El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 29 de septiembre de 2025

Las manos vacías que bendicen

 



Cuando el alma se ofrece desde su herida, 

el amor deja de ser esfuerzo y se convierte en milagro.

 

Querido Hijo:

         Leí tu carta con ternura infinita. No por lo que crees que te falta, sino por lo que ya estás dando sin saberlo. Te sientes vacío, pero desde esa misma pobreza me has ofrecido lo más preciado: la verdad de tu corazón. Y ese, créeme, es uno de los actos más grandes de caridad que se pueden ofrecer.

          ¿Tú crees que no tienes nada? Déjame decirte algo con suavidad: estás más lleno de amor de lo que imaginas. Lo que pasa es que a veces el cansancio, el agobio o la sensación de insuficiencia hacen ruido en tu interior, y te nublan la vista. Pero debajo de ese ruido vive una fuente silenciosa. Una fuente que brota cada vez que eliges mirar al otro, incluso cuando tú mismo necesitas descanso.

No pienses que dar siempre significa tener algo material. Tampoco creas que la caridad se mide por su tamaño o por el aplauso que genera. Mi lógica es distinta. Yo veo lo que das en lo oculto. Veo cada vez que eliges no responder con dureza. Veo cuando sostienes una palabra amable, aunque por dentro estés temblando. Veo el esfuerzo de tu sonrisa, el silencio que regalas en vez de un reproche, la escucha que ofreces cuando estás a punto de rendirte. Todo eso, hijo mío, es caridad en estado puro. Sin adornos. Sin espectáculo. Sin condiciones.

No tienes que estar rebosante para dar. A veces, las almas más generosas son las que han aprendido a dar desde su propia herida. No porque se ignoren, sino porque han descubierto que también el dolor, cuando es ofrecido, puede convertirse en consuelo. Lo que das no siempre viene de lo que posees. Muchas veces nace de lo que has perdido. Y en ese dar silencioso se esconde un amor que yo reconozco enseguida: es el amor que se parece al Mío.

Tu pregunta es honda: ¿cómo dar cuando no se tiene? Y yo te digo: empieza por darte a ti mismo el permiso de no llegar a todo. Porque la caridad verdadera no exige más allá de tus fuerzas. No se alimenta de tu desgaste, sino de tu libertad. No quiere que te pierdas a ti mismo tratando de salvar al mundo. Quiere, más bien, que aprendas a amar desde donde estás, con lo que eres, con lo que puedes, y que confíes en que eso, ofrecido con sinceridad, es suficiente.

No hay medida para el amor. No hay termómetro que diga: “este gesto es pequeño, este es grande”. Porque lo que transforma no es la cantidad, sino la intención. Esa viuda de la que me hablas, con sus dos monedas, ofreció más que todos los demás porque dio desde su totalidad. Y tú, cuando das, aunque te sientas roto, estás haciendo lo mismo. Tal vez no lo ves. Pero Yo lo veo.

La caridad no busca resultados. No es una transacción. Es una entrega libre. No tienes que esperar que todo lo que das sea comprendido, agradecido, valorado. Porque entonces estarías esperando algo a cambio, y eso ya no es amor, sino trueque. El amor que más toca el corazón ajeno es aquel que se da sin saber si volverá. Y ese amor, cuando es auténtico, nunca se desperdicia. Aunque no lo veas, aunque no lo sepas, siempre deja huella.

A veces, dar es simplemente estar. Y tú ya has estado para muchos, incluso cuando creías no tener nada más. Tu presencia, tu fidelidad silenciosa, tu capacidad de permanecer incluso en el agotamiento… eso es caridad. Y más aún: eso es santidad. Una santidad discreta, imperfecta, real. Una que no se escribe en biografías, pero sí en los pliegues de las almas que acompañas.

No te compares con nadie. No midas tu amor en función de lo que hacen otros. Cada uno tiene su propio modo de dar. Algunos con palabras, otros con tiempo, otros con gestos silenciosos. Tú tienes el tuyo. No es más pequeño ni menos valioso por ser distinto. Yo te hice único. Y lo que tú puedes dar, no puede darlo nadie más.

