Querido Dios:
Desde pequeños,
aprendemos a esperar. Esperamos que llegue el verano, que se haga el pastel en
el horno, que mamá nos lea un cuento antes de dormir. Y mientras crecemos, esas
esperas se transforman: esperamos encontrar el amor, alcanzar nuestras metas,
recibir el reconocimiento por nuestro esfuerzo. Y cuando logramos algo, no
tardamos mucho en comenzar a esperar lo siguiente, como si el acto de esperar
nunca tuviera fin.
Sin embargo, no puedo
evitar preguntarme: ¿es esto lo que tú planeaste para nosotros? ¿Esta constante
sensación de que estamos incompletos, de que lo que buscamos siempre está un
paso más allá? A veces, la espera se siente como un peso, como un vacío que nunca
se llena. Nos prometemos que seremos felices cuando ocurra "eso" que
estamos esperando, pero ¿y si nunca llega? ¿Y si al final de todo descubrimos
que nuestras vidas no eran más que una sucesión de esperas?
Nos enseñan que la
paciencia es una virtud, y sé que tú nos has bendecido con ella. Pero reconozco
que, en mi humanidad, a veces me falta. En la espera, he sentido frustración,
desilusión y cansancio. Incluso he cuestionado si tú estás escuchando, si mi
espera es en vano. ¿Por qué nos haces esperar tanto? ¿Es la espera una lección,
una forma de hacernos valorar el presente, o simplemente parte del misterio de
tu plan?
En muchas ocasiones,
la espera está cargada de incertidumbre. Aguardamos con la esperanza de que lo
que estamos esperando traiga alegría, paz o claridad. Pero esa esperanza,
aunque poderosa, puede tambalearse cuando la espera se alarga. En esos momentos
de duda, me pregunto si estoy entendiendo mal tu mensaje, si lo que espero es
algo que tú consideras innecesario o irrelevante para mi vida. Y así, me
encuentro buscando respuestas que parecen no llegar nunca.
La espera también nos
confronta con nuestra propia vulnerabilidad. Al esperar, nos damos cuenta de
que no tenemos control absoluto sobre nuestras vidas. Podemos planear, trabajar
y esforzarnos, pero hay cosas que simplemente no están en nuestras manos. Ese
reconocimiento puede ser desconcertante, pero también liberador. En la espera,
somos invitados a soltar nuestras ansias de control y confiar en ti, en tu
tiempo, en tu sabiduría.
Te pido que ilumines
mi corazón, Dios, porque en medio de mi incertidumbre, sigo confiando en ti. Sé
que la vida tiene un propósito y que cada espera, por dura que sea, tiene un
significado. Pero aun así, necesito tus palabras, tu guía. Por favor, ayúdame a
entender el sentido de esta espera interminable que define nuestra existencia.
También he llegado a
darme cuenta de que la espera no siempre es negativa. Hay belleza en la espera,
aunque a veces sea difícil de ver. En esos momentos de pausa, podemos descubrir
cosas que, de otro modo, habrían pasado desapercibidas. La espera nos da tiempo
para reflexionar, para aprender, para crecer. Nos da la oportunidad de conectar
con otros, de fortalecer nuestra fe y de encontrar alegría en las pequeñas
cosas de la vida.
Sin embargo, soy
consciente de que no siempre aprovecho ese tiempo como debería. En mi
impaciencia, a menudo me encuentro ansioso y preocupado, mirando hacia el
futuro en lugar de vivir en el presente. Por eso, te pido que me ayudes a
cambiar mi perspectiva. Enséñame a ver la espera como un regalo, como una
oportunidad para estar más cerca de ti y de los demás.
La espera también nos
enseña humildad. Nos recuerda que no somos el centro del universo, que nuestras
vidas están interconectadas con las de los demás y con tu gran plan. Nos invita
a reconocer que no siempre sabemos lo que es mejor para nosotros y a confiar en
tu sabiduría y amor. En ese sentido, la espera es un acto de fe, una expresión
de confianza en ti.
A lo largo de mi vida,
he visto cómo algunas de mis esperas han dado fruto. He experimentado la
alegría de ver sueños cumplidos, metas alcanzadas y deseos realizados. En esos
momentos, he sentido una profunda gratitud hacia ti. Pero también sé que no
todas las esperas tienen el final que esperamos. Hay veces en las que lo que
llega no es lo que deseábamos, pero con el tiempo, nos damos cuenta de que era
justo lo que necesitábamos. En esos casos, tu amor y tu cuidado se hacen
evidentes de formas que no siempre entendemos al principio.
Querido Dios, gracias
por escucharme, incluso cuando mis palabras están llenas de dudas y preguntas.
Sé que tú comprendes mi corazón mejor que yo mismo. Confío en que cada espera
tiene un propósito, aunque no siempre pueda verlo claramente. Ayúdame a vivir
en el presente, a encontrar alegría en el ahora y a confiar en tu plan, incluso
cuando la espera parezca interminable.
En última instancia,
espero en ti, Dios. Más allá de las cosas materiales o los logros terrenales,
mi mayor anhelo es estar cerca de ti, sentir tu amor, tu paz y tu guía. Y sé
que tú nunca me fallarás. En la espera, te encuentro, y en ti, encuentro todo
lo que necesito.
Con esperanza y
gratitud.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo