La libertad es uno de
los pilares fundamentales del pensamiento humano. Es el motor que impulsa la
autonomía, el sentido de la dignidad y la capacidad de autodeterminación. A
nivel filosófico, social y psicológico, el concepto de libertad se refiere a la
posibilidad que tienen los seres humanos de actuar, pensar y tomar decisiones
sin estar sujetos a coacciones externas o internas que limiten sus opciones.
Sin embargo, aunque a
nivel teórico todos los individuos nacen libres, la libertad absoluta es más
una aspiración que una condición concreta. La vida humana está inevitablemente
cruzada por circunstancias que merman o condicionan esa libertad. Por lo tanto,
la pregunta fundamental que se impone es: ¿somos realmente libres?
Creo que sería bueno
distinguir entre “libertad externa (aquella que depende de las condiciones
políticas, económicas o sociales) y “libertad interna” (aquella que depende de
nuestro estado emocional, psicológico o espiritual). Muchos sistemas democráticos
aseguran libertades formales: de expresión, movimiento, religión, asociación.
Pero que alguien tenga el derecho de hablar, moverse o creer no implica
necesariamente que tenga la capacidad real de hacerlo.
Por eso conviene
examinar los factores que limitan esa libertad, y preguntarnos si podemos
combatirlos desde el interior o si requieren transformaciones externas.
¿Es libre la persona
que sufre problemas económicos?
Una persona que vive
en pobreza extrema o en constante inseguridad económica tiene restringida su
libertad de decisión. Por ejemplo, no puede elegir qué educación recibir, qué
alimentos consumir o qué servicios médicos recibir. No puede aspirar fácilmente
a una vida plena, y muchas veces sus decisiones están guiadas por la urgencia,
no por el deseo.
No se me ocurre una
solución sobre como un “pobre” podría considerarse libre. La libertad aquí pasaría
por la justicia social y la equidad. Pero eso en la sociedad actual es una
quimera. O es que ¿algún político actual es capaz de organizar programas que
garanticen el acceso a servicios básicos, educación de calidad y empleos dignos
que empoderen al individuo y amplíen su margen de decisión? Pero también y,
esto aún es más quimera, pasa por la “educación financiera”, el emprendimiento
ético y el fortalecimiento comunitario como herramientas para superar, desde lo
local, las barreras económicas.
El resumen es que un “pobre”,
a no ser que tenga una fortaleza mental impresionante nunca va a sentirse
libre.
¿Es libre quien tiene
una enfermedad o discapacidad?
Una condición física o
mental puede limitar la autonomía del individuo. Quien depende de otros para
movilizarse, quien padece dolor crónico o tiene que vivir bajo tratamiento
constante, ve restringidas sus opciones. Sin embargo, esto no implica
necesariamente que no pueda ejercer formas de libertad.
En este caso antes de
reformular su capacidad de decidir, sería fundamental que la persona aceptara
su estado físico y, a partir de ahí se puede considerar la idea de libertad
como capacidad de decidir dentro de los márgenes personales. Aquí entra el
respeto por la diversidad funcional, la accesibilidad universal, el derecho a
tener asistencia y la inclusión plena en la vida social. Un enfermo o persona
con discapacidad puede ser libre si se le garantiza voz, participación,
dignidad y cuidado.
Aunque, mentalmente,
puede sentirse libre si es capaz de desarrollar una fuerza de voluntad
admirable a partir de sus limitaciones. La resiliencia, el desarrollo
espiritual y el sentido de propósito son formas potentes de libertad interior.
¿Es libre alguien con
miedo?
El miedo es una
prisión invisible. Puede bloquear decisiones, inmovilizar proyectos, impedir
relaciones. Es uno de los enemigos silenciosos de la libertad, porque opera
desde adentro.
La libertad frente al
miedo implica una revolución interior. Requiere autoconocimiento, herramientas
emocionales, apoyo psicológico y sobre todo, entornos seguros. Si una persona
vive bajo amenazas, violencia o humillación, difícilmente puede sentirse libre.
Pero si aprende a gestionar el miedo, a mirarlo de frente y a tomar decisiones
pese a él, empieza a construir libertad auténtica.
Los valientes no son
quienes no sienten miedo, sino quienes no permiten que ese miedo los gobierne.
¿Es libre aquel que
tiene ambición?
La ambición tiene un doble
filo. En su justa medida, impulsa a mejorar, innovar, crecer. Pero desbordada,
se convierte en una forma de esclavitud. El individuo vive obsesionado por el
éxito, la riqueza, el reconocimiento, y pierde de vista el sentido, el
descanso, el equilibrio.
La libertad frente a
la ambición requiere redefinir las metas personales. ¿Para qué quiero lo que
quiero? ¿Qué precio estoy pagando por ello? ¿A quién sirvo en mi búsqueda de
poder o éxito?
La práctica del
desapego, del agradecimiento y de la reflexión sobre los valores puede devolver
al individuo su centro. A veces, el acto más libre es renunciar a una meta para
abrazar un bienestar más profundo.
¿Es libre un
pusilánime?
La persona pusilánime
es aquella que carece de valor o determinación. Vive dominada por la
indecisión, la inseguridad y la falta de coraje. A menudo, deja que otros
decidan por él, que las circunstancias lo arrastren. En apariencia tiene
libertad, pero en la práctica no la ejerce.
La clave está en el
empoderamiento. El pusilánime necesita descubrir sus talentos, fortalecer su
autoestima y ser acompañado en su crecimiento. A través del desarrollo personal,
de experiencias que generen confianza y del refuerzo positivo, puede ir tomando
decisiones que lo acerquen a su autonomía. Nadie nace valiente: el coraje se
entrena.
Entonces, ¿somos
libres los seres humanos? No completamente. Pero sí somos seres con la “potencialidad
de la libertad”. La libertad no es un estado absoluto ni un privilegio
garantizado: es un camino. Se construye desde adentro y desde afuera, en
relación con los otros y con uno mismo.
Y eso significa que
cada persona tiene una misión profunda: identificar aquello que lo condiciona y
buscar las herramientas para liberarse. La sociedad debe poner en marcha
mecanismos que faciliten ese proceso, (justicia, inclusión, equidad, educación),
pero el individuo también debe encender su propia chispa: cultivar coraje,
pensamiento crítico y voluntad.
Porque, aunque no
todos seamos libres en plenitud, “todos podemos aspirar a serlo un poco más
cada día. Y esa aspiración, ese movimiento interior hacia una vida más
auténtica y elegida, ya es en sí una forma de libertad.
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