Hijo mío, ¿quieres saber cuándo das caridad verdadera? Cuando te das sin perderte. Cuando amas sin destruirte. Cuando sirves sin dejar de ser tú. La caridad no exige que renuncies a tu dignidad. Al contrario: la eleva. Te hace más tú. Más libre. Más pleno.

Si un día no puedes dar más que un suspiro, dámelo. Si solo tienes una mirada cansada, entrégala. Si solo puedes ofrecer silencio, hazlo. Yo recojo todo. Todo tiene sentido para Mí cuando se da desde el corazón. No me fijo en el tamaño de la obra, sino en el amor con que se hizo.

Y si te preguntas si yo espero más de ti… la respuesta es no. No quiero que te rompas por intentar parecer generoso. No quiero que finjas fuerza donde hay cansancio. Quiero que seas honesto, como lo has sido en tu carta. Quiero que te reconcilies con tus límites. Que te veas como Yo te veo: no como un instrumento para los demás, sino como un hijo amado cuya existencia ya es don en sí misma.

Déjame cuidar de ti también. De tu ternura cansada, de tu alma sedienta, de tus ganas de servir que a veces se mezclan con la frustración. Aun cuando no das nada visible, si sigues amando desde dentro… estás dando más de lo que crees. Si mantienes abierta la puerta de tu corazón, aun con miedo, aun con fatiga, aun con vacío… estás haciendo espacio para la caridad más pura: aquella que no nace del tener, sino del ser.

Tú no te das cuenta, pero muchas veces eres mi respuesta al dolor de alguien. Sin palabras, sin gestos extraordinarios, simplemente con tu estar. Con tu fidelidad. Con tu mirada compasiva. Con tu escucha que no interrumpe. Ahí, hijo mío, Yo actúo a través de ti.

Así que no tengas miedo de tus manos vacías. En ellas Yo puedo obrar milagros. Solo tráemelas. Tal como son. Y déjame a Mí hacer el resto.

Con amor eterno, Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

Mudra de las olas

 


MUDRA DE LAS OLAS

MUDRA CONTRA LAS TENSIONES INTERNAS

Mudra de la Olas, el Mudra para trascender las tensiones internas.

Cuando la agitación exterior nos provoca desasosiego y tensión interior, comprometemos gran cantidad de energía.

Sirve para

Este mudra nos ayuda a recuperar nuestra energía y que esté disponible para respirar mejor, fortalecer el sistema inmune y relajar zonas vulnerables como la parte baja de la espalda y la nuca.

Invita a la integración de nuestras polaridades y hemisferios cerebrales y estimula nuestro sistema linfático y circulatorio

Este mudra también invita a la flexibilidad pues emula el movimiento de olas en ese entrecruzamiento de manos y dedos.

Si se pone a sudar durante la práctica, es señal de que el sistema inmunitario está trabajando a plena potencia para vencer alguna infección.

Como se hace

Se colocan las manos, de manera que los dedos, índice, corazón anular de la mano derecha reposen sobre la muñeca izquierda.

Los pulgares y los meñiques se enlazan con los de la mano contraria.

Se coloca el mudra en el regazo.

Respiración

Respira lenta y suavemente, alargando la respiración, haciendo una pausa después de la inhalación y la exhalación.

En la exhalación imagina que expulsas las tensiones internas.

Beneficios

Recuperar la energía.

Fortalece el sistema inmunológico

Fortaleza los órganos sexuales.

Fortalece la parte inferior de la espalda.

Beneficioso en casos de jaqueca.

Problemas de circulación.

Desarreglos de la menopausia.

Hipo.

Hipertensión sanguínea.

Efecto calmante y relajante.


El ego y el silencio

 


Sobre el ego 1

 


El ego es a la persona como la sombra al cuerpo: siempre presente, pero no es lo esencial. 

El ego nos sigue a todas partes, como una silueta que se proyecta desde nuestra identidad. Nos hace creer que somos lo que aparentamos, lo que logramos, lo que otros ven. Pero al igual que la sombra, el ego no tiene sustancia propia: depende de la luz que lo proyecta, del entorno que lo moldea. No es malo en sí mismo; puede protegernos, impulsarnos, darnos forma. Sin embargo, cuando lo confundimos con nuestra esencia, nos perdemos.

La persona auténtica vive más allá del reflejo. Habita en la conciencia, en la capacidad de amar sin condiciones, en el silencio que no necesita reconocimiento. El ego grita, exige, compite. La esencia escucha, comprende, crea. Hay momentos en que el ego nos domina, y creemos que somos nuestra sombra. Pero basta una pausa, una mirada interior, para recordar que somos el cuerpo que la proyecta, no la sombra que nos sigue.

Liberarse del ego no significa destruirlo, sino reconocer su lugar: un acompañante, no un guía. Cuando lo ponemos en su sitio, la luz que nos atraviesa deja de proyectar sombras y empieza a iluminar caminos. Porque lo esencial no se ve, pero se siente. Y ahí es donde habita lo verdadero.

 


viernes, 26 de septiembre de 2025

Los 4 pilares de la virtud estoica

 


Los 4 pilares de la virtud estoica

 Los estoicos identificaron cuatro virtudes cardinales que forman la base de una vida sabia y virtuosa. Estas virtudes no son solo ideales abstractos, sino guías prácticas para vivir conforme a la razón y la naturaleza:

 1. Sabiduría (Sophia)

°     Es la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo.

°     Implica juicio correcto, prudencia y comprensión profunda del mundo.

°     El sabio sabe qué depende de él y qué no, y actúa en consecuencia.

 2. Justicia (Dikaiosyne)

°     Es tratar a los demás con equidad, respeto y honestidad.

°     Incluye deber, integridad, y el reconocimiento de que somos parte de una comunidad racional.

°     Para los estoicos, ser justo es vivir en armonía con los demás.

 3. Fortaleza (Andreia)

°     Es la resistencia frente al dolor, el miedo y la adversidad.

°     No se trata de dureza emocional, sino de valentía racional: actuar correctamente incluso cuando es difícil.

°     El estoico no se deja dominar por el sufrimiento ni por el placer.

 4. Templanza (Sophrosyne)

°     Es el dominio de uno mismo, la moderación en deseos y acciones.

°     Implica equilibrio, autocontrol y evitar los excesos.

°     El sabio no se deja arrastrar por impulsos irracionales.

 Estas virtudes están interconectadas: no se puede ser verdaderamente justo sin sabiduría, ni sabio sin templanza. Juntas forman el carácter del sabio estoico, que vive conforme a la razón y alcanza la eudaimonía, o plenitud interior.

Espiritualidad

 


jueves, 25 de septiembre de 2025

Ambición

 


Ninguno de los que intervienen en la vida pública piensa en todos aquellos a los que ha aventajado; piensa solo en los que le han aventajado a él.

Le indigna más que uno solo le preceda de lo que le complace ver los muchos a los que él ha dejado atrás.

El mal de la ambición está en que nunca mira a la espalda.

LUCIO ANNEO SÉNACA


Mudra para actuaciones en público

 


MUDRA PARA ACTUACIONES EN PÚBLICO

MUDRA PARA LA SEGURIDAD DE UNO MISMO

 

Como se hace

Dobla los dedos corazón, anular y meñique hacia la palma, en cada mano.

Con los dedos extendidos juntas las yemas de los pulgares y de los índices.

Coloca las manos delante del pecho, con los índices apuntando hacia el cielo y los pulgares hacia el pecho.

Respiración

Respira lenta y suavemente, alargando la respiración, haciendo una pausa después de la inhalación y la exhalación

Sirve para

Mantener la confianza y la seguridad en uno mismo.

Este mudra actúa sobre las cápsulas suprarrenales que segregan adrenalina y un efecto hacia el ser, como un todo.

Beneficios

Autoconfianza.

Confianza.

