Capítulo VIII. Parte 1. Novela "Ocurrió en Lima"
Antay salió de la inmobiliaria pensando en lo pequeño y lo irónico que es el mundo. Desde el miércoles pasado, que conoció a Indhira, toda su vida emocional y su pensamiento giraban a su alrededor y, podría decir que su trabajo, también, ya que las dos únicas actuaciones laborales habían sido para ella y la empresa de su padre.
Su pensamiento quiso intervenir
en la conversación que Antay mantenía consigo mismo: “A pesar de que Ángel dice
que la casualidad no existe, esto ha sido lo que sea que sustituye a la casualidad,
pero a lo grande”. “Si, esta vez no me queda más remedio que darte la razón,
porque ha sido increíble”. “Y si como dice Ángel, todo está programado, está ha
sido una programación espectacular. ¡Es una pena no tener acceso a esas
programaciones, caso de ser ciertas!”.
No había recorrido ni una
cuadra cuando me pareció que la persona que caminaba delante de mí no era otro
que Ángel. Aceleré al paso para darle alcance y pude comprobar que, en efecto,
era Ángel que no pareciera ir a ningún lugar por la lentitud de su caminar.
-
Ángel, -llamé cuando estaba a punto de
llegar a su altura.
-
Se volvió, como sorprendido al escuchar
su nombre– Hola Antay, es un placer verte, ¿cómo estás?
-
Hola Ángel, estoy bien –dijo Antay
contestando a la pregunta de su interlocutor- y tú, ¿cómo vas?, hace tiempo que
no nos encontramos.
-
Es cierto. Justamente hoy me he
levantado pensando en ti. ¿Cómo va tu trabajo de amor y aceptación?
-
Yo diría que bien, aunque ayer tuve un
mal día. Fue tan malo que me senté a meditar y…, volví a hablar con Dios.
-
¿De qué trató la conversación?
-
Bueno, conversación poca, Él habla y yo
escucho. ¡Como contigo! Me habló del amor y de la atención. Empiezo a tener
claro que el pilar de todo este tinglado de la vida es el amor.
-
Puedes estar bien seguro de eso. ¿Qué
pasó para que te sentaras a meditar?
Teniendo
en cuenta que Ángel era como mi confesor y, además, como me lo había encontrado
en la regresión, le conté todas mis peripecias con Indhira, incluidos el
ridículo del primer encuentro, mi lastimosa despedida del sábado, y mi penoso
estado emocional.
-
Y como no podía dejar de pensar en
ella, lo intenté meditando. Mejoré algo y, del todo, cuando recibí la llamada
de una empresa para un trabajo y resultó ser la empresa del padre de Indhira. De
ahí vengo. Es como si los hados se hubieran puesto de acuerdo para mantenerla
en mi mente. Tuve que reparar, también, la computadora en el despacho de su
padre y, allí, delante de mí, estaba la foto de Indhira.
>>
No entiendo cómo puedo estar pensando de manera permanente en ella, si solo
estuvimos juntos un día. Es de locos, y tampoco entiendo tanta casualidad, o lo
que sea, ya sé que tú me has dicho que no existe la casualidad. Pero no sé cómo
llamar a esto.
-
No le llames nada, ¿qué más da?,
¿cambia algo porque le des un nombre?
>>
Los seres humanos tenemos la costumbre de querer darle nombre a todo, de querer
entender todo, de querer saber, pero las cosas pasan con nombre o sin nombre,
entendiéndolas o no. Con la energía que se gasta tratando de ponerle nombre o buscando
una explicación, a todo lo que sucede en la vida, se pierde la vida y se
escapan los detalles porque la mente está ocupada eligiendo que nombre ponerle
a eso que se le está escapando a la persona de las manos.
-
Sí. Tienes razón, pero es lo que hemos
hecho siempre, es lo que nos han enseñado y lo que vamos a enseñar a las
siguientes generaciones. ¿Cómo se puede cambiar esa dinámica?
-
Aceptando lo que es, sin más. Recuerda
que “todo está bien”. Ya estás trabajando en ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario