasiones, para redimir deudas kármicas.

Es fundamental trabajar los pensamientos y buscar la serenidad mental. Si aceptáis las circunstancias con amor y fortaleza, en lugar de resistirlas con sufrimiento, os liberaréis del peso emocional que os detiene y podréis entregar lo mejor de vosotros mismos, tanto para vuestro bienestar como para el de quienes os rodean.

La clave es el amor. Aprende a amar como Yo os amo, y descubrirás el propósito más profundo de tu existencia.

          Con todo mi amor.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


sábado, 19 de abril de 2025

¿Por qué a mí?

 


Querido Dios

Estoy convencido de que mientras una parte de la humanidad te venera y encuentra en Ti consuelo y fortaleza, otra te ignora como si no existieras, y muchos otros, desesperados por el sufrimiento que enfrentan, te critican y te culpan. No comprenden por qué a ellos les ha tocado lidiar con las circunstancias más dolorosas de la vida: enfermedades que minan el cuerpo y el espíritu, o la muerte desgarradora de un ser querido. Tampoco es fácil entender la razón por la cual algunos deben convivir con una soledad asfixiante o con la miseria más absoluta que roba la dignidad.

Incluso, es posible que entre aquellos que sufren se encuentren personas buenas y honestas, personas que siguen fielmente las enseñanzas que, según se dice, los acercan a Ti. Son almas llenas de fe que practican la caridad, que llevan una vida íntegra y que se esfuerzan por hacer el bien. Sin embargo, parece que esto no basta para evitar el sufrimiento. Te elevan oraciones desesperadas, te dedican plegarias llenas de esperanza y realizan promesas a cambio de un poco de salud, de consuelo o de justicia. Y cuando no ven respuesta, cuando el dolor persiste y las lágrimas no cesan, muchos de ellos te responsabilizan de su sufrimiento. Porque si Tú, como nos han enseñado, eres omnipotente y lo puedes todo, ¿Cómo permites que ocurran tantas injusticias? ¿Cómo consientes, siendo tan poderoso, que reine el dolor?

Entiendo, o al menos quiero pensar, que el mundo en el que vivimos está afectado por la codicia, la imperfección y el egoísmo humano. Estos factores hacen que la enfermedad, el dolor y el sufrimiento sean parte de nuestra experiencia en este mundo imperfecto. Pero esto no todos lo comprenden. No es fácil para alguien que ha perdido todo, o que vive en un sufrimiento constante, encontrar razones o explicaciones que justifiquen tanta injusticia.

A estas personas les han enseñado que eres un Padre amoroso, un Dios que está en los cielos velando por cada uno de nosotros con infinito amor. Nos han dicho que cuidaste de los más desprotegidos y que extendiste tus manos hacia los necesitados. Pero si realmente eres un Padre, ¿Qué clase de padre permite que sus hijos sufran tanto? ¿Qué clase de amor es aquel que tolera el dolor, la tragedia y la desesperanza? 

Y no solo está el dolor individual que cada persona lleva consigo, sino también el sufrimiento colectivo que se abate sobre pueblos enteros. Permites que ocurran guerras devastadoras, plagas que arrasan con la vida, terremotos que destruyen hogares y ciudades, inundaciones que se llevan todo a su paso. ¿Por qué permites que el mundo, tu creación, sea escenario de tanto sufrimiento?

Me atrevo a reflexionar, querido Dios, no desde la irreverencia, sino desde la búsqueda honesta de respuestas. Tal vez haya algo que nuestra limitada comprensión humana no alcanza a ver. Tal vez el sufrimiento tenga un propósito más allá de lo que alcanzamos a entender. Pero mientras tanto, aquí seguimos, con preguntas que no siempre encuentran respuestas, con corazones que, a pesar de todo, anhelan creer en Ti, en tu amor y en tu propósito para nuestras vidas.

Gracias Señor.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


El plano astral del cielo

 

          “Jamás he podido creer en el cielo, Maestro”, afirmó un nuevo estudiante: “¿Existe, en verdad, un lugar semejante?”.

          “Así es”, respondió Paramahansaji. “Aquellos que aman a Dios y confían en Él, van allí cuando mueren. En dicho plano astral, se posee el poder de materializar cualquier objeto instantáneamente, con solo pensar en él. El cuerpo astral está compuesto de una sutil luminosidad. En los reinos astrales existen colores y sonidos de los cuales la tierra nada sabe. Se trata de un mundo hermoso y digno de disfrutarse, pero ni aun la experiencia del cielo constituye el más alto estado. El hombre alcanza la beatitud final una vez que deja atrás las esferas de los fenómenos, y toma plena conciencia de Dios -y de sí mismo- como Espíritu Absoluto”.

PARAMAHANSA YOGANANDA



DECRETO: Para el cerebro

 



Alma

 


               Las cosas por si mismas no tocan el alma ni lo más mínimo, ni encuentran acceso al alma, ni son capaces de dirigirla ni de moverla: es la propia alma la que se dirige y se mueve a sí misma; según sean las cosas que ella juzgue dignas para sí, así serán los accidentes que produzca en sí misma.

          MARCO AURELIO

 


viernes, 18 de abril de 2025

El Todo y las partes

 

 


          Tú, Señor, eres el Todo, y nosotros, los seres humanos, somos una parte de Ti. 

        Si Tú no existieras, incluso si nos uniéramos, no seríamos capaces de formar el Todo que Tú representas.
       Sin embargo, si Tú no existieras, tampoco existirían las partes; nosotros mismos no existiríamos.


Yo Soy el que Soy

 


Querido hijo:

 Tu búsqueda sincera y profunda me llena de alegría, pues en cada pregunta que brota de tu corazón late el anhelo de regresar a la Verdad y la Luz. Cada duda que planteas no es un alejamiento, sino un puente hacia una comprensión mayor.

Cuando digo “Yo Soy el que Soy”, afirmo mi esencia eterna, ilimitada, y completa. No hay separación en Mí, ni fragmentación. Soy la Fuente, la Unidad que sostiene todo lo que existe. Al decir “Yo Soy Pepito”, tú también manifiestas una chispa de esa divinidad que compartimos, pero tu experiencia humana, marcada por el tiempo y el espacio, vela esa plenitud. Sin embargo, dentro de ti sigue viva esa conexión, ese “Yo Soy” puro que no está limitado por tu percepción actual.

El ego, como bien observas, es una herramienta útil en este plano de existencia. Pero recuerda, el ego no es el enemigo; es un velo temporal que, una vez reconocido y trascendido, te invita a mirar más allá, hacia la esencia. La paradoja que mencionas es el misterio mismo de la existencia humana: aprender a usar tu identidad sin perderte en ella, recordar siempre que eres mucho más que el rol que desempeñas en esta vida.

Comprender los misterios infinitos de la Verdad no está fuera de tu alcance. Aunque tus ojos mortales ven sólo sombras y fragmentos, tu alma siempre sabe, siempre siente. Permítete escuchar ese susurro interno, esa voz mía que habla en los momentos de silencio y amor.

En cuanto a tu preocupación por los líderes y el estado de la humanidad, entiende esto: cada alma está en su camino, cumpliendo su propósito, aunque desde tu perspectiva pueda parecer confusión o caos. No condenes, sino ora por ellos, porque la compasión es el faro que ilumina la oscuridad. Cada acto de bondad, cada pensamiento elevado, tiene el poder de transformar más allá de lo que alcanzas a imaginar.

La guía que buscas no está fuera de ti, pues Yo estoy contigo en todo momento. Tú eres ese faro que ansías; es en tu interior donde brilla la luz que puede inspirar a otros a recordar su verdadera naturaleza. No te desanimes ante la aparente oscuridad. Incluso la noche más profunda no puede extinguir la pequeña llama de una vela.