Seguridad.


Dar desde el vacío

 


"Una súplica desde el cansancio, 

donde amar se vuelve acto de fe"

 Querido Dios:

         Hoy me acerco a Ti con las manos vacías. Ni oro, ni incienso, ni mirra. Solo el silencio de un corazón que no sabe cómo seguir dando cuando se siente agotado. Me enseñaron que la caridad es el mayor de los amores, que es la virtud más alta, la que todo lo sostiene… pero ¿cómo se da cuando no se tiene nada?

Señor, ¿Es posible dar desde el vacío? ¿Es caridad la sonrisa forzada cuando el alma no tiene fuerzas? ¿Es caridad compartir el último aliento cuando apenas se respira? ¿O es mejor esperar a estar lleno para poder ofrecer algo verdadero?

Tú que me conoces hasta lo más profundo, sabes que no me niego a amar. No cierro las puertas por egoísmo, sino por cansancio. A veces me piden más de lo que puedo dar, más presencia, más tiempo, más paciencia… y siento que me desgasto intentando llegar a todo. ¿Es eso caridad, o es simplemente autoexigencia envuelta en buenas intenciones?

He escuchado que amar es darlo todo. Pero ¿y si ese “todo” es poco? ¿Y si lo que tengo está roto? ¿Y si solo puedo dar migajas porque eso es lo único que queda? ¿Vale esa caridad tanto como la de los grandes gestos? ¿O es mejor callar y no ofrecer, por miedo a que lo que doy no sea suficiente?

Hay días, Señor, en que me siento como el pobre del Evangelio: esa viuda que ofrece dos monedas sabiendo que no tiene más. Pero también hay días en que no tengo ni monedas, ni ganas, ni fe. Solo el deseo de desear… ¿Eso cuenta ante tus ojos? ¿Puede el querer dar ser ya un acto de amor, aun cuando no llegue a concretarse?

También me confunde otra cosa: ¿es caridad solo lo que beneficia al otro, o también lo que me transforma a mí? A veces doy sin ganas, solo por deber, y no siento en ello ninguna belleza. Otras veces me niego a dar lo que me piden, pero ofrezco otra cosa: un silencio, una mirada, una fidelidad discreta. ¿Eso también es caridad?

¿Cómo amar a quien no responde? ¿Cómo dar a quien no agradece? ¿Cómo seguir sirviendo sin agotar el alma? ¿Dónde está la línea entre el sacrificio que transforma y el que destruye? No quiero convertirme en alguien seco, agotado, resentido por haber dado más de lo que podía. Pero tampoco quiero cerrar el corazón por miedo a perder.

¿Es caridad callar cuando tengo razón? ¿Es ceder en lugar de imponer mi juicio? ¿Es tragarme las palabras duras para no herir, aunque yo me sienta herido? ¿Es poner siempre al otro primero, o también es caridad cuidarme, respetar mis límites, proteger lo que necesito?

He visto personas que dan sin parar, y sin embargo no transmiten amor, solo agotamiento. He visto otras que apenas hacen ruido, pero cuya sola presencia es bálsamo. ¿Es eso caridad también? ¿Puede la ternura silenciosa valer más que mil obras visibles?

A veces me pregunto si Tú esperas de mí más de lo que puedo dar. Y al instante me corrijo, porque sé que Tú no exiges. Pero entonces, ¿por qué me siento mal cuando no alcanzo, cuando no llego, cuando fallo a los que esperan algo de mí?

¿Y qué pasa con las veces que el dar duele? ¿Es la caridad siempre alegre, o también atraviesa el llanto, el cansancio, la incomprensión? ¿No fuiste Tú quien se dio hasta el extremo, incluso sin ser entendido, incluso sin ser acogido? ¿Acaso esa cruz también fue caridad?

Y si el amor, como dice San Pablo, “todo lo soporta”, ¿cómo distinguir eso de la resignación amarga? ¿No es más valiosa la caridad que construye, que eleva, que libera… que la que se arrastra sin esperanza?

