El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 31 de octubre de 2025

El equilibrio de la Creación

 


 

En la Creación todo estaba en equilibrio. El ser humano está rompiendo ese equilibrio.

         Imaginemos a dos niños en un columpio doble, de esos que se balancean cuando ambos cooperan. Uno se impulsa hacia atrás mientras el otro avanza, y así, en perfecta sincronía, el columpio se mueve con armonía. El viento acaricia sus rostros, el sol los ilumina, y el juego se convierte en danza. Ninguno domina, ninguno se impone. Ambos entienden que el equilibrio depende de los dos.

         Este columpio representa la Creación: un sistema delicado, interconectado, donde cada ser tiene su lugar y su función. El agua fluye, los árboles respiran, los animales migran, las estaciones giran. Todo está diseñado para sostener la vida en un ciclo que se renueva constantemente. Como los niños en el columpio, la naturaleza se balancea entre opuestos: día y noche, lluvia y sol, nacimiento y muerte.

         Pero, ¿qué ocurre cuando uno de los niños decide impulsarse más fuerte, sin esperar al otro? El columpio se desequilibra. El juego se vuelve incómodo, incluso peligroso. El niño que se queda atrás ya no puede seguir el ritmo, y el que se adelanta pierde el sentido del juego. Lo que era armonía se convierte en caos.

         Así ha actuado el ser humano frente a la Creación. En su afán de progreso, ha olvidado que forma parte de ese columpio. Ha querido dominar la naturaleza, extraer sin medida, construir sin pausa, consumir sin conciencia. Ha roto el ritmo, ha ignorado al otro niño —que bien podría ser el planeta mismo— y ha convertido el juego en una lucha desigual.

         La deforestación, el cambio climático, la extinción de especies, la contaminación de mares y cielos… son señales de que el columpio ya no se balancea como antes. La Tierra, ese compañero silencioso, empieza a resentirse. Y como en el cuento, si no se recupera el equilibrio, el columpio puede detenerse o incluso romperse.

          Pero aún hay esperanza. El niño que se adelantó puede mirar atrás, reconocer el error y ajustar su impulso. Puede volver a coordinarse, escuchar, respetar el ritmo del otro. El ser humano tiene la capacidad de restaurar lo que ha dañado, de aprender a convivir con la naturaleza en lugar de someterla. La ciencia, la educación, la espiritualidad, el arte… son herramientas para reencontrar ese equilibrio perdido.

       La reflexión es clara: no estamos solos en el columpio. Cada decisión que tomamos afecta el balance del mundo. Si queremos seguir jugando, si queremos que el viento siga acariciando nuestros rostros, debemos volver a mirar al otro niño, al planeta, y recuperar juntos la armonía.


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