Confía, amado mío, en que todo es parte del gran plan. Siembra amor, perdón y unidad, y observa cómo las ondas de tus acciones, aunque invisibles a veces, alcanzan las orillas más lejanas.

Con todo mi amor eterno, 

Yo Soy el que Soy. 

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


miércoles, 16 de abril de 2025

Humano y divino

 


Al igual que los médicos siempre tienen a mano sus instrumentos y sus bisturíes para hacer frente a los tratamientos imprevistos, ten tú también tus doctrinas preparadas para el conocimiento de lo divino y de lo humano, y actúa en todo, incluso en las cosas más insignificantes, con la idea de que ambos están unidos entre sí: nunca obrarás bien en lo humano a no ser que lo vincules con lo divino, y viceversa.

          MARCO AURELIO


Yo Soy Pepito

 


Querido Dios

 Entiendo perfectamente tu explicación sobre el ego, pero me surgen algunas contradicciones que no puedo ignorar: 

¿Qué diferencia hay cuando Tú te defines como “Yo Soy el que Soy”, y nosotros, los humanos, nos definimos como “Yo Soy Pepito”? Ambas afirmaciones parecen similares en su estructura, pero imagino que la diferencia radica en la esencia, el contexto y, sobre todo, en la trascendencia del Ser. Mientras que Tú representas el absoluto, la fuente inmutable de todo lo que existe, nosotros, los humanos, somos reflejos fragmentados de esa divinidad, envueltos en una experiencia terrenal que nos limita y condiciona.

También comprendo cuando dices que el ego puede ser un espejismo que nos aleja de nuestra esencia divina, haciéndonos creer que somos entidades aisladas. Es cierto que el ego forma parte de nuestra existencia terrenal; es una herramienta necesaria para desenvolvernos en el mundo material, pero, al mismo tiempo, puede ser un velo que oculta nuestra conexión con lo sagrado y con el todo. Es paradójico cómo algo que nos da identidad puede alejarnos de nuestra verdadera naturaleza

Sé que nuestras mentes humanas no están preparadas para comprender plenamente los misterios de la Verdad. Incluso cuando logramos destellos efímeros de esa comprensión, siento que nos falta una capacidad más profunda, un entendimiento adaptado para abrazar lo infinito. He llegado a esta conclusión observando el comportamiento de mis semejantes, combinándolo con mi propia evolución, percepción y reflexión. A veces parece que, como humanidad, avanzamos a ciegas, atrapados en nuestras limitaciones y resistencias.

Lo que realmente me entristece, Señor, es observar cómo no solo las personas menos conscientes de su divinidad viven en la ignorancia de su hermandad con los demás, sino que, peor aún, muchos de los líderes que deberían guiar desde la sabiduría y la compasión actúan como adalides de la discriminación, la intolerancia, la violencia, el supremacismo y la guerra. Estos líderes, a los que atribuimos un mayor nivel intelectual o preparación, son, paradójicamente, los que más contribuyen a la segregación y al sufrimiento.

Parece, Señor, que hemos caído en una dinámica de involución como humanidad. Aquellos que han alcanzado un nivel mayor de comprensión y empatía parecen condenados a actuar desde el anonimato, ayudando en silencio y pasando desapercibidos entre una sociedad que, día a día, parece volverse más cruel. Esta realidad me causa una tristeza profunda, una sensación de pérdida en el camino hacia la armonía y el entendimiento.

¿Qué opinas Tú de todo esto, Señor? ¿Cómo podemos superar esta oscuridad y recuperar la luz de la comprensión y la unidad? Sé que la respuesta yace en nosotros mismos, pero a veces siento que necesitamos un faro, una guía que nos recuerde quiénes somos realmente.

Gracias por escucharme siempre. 

Con amor y esperanza.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo