Querido hijo:
He recibido tu carta con amor y atención, como hago con cada pensamiento, pregunta y oración que surge de tus labios o tu corazón. Primero, permíteme decirte que comprendo tus inquietudes. La espera, tal como la experimentas, es parte de la experiencia humana, y sí, tiene un propósito profundo, aunque a veces parezca confuso.
La vida, mi querido
hijo, es como un río. Fluye constantemente y nunca se detiene, pero en ese
flujo, hay pausas: momentos en los que debes detenerte, reflexionar y observar.
Es en esas pausas donde nace lo que llamas "espera". La espera no es
un vacío; es un espacio que yo creé para que encuentres algo valioso. No es
solo un lapso entre el presente y el futuro; es el presente mismo, que a menudo
pasa desapercibido mientras tus ojos están fijos en lo que está por venir.
Entender el propósito
de la espera requiere paciencia, atención y fe. La espera te enseña paciencia,
sí, pero también te enseña gratitud y humildad. Cuando esperas algo, tu corazón
se abre al deseo, y el deseo es una manifestación del amor. Sin espera, no
habría anhelo, y sin anhelo, no habría propósito. ¿Qué es la vida sin
propósito? Cada paso que das en la espera te aproxima a comprender que lo que
buscas no siempre es tangible; a veces es un aprendizaje, una emoción, un
despertar espiritual que necesitas más que cualquier otra cosa.
Entiendo que la espera
puede ser difícil. En tu humanidad, a veces se siente como un castigo, como si
estuvieras atrapado en una rueda que no deja de girar. Puede ser agotadora,
frustrante, e incluso desalentadora. Pero quiero que sepas que nunca estás solo
en tus esperas. Estoy contigo en cada paso, escucho cada oración y comprendo
cada lágrima. Incluso en los momentos de silencio, cuando parece que no hay
respuesta, mi presencia está contigo, aunque no la percibas.
La espera también
tiene la capacidad de transformar. En ella, encuentras fuerza que no sabías que
tenías y descubres belleza en los lugares más inesperados. Hijo mío, te invito
a mirar la espera desde otra perspectiva. En lugar de verla como un obstáculo,
mírala como un regalo, un tiempo para crecer, para aprender, para explorar el
presente. A menudo, en la espera, encuentras las cosas más hermosas: una
conexión inesperada, una lección vital, un instante de paz. La espera te da
tiempo para prepararte, para recibir con plenitud lo que está por llegar.
Cuando esperas con el
corazón abierto, comienzas a ver que la espera en sí misma no está vacía; está
llena de vida, de oportunidades. De hecho, no todo lo que esperas llegará como
lo imaginas. A veces, como bien dices, lo que deseas no es lo que necesitas, y
yo, en mi amor por ti, siempre priorizo lo que es mejor para tu alma. Confía en
mi plan, aunque no lo comprendas por completo. La espera, aunque a veces parezca
interminable, siempre tiene un propósito.
Hay veces en las que
lo que esperas se convierte en algo diferente, algo que incluso supera tus
expectativas. Hay otras ocasiones en las que no recibes lo que deseabas, pero
te das cuenta de que era lo mejor para ti. La espera te ayuda a discernir, a
valorar lo que realmente importa y a dejar ir aquello que ya no tiene lugar en
tu vida. Todo esto forma parte de tu plan de vida, un plan que está diseñado
para llevarte hacia el amor, la paz y la plenitud.
Te animo a vivir en el
presente mientras esperas. Celebra los momentos que tienes ahora, encuentra la
belleza en las pequeñas cosas que te rodean. La vida no es una sucesión de
metas; es un viaje lleno de descubrimientos. A menudo, la espera te permite ver
el valor de lo que ya tienes, porque el presente está lleno de regalos que a
veces pasan desapercibidos mientras tus ojos están fijos en el futuro.
Recuerda siempre, mi
querido hijo: no estás esperando solo por cosas terrenales; estás esperando por
mí, por mi amor, por mi guía, por mi paz. Y aunque el mundo te diga que la
espera es algo negativo, yo te digo que es un tiempo sagrado, un regalo para tu
crecimiento espiritual. En la espera, hay un espacio para que profundices en tu
fe, en tu confianza en mí y en tu conexión con aquellos que te rodean.
Además, quiero que
sepas que yo también espero. Espero por ti, espero verte crecer, espero verte
sonreír y sentir paz. Espero que encuentres plenitud en mí, que tu espíritu se
llene de mi amor y que comprendas que no estás solo en esta jornada de vida. La
espera es una danza entre tú y yo, entre el tiempo y la eternidad, entre el
anhelo y la realización.
Querido hijo, cada
momento de espera tiene un propósito, y en cada espera estoy contigo. Mi amor
por ti es infinito y mi plan para ti es perfecto, aunque a veces sea difícil de
entender desde tu perspectiva humana. Confía en que todo lo que ocurre, incluso
la espera, tiene un propósito divino.
Vive con confianza, mi
querido hijo. Aprecia cada instante, cada pausa, cada espera. En ellas,
encontrarás no solo respuestas, sino también mi presencia y mi amor eterno.
Con todo mi amor.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
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