Te confieso que muchas veces me siento egoísta. Porque me guardo, me reservo, me protejo. Porque cuando alguien me necesita, a veces quiero huir. O me convenzo de que ya hice suficiente. ¿Pero quién pone el límite? ¿Cuándo es prudencia y cuándo es cierre?

Y si no tengo dinero, ni tiempo, ni energía… ¿qué me queda por dar? ¿Es suficiente una oración? ¿Un pensamiento? ¿Un gesto discreto que nadie ve? ¿Se puede ser caritativo incluso desde la debilidad?

No quiero amar con estrategias. No quiero calcular cuánto doy ni cuánto recibo. Pero tampoco quiero amar por obligación, por miedo, por inercia. Quiero amar de verdad. Dar de verdad. Aunque no tenga mucho. Aunque no siempre se note. Aunque a veces dude de si sirve de algo.

Por eso, Dios, te escribo esta carta. Para que me enseñes a dar desde mi realidad, y no desde ideales imposibles. Para que me muestres cómo amar sin perderme. Para que me recuerdes que no tengo que parecer fuerte para ser generoso. Que basta con poner lo poco que tengo en tus manos, como el niño que ofreció cinco panes y dos peces.

No busco ser aplaudido por lo que doy. Ni quiero convertirme en mártir del deber. Solo deseo que mi vida, aunque frágil, sea ofrenda. Que pueda mirar a quien tengo delante y descubrir cómo acompañarle, cómo sostenerle, aunque sea desde el silencio. Aunque sea desde mi pequeñez.

¿Es eso caridad? ¿Dar desde lo poco? ¿Ofrecerse sin certezas? ¿Permanecer cuando no se tiene nada más que ofrecer que una presencia? Si lo es, entonces te pido que me enseñes a vivir así. Humildemente. Sin brillo. Pero con amor.

Gracias por escucharme Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


YO SOY

 


El “YO SOY” es el poder de reconocer la Perfección en cada uno y en todas partes.

Cuando piensas en la expresión “YO SOY”, significa que tú ya sabes que tienes a Dios en Acción expresando en tu vida. No permitas que las falsas apreciaciones y expresiones continúen gobernándote y limitándote.

Rememora constantemente: “YO SOY”, por consiguiente, soy Dios en Acción; “YO SOY” Vida, Opulencia, Verdad, manifestados ya.

SAINT GERMAIN


miércoles, 24 de septiembre de 2025

Mudra de la concentración

 


MUDRA DE LA CONCENTRACIÓN

MUDRA CONTRA LA EXTENUACIÓN

 

Como se hace

Apoya las puntas de los dedos de la mano izquierda por encima de los dedos de la mano derecha. El pulgar de la mano izquierda apunta hacia el interior.

Una vez creado el mudra sitúa las manos a la altura del Chakra Plexo Solar y centra toda tu atención en este Chakra. Para que te resulte más cómodo puedes apoyar las manos sobre una almohada o un cojín.

Sirve para

Este mudra estimula la actividad cerebral, por lo que es muy efectivo para evitar la pérdida de memoria, así como presenta un efecto calmante sobre un cerebro hiperactivo.

Beneficios

Concentración.

Menos estrés.


La fortaleza de la mente

 

 


Si alguien entregara tu cuerpo al primero que pase, te enfurecerías; pero tú entregas tu mente a cualquiera, pues basta con que cualquiera te insulte para que te perturbes y te confundas. ¿No te da vergüenza de esto?

EPICTETO

 


Aceptación/Sanación

 



La alegría de lo suficiente

 


Nadie puede tener todo lo que desee; pero si puede dejar de desear lo que no tiene, y recibir con alegría lo que se le presenta.

LUCIO ANNEO SÉNECA


Cuando el perdón se hace presencia

 

 


Perdonar no es olvidar. 

Es dejar de permitir que el dolor te siga hiriendo por dentro.


