El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




domingo, 5 de octubre de 2025

Sobre el ego 3

 


El ego es a la persona como la cáscara al fruto: protege, pero debe romperse para liberar lo valioso.

 El ego cumple una función vital en nuestra construcción psicológica. Nos envuelve, nos defiende, nos da forma frente al mundo. Como la cáscara de un fruto, nos protege de heridas externas, de juicios, de vulnerabilidades. Nos ayuda a sobrevivir en entornos hostiles, a mantener una imagen, a sostener una narrativa de quién creemos ser. Pero esa misma cáscara, si no se rompe, impide que lo esencial se manifieste.

 Dentro de cada persona hay una semilla de autenticidad, una pulpa de sensibilidad, creatividad y amor. El ego, cuando se vuelve rígido, impide que esa esencia fluya. Nos hace temer el rechazo, nos obliga a competir, nos encierra en máscaras. Nos dice que debemos ser fuertes, exitosos, admirados. Pero lo valioso no está en la cáscara brillante, sino en lo que hay dentro: en la capacidad de sentir, de conectar, de ser sin pretensiones.

 Romper el ego no significa destruirse, sino abrirse. Es un acto de madurez, de rendición consciente. Es aceptar que no somos lo que aparentamos, sino lo que sentimos cuando nadie nos mira. Es permitir que la vulnerabilidad nos haga humanos, que la humildad nos haga sabios.

 Al igual que el fruto que se abre para alimentar, para sembrar, para dar vida, la persona que trasciende su ego se convierte en fuente. Fuente de verdad, de compasión, de transformación. Porque solo cuando la cáscara cae, el alma respira.

 Y entonces, ya no importa tanto cómo nos ven, sino cómo nos sentimos. Ya no buscamos aprobación, sino plenitud. Porque lo valioso no necesita adornos: solo espacio para florecer.


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