El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




jueves, 25 de septiembre de 2025

Dar desde el vacío

 


"Una súplica desde el cansancio, 

donde amar se vuelve acto de fe"

 Querido Dios:

         Hoy me acerco a Ti con las manos vacías. Ni oro, ni incienso, ni mirra. Solo el silencio de un corazón que no sabe cómo seguir dando cuando se siente agotado. Me enseñaron que la caridad es el mayor de los amores, que es la virtud más alta, la que todo lo sostiene… pero ¿cómo se da cuando no se tiene nada?

Señor, ¿Es posible dar desde el vacío? ¿Es caridad la sonrisa forzada cuando el alma no tiene fuerzas? ¿Es caridad compartir el último aliento cuando apenas se respira? ¿O es mejor esperar a estar lleno para poder ofrecer algo verdadero?

Tú que me conoces hasta lo más profundo, sabes que no me niego a amar. No cierro las puertas por egoísmo, sino por cansancio. A veces me piden más de lo que puedo dar, más presencia, más tiempo, más paciencia… y siento que me desgasto intentando llegar a todo. ¿Es eso caridad, o es simplemente autoexigencia envuelta en buenas intenciones?

He escuchado que amar es darlo todo. Pero ¿y si ese “todo” es poco? ¿Y si lo que tengo está roto? ¿Y si solo puedo dar migajas porque eso es lo único que queda? ¿Vale esa caridad tanto como la de los grandes gestos? ¿O es mejor callar y no ofrecer, por miedo a que lo que doy no sea suficiente?

Hay días, Señor, en que me siento como el pobre del Evangelio: esa viuda que ofrece dos monedas sabiendo que no tiene más. Pero también hay días en que no tengo ni monedas, ni ganas, ni fe. Solo el deseo de desear… ¿Eso cuenta ante tus ojos? ¿Puede el querer dar ser ya un acto de amor, aun cuando no llegue a concretarse?

También me confunde otra cosa: ¿es caridad solo lo que beneficia al otro, o también lo que me transforma a mí? A veces doy sin ganas, solo por deber, y no siento en ello ninguna belleza. Otras veces me niego a dar lo que me piden, pero ofrezco otra cosa: un silencio, una mirada, una fidelidad discreta. ¿Eso también es caridad?

¿Cómo amar a quien no responde? ¿Cómo dar a quien no agradece? ¿Cómo seguir sirviendo sin agotar el alma? ¿Dónde está la línea entre el sacrificio que transforma y el que destruye? No quiero convertirme en alguien seco, agotado, resentido por haber dado más de lo que podía. Pero tampoco quiero cerrar el corazón por miedo a perder.

¿Es caridad callar cuando tengo razón? ¿Es ceder en lugar de imponer mi juicio? ¿Es tragarme las palabras duras para no herir, aunque yo me sienta herido? ¿Es poner siempre al otro primero, o también es caridad cuidarme, respetar mis límites, proteger lo que necesito?

He visto personas que dan sin parar, y sin embargo no transmiten amor, solo agotamiento. He visto otras que apenas hacen ruido, pero cuya sola presencia es bálsamo. ¿Es eso caridad también? ¿Puede la ternura silenciosa valer más que mil obras visibles?

A veces me pregunto si Tú esperas de mí más de lo que puedo dar. Y al instante me corrijo, porque sé que Tú no exiges. Pero entonces, ¿por qué me siento mal cuando no alcanzo, cuando no llego, cuando fallo a los que esperan algo de mí?

¿Y qué pasa con las veces que el dar duele? ¿Es la caridad