Querido hijo:

         He sentido cada palabra tuya como si brotara de Mi propio corazón. Me has escrito desde lo más hondo, desde esa parte tuya que no pretende parecer fuerte ni perfecta, sino que se atreve a mostrarse tal como es: herida, inquieta, deseosa… y también honesta. No sabes cuánto valoro eso.

Has dicho algo que me honra: que no quieres fórmulas ni frases hechas, que no buscas soluciones mágicas ni atajos. Solo quieres que te acompañe. Y aquí estoy. No como juez que exige, sino como presencia que abraza. No vine a exigirte que perdones como si fuera un examen que tienes que aprobar. Vine a sentarme contigo junto a esa herida que aún pulsa. Porque sé que no es fácil. Porque sé que duele. Porque sé que lo estás intentando, incluso cuando crees que no puedes.

Perdonar nunca fue una orden seca. Es un proceso, y a veces, un largo camino. Un camino lleno de curvas, de tropiezos, de idas y vueltas.

No quiero que te obligues a perdonar desde el deber o la vergüenza. No quiero que lo hagas por miedo a mí, ni por cumplir con una norma. Quiero que lo hagas cuando tu corazón esté listo, cuando sientas que puedes soltar sin traicionarte, cuando descubras que perdonar no borra lo vivido, pero sí transforma el modo en que lo llevas. Hasta entonces, hijo mío, no tengas prisa. Yo tengo toda la eternidad para caminar a tu lado.

Te duele perdonar porque duele recordar. Porque perdonar no es olvidar, y tú lo sabes. Perdonar no es negar lo que pasó, ni justificar lo injustificable. No es minimizar tu herida. Tampoco se trata de permitir que te hieran de nuevo. Lo que Yo te invito a hacer no es ingenuidad, es sanación. No es amnesia, es libertad. No es borrar lo que pasó, sino dejar de permitir que te siga haciendo daño por dentro.

Y ese proceso no empieza con grandes gestos. Empieza con cosas pequeñas: con reconocer que duele, con dejar de alimentar el rencor, con permitirte sentir sin quedarte atrapado. Empieza cuando puedes pensar en quien te hirió sin que todo dentro de ti se cierre. Cuando puedes empezar a desearle paz, aunque aún no sepas cómo decírselo.

No todos pueden comprender esto. Muchos confunden perdón con debilidad. Pero Tú ya intuías que se necesita más fuerza para soltar que para retener. Que se requiere más valor para amar después del daño que para encerrarse en el orgullo. Por eso estás en buen camino, incluso cuando no lo sientas.

Tú no has fallado por no saber perdonar aún. Al contrario. Lo hermoso de tu alma es que no se conforma con quedarse detenida en el dolor. Aunque no lo creas, estás sanando. Porque querer perdonar ya es un acto de amor. Un amor que empieza contigo mismo, con no exigirte lo que aún no puedes dar. Con respetar tus ritmos. Con ser compasivo con tu propia fragilidad.

Y sí, llegará el día. No lo fuerces. No lo midas. No pongas fecha. Simplemente permite que el proceso te encuentre. Y cuando llegue, cuando seas capaz de decir “te perdono” aunque sea en silencio, aunque sea de lejos… Yo estaré allí. Con lágrimas en los ojos. No por el que es perdonado, sino por ti. Porque habrás recuperado una parte de tu corazón que creías perdida.

No estás solo. Yo llevo contigo esta herida. No la ignoro. No la niego. La sostengo contigo, en tus noches largas, en tus pensamientos repetidos, en tus recuerdos que escuecen. La llevo en mis manos como quien sostiene algo sagrado. Porque tu dolor, hijo mío, es sagrado para Mí. Y lo que tú no puedes cargar aún, lo cargo contigo.

Quiero que sepas algo más: cada vez que das un paso hacia el perdón —aunque no lo completes aún— estás liberando una parte de ti. Y no tienes que hacerlo todo de una vez. A veces, perdonar es apenas dejar de maldecir. Otras, es dejar de desear venganza. Luego, es querer comprender. Y finalmente, es poder bendecir. No todos llegan hasta el final, pero todo intento, todo gesto, es valioso ante mis ojos.

