El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 7 de octubre de 2025

Cuando escribir es orar

 


 

“Aceptar también es amar”

 Querido Dios:

 Te escribo una y otra vez y, supongo que sabes que, es por el placer de sentirme cerca de Ti. 

No me lamento o, al menos, no quiero hacerlo, porque soy consciente de que ante los acontecimientos que nos va presentando la vida, de nada valen los lamentos.  

Me gusta la frase ¡qué se le va a hacer! Porque condensa en pocas palabras esa sabiduría serena que sólo se alcanza cuando uno ha vivido lo suficiente como para comprender que la resistencia inútil solo desgasta el alma. Esa frase, tan sencilla, tan cotidiana, tan nuestra, me recuerda que hay cosas que no puedo controlar, que el mundo tiene su propio ritmo, y que lo mejor que puedo hacer es dejar de luchar contra la corriente cuando no hay barca que me lleve a otra orilla.

Y, sin embargo, en medio de esa aceptación también vive un deseo profundo: el de encontrar sentido. Porque, aunque mi corazón haya aprendido a no pelear contra lo inevitable, no ha perdido la costumbre de preguntarse por qué. Por qué ciertas cosas duelen más que otras, por qué los caminos se cruzan y se separan, por qué las personas se van sin previo aviso, por qué hay días en los que el cielo pesa más que el cuerpo.

Hoy te escribo, Señor, no para reclamarte nada, sino para compartirte todo. Mis silencios, mis esperanzas, mis miedos que a veces se camuflan tras una sonrisa. Sé que no necesitas que te cuente lo que ya sabes, pero escribirte me ayuda a escucharlo yo. Hay una paz especial en ponerle palabras al alma, en dejar que lo que me habita tome forma y se pose, como una mariposa cansada, sobre esta hoja.

Hay días en los que me siento como un árbol en otoño. No porque me sienta viejo, que lo soy, sino porque descubro que hay cosas que se desprenden de mí sin que yo lo pueda evitar. Ideas, personas, creencias… caen como hojas que ya cumplieron su ciclo. Y no es malo, lo sé. Después del otoño viene el invierno, y tras él, la primavera. Pero ¿cómo se hace para no extrañar las ramas llenas? ¿Cómo se aprende a ver belleza en la desnudez?

Quizás por eso te escribo tanto. Porque cuando me siento vacío, me acuerdo de que tú llenas los espacios sin ruido, sin prisa, sin pedir permiso. No llegas con estruendo, llegas con brisa. No irrumpes, simplemente estás. Y eso me basta.

Señor, a veces imagino que me escuchas con una sonrisa. Que te conmueve esta forma tan humana de buscarte a través de las palabras, como quien lanza una botella al mar. Me gusta pensar que lees cada frase como quien lee la carta de un amigo: con cariño, sin juicio, entendiendo que todo lo que escribo nace de un corazón que aún se esfuerza por amar a pesar de las grietas.

Y sí, qué se le va a hacer… esa frase también la digo cuando la nostalgia se sienta a cenar conmigo. Cuando el recuerdo de lo que fui se aparece sin haber sido invitado, y me mira con ojos de tiempos mejores. Pero incluso en esos momentos, no hay amargura. Sólo esa dulzura melancólica que tiene el saber que se ha vivido. Porque cada arruga es una historia, cada silencio una lección, cada caída un motivo para escribirte de nuevo.

No sé si esta carta llegará a algún lugar, o si se quedará entre los confines de mi alma y el papel. Pero mientras la escribo, me siento menos solo. Siento que entre tú y yo hay algo más que fe: hay complicidad. Como esos amigos que no necesitan hablar para entenderse. Como esa mirada que abraza sin tocar. Como ese silencio que no incomoda.

A veces quisiera preguntarte tantas cosas. Saber cómo ves el mundo desde tu eternidad. Saber si te sorprenden nuestras guerras, nuestras pasiones, nuestras contradicciones. Si te duelen nuestras injusticias, si te conmueve nuestra ternura. Pero luego recuerdo que tal vez no necesitas explicaciones. Que tu forma de responder es el tiempo, la experiencia, los caminos que parecen sin sentido hasta que, de pronto, uno se da cuenta de que cada paso estaba perfectamente colocado para llevarnos justo donde debíamos estar.

Me gusta pensar que tú también amas las frases simples. Como “qué se le va a hacer”. Porque ahí hay humildad, hay entrega, hay madurez. No es resignación, es reconocimiento. Reconocer que a veces soltar también es amar. Que aceptar lo que es no implica dejar de soñar lo que podría ser. Que la vida, después de todo, se vive en equilibrio entre lo que deseo y lo que sucede.

Gracias, Señor, por dejarme escribirte. Por ser ese destinatario fiel que nunca cambia de dirección. Por leerme aun cuando lo que escribo no tiene sentido. Por acoger mis palabras como se acoge a un hijo que regresa de una batalla: sin reproches, sólo con los brazos abiertos.

Prometo seguir escribiéndote. Porque mientras haya tinta, mientras haya alma, mientras haya días en los que me sienta vulnerable, voy a seguir buscando tu cercanía. No para pedir, no para exigir, sino simplemente para estar. Para que entre tú y yo siga existiendo este puente invisible que se construye con cada carta, cada pensamiento, cada suspiro.

Porque sí, qué se le va a hacer… pero se le puede hacer una carta.

Gracias por estar, gracias por ser.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


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