El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 24 de octubre de 2025

Cuando el alma despierta

 


 

“Recordar que soñamos es el primer paso hacia la eternidad”

 

Querido Dios:       

Permíteme una reflexión. No como un reproche, ni siquiera como un reclamo, sino como una inquietud que brota del corazón cuando la mente se silencia.

Cuando en nuestros sueños aparece una pesadilla, al momento de despertar, al cruzar el umbral entre lo onírico y lo real, se siente un alivio inmenso: “Gracias a Dios que solo era un sueño”. En esa frase hay gratitud, hay humildad, hay ese pequeño acto de rendirse ante lo desconocido. Porque incluso en la vigilia más lúcida, hay cosas que no podemos controlar.

Creo, sinceramente, que la vida y la muerte son algo parecido. Creo que la vida es como un sueño, una ensoñación de la Creación. Un suspiro divino que se materializa en carne, en tiempo, en experiencia. Infinitamente minúsculo si se compara con la eternidad del alma. Y aun así, ¡cuán importante se nos hace! Vivimos aferrados a este sueño como si fuera todo. Tememos perderlo, tememos que termine, tememos que lo que hay más allá sea oscuro, o peor, nada.

Pero si la vida es un sueño, entonces también se despierta. También tiene un final. También se transita de la sombra del cuerpo a la luz del espíritu. Y ese momento, ese instante en que se deja el peso de lo terrenal, debe ser –imagino– como despertar de una larga noche. Con el alma expandiéndose como si finalmente recordara que siempre supo volar.

En el sueño de la vida hay de todo. Sufrimiento y dolor que desgarran, alegrías que iluminan, felicidad que envuelve, éxtasis que trasciende, paz que serena, ansiedad que agita. Todas las emociones desfilan como actores por este teatro temporal. Ninguna permanece para siempre, ninguna tiene el poder de definirnos. Solo son parte del relato.

A veces me pregunto si ese desfile de emociones no es más que el alma probando trajes, entendiendo las formas del amor, del miedo, del apego y la compasión. Y a veces siento que, incluso en medio del caos, algo en nosotros sabe que no estamos solos. Que tú estás en cada rincón del sueño, aunque no podamos verte desde esta perspectiva limitada.

Y entonces llega el día. El día del despertar. La muerte. Qué palabra tan cargada de silencios. Dejamos el cuerpo como quien deja una casa después de una larga estancia. La piel se queda, los ojos se cierran, los latidos se aquietan. Pero algo se enciende. Una llama que no se puede apagar, que no depende del oxígeno ni de la materia. El alma, libre al fin, vuela.

Y la sensación de amor supongo que es tan inmensa, que no hay tiempo de pensar: “Qué alivio, que solo eras una vida”. Creo que el amor lo cubre todo. Esa vibración única, inefable, que recorre el espíritu y lo abraza. Como si al despertar nos diéramos cuenta de que éramos parte de ti, desde siempre. De que nunca estuvimos separados.

Pero aquí viene mi pregunta, Señor. En este sueño que llamamos vida, ¿por qué no somos capaces de permanecer conscientes? ¿Por qué no recordamos mientras soñamos que estamos soñando? ¿Por qué no traemos esa misma lucidez espiritual a la vigilia de lo cotidiano?

A veces siento que vivimos dormidos dentro del sueño, como marionetas que han olvidado que están conectadas al cielo. Y otras veces, solo en momentos fugaces de belleza o dolor, algo nos sacude y nos recuerda que hay más. Que hay una verdad que nos espera. Pero dura poco. Se desvanece. Nos distraemos otra vez.

¿Será que hay un propósito en esta inconsciencia? ¿Será que el alma necesita olvidar para aprender desde cero? ¿Será que hay amor incluso en no saber? Porque si supiéramos todo desde el principio, quizás no valoraríamos nada. Quizás no sabríamos lo que significa confiar, avanzar en la oscuridad, buscar respuestas dentro del corazón.

Y aun así… no puedo evitar soñar con una humanidad despierta. Una humanidad que, aun en medio de este sueño, viva con conciencia. Que sepa que está soñando. Que recuerde que el alma es eterna. Que actúe con la certeza de que todo lo que hace reverbera más allá del tiempo.

Gracias Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


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