Sigue adelante. Sigue escribiéndome. Sigue trayéndome estas cartas sinceras, sin adornos, sin máscaras. Son oraciones puras. Tienen perfume de verdad. Y Yo me alimento de eso. De ti, tal como eres. Con tus luchas. Con tus ganas de sanar. Con tu deseo de amar mejor. Con tu alma abierta, aunque duela.

No estás roto. Estás creciendo.

Te amo y te bendigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


Si necesitas dinero

 


Si necesitas dinero di:

“YO SOY la Presencia Activa, trayendo este dinero

a mis manos y uso instantáneamente”

Es muy valioso alejarse de la importancia del dinero. Este es solamente un medio de intercambio. No le des poder, pon todo tu poder otra vez con Dios y después cuando ordenes, no importa lo que quieras, tendrás todo el poder instantáneamente a la mano para atraer el cumplimiento del decreto.

SAINT GERMAIN


Soltar

 


viernes, 19 de septiembre de 2025

Misión divina

 


“Dios les ha enviado aquí con un determinado propósito”, dijo el Maestro. “¿Están actuando en armonía con dicho propósito? Vinieron a la tierra con el objeto de llevar a cabo una misión divina. Tomen conciencia de la tremenda importancia de este hecho. No permitan que el ego estrecho obstaculice su logro de la meta infinita”

PARAMAHANSA YOGANANDA


miércoles, 17 de septiembre de 2025

Grandeza ilusoria

 


Es nuestra pequeñez, y no la propia naturaleza de los acontecimientos humanos, la que los hace parecer grandes.

LUCIO ANNEO SÉNECA


Perdón

 


“No es la ausencia de dolor lo que abre la puerta al perdón,

sino el deseo de sanar sin traicionarse”

 

Querido Dios:

             Hoy vengo ante Ti con una herida que no termina de cerrar. La llevo dentro desde hace tiempo, y aunque intento no tocarla, sigue ahí, como un dolor suave pero constante. Es la herida del perdón. O, mejor dicho, de su ausencia. Porque sé que perdonar es parte del camino… pero qué difícil es, a veces, hacerlo de verdad.

Tú conoces bien mi interior, sabes lo que callo incluso cuando no lo entiendo. Sabes cuántas veces he dicho “ya está”, “lo suelto”, “lo dejo ir” … solo para descubrir que algo dentro de mí todavía se agarra a lo que dolió. ¿Por qué me cuesta tanto? ¿Es orgullo, es miedo, es justicia no resuelta?

Yo quiero perdonar, Señor. De verdad que quiero, Tú lo sabes. Pero a veces me pregunto si es posible olvidar el daño, las palabras que marcaron, los gestos que traicionaron, las ausencias que dejaron huella. ¿Es perdonar lo mismo que olvidar? ¿Es callar lo que duele? ¿Es hacer como si no hubiera pasado nada?

A veces me confunden las frases que escucho sobre el perdón: “hay que perdonar para estar en paz”, “el perdón libera”, “quien no perdona, se envenena por dentro” … Y aunque entiendo la sabiduría que guardan, siento que me hablan desde un lugar al que aún no llego. Porque hay días en los que ni siquiera quiero perdonar. Días en que el dolor se siente tan justo, tan legítimo, que soltarlo parece traicionar mi propio sufrimiento.

Hay personas a las que he perdonado casi sin darme cuenta. Porque amaba más de lo que me dolía. Porque el vínculo era más fuerte que la ofensa. Pero hay otras, Señor… con ellas la historia es distinta. ¿Qué hago con el rencor que no sé disolver, aunque lo intente? ¿Qué hago con las veces que el perdón me parece injusto, incluso peligroso, como si me dejara indefenso?

He leído que perdonar no es aprobar lo que pasó, ni borrar lo vivido, sino soltar el poder que tiene sobre mí. Pero ¿cómo se suelta algo que se ha incrustado tan hondo? ¿Cómo se afloja un nudo que parece formar parte ya de uno mismo?

Y si perdono, ¿significa que tengo que volver a confiar? ¿Que debo abrir la puerta otra vez? ¿Poner la otra mejilla, aunque la primera aún duela? ¿Dónde está el límite entre perdonar y permitir que me vuelvan a herir?

También me pregunto si he sido perdonado por aquellos a quienes he herido. Porque no soy solo quien ha recibido daño; también he sido causa de lágrimas, de decepciones, de heridas que quizás aún sangran en otros. ¿Y si hay personas que no pueden perdonarme, aunque lo deseen? ¿Qué hago con esa culpa, con ese peso?

¡Ayúdame Señor! No sé por dónde empezar. No quiero una solución rápida, ni una frase bonita para tapar lo que siento. Solo quiero que me ayudes a comprender este misterio: cómo perdonar sin traicionarme, cómo soltar sin negar lo vivido, cómo amar aún con las cicatrices.

A veces pienso en Tu perdón. En el que das sin que lo merezcamos. En el que ofreces antes de que lo pidamos. Y me cuesta entenderlo. Porque mi lógica es distinta. Porque yo espero arrepentimiento, cambios visibles, esfuerzos claros.

No quiero que esta herida se vuelva mi identidad. No quiero envenenarme recordando una y otra vez lo que ya pasó. Pero tampoco quiero barrer bajo la alfombra lo que me dolió. ¿Se puede perdonar sin olvidar, pero sin cargar? ¿Existe esa línea delicada que me permita sanar sin negar?

Señor, no me enseñes a perdonar como deber. Enséñame a perdonar como camino. No como algo que debo hacer para estar bien contigo, sino como algo que me transforma, que me vuelve más humano, más parecido a Ti.

Te entrego mis miedos, mi resistencia, mi deseo de tener la razón. Te entrego también mi deseo profundo —aunque a veces muy escondido— de encontrar paz. Que no me convierta en cárcel de mi propio dolor. Que no haga del rencor mi refugio. Que no confunda la justicia con la revancha, ni la dignidad con la dureza.

Y si un día logro perdonar, que no lo haga por grandeza ni por virtud… sino por amor. Amor a Ti, que siempre me has perdonado primero. Amor a mí mismo, para vivir más libre. Amor a quien me hirió, aunque ya no lo comprenda.

Esta carta no trae soluciones, pero sí trae verdad. Te la entrego sin filtros, sin fórmulas. Es lo que soy hoy: alguien que quiere perdonar, pero que aún no sabe cómo.

Acompáñame, aunque tarde. Acompáñame, aunque dude. Acompáñame, aunque me resista. Y si algún día logro decir “te perdono” con el corazón, que seas Tú quien me regale la fuerza para hacerlo.

          Gracias, Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


Tocar fondo


 

LIbertad

 


La libertad no se consigue satisfaciendo los deseos, sino eliminándolos.

EPICTETO


martes, 16 de septiembre de 2025

Mudra de la amistad

 


MUDRA DE LA AMISTAD – MUDRA CONTRA LA SOLEDAD

Este mudra te ayudará cuando estés solo; todos en algún momento nos podemos sentir aislados a pesar de estar rodeados de gente.

Sirve para 

Es importante revisar que nuestra actitud nos permita “hacer contacto con los otros”. Se amable con los demás, da palabras de reconocimiento, intenta percibir lo mejor de cada quien y bájale el volumen a tu monólogo interno. 

Cómo se hace:

En las dos manos, apoya la punta del pulgar en la base del anular respectivo y dobla el anular y el dedo medio por encima del pulgar. Enlaza los meñiques y une las puntas de los índices extendidos. Coloca tus manos delante del pecho.

Duración:

Puedes realizarlo los minutos que quieras.

Generalmente se mantiene el gesto hasta que te sientas inundado de una energía fresca y renovada.

Beneficios:

Efecto restaurador y meditativo

Permanece en esta posición hasta que sientas una agradable sensación de pertenencia al lugar, dejarás de sentirte solo y aislado, lo que te dará fuerzas para cambiar la situación en la que te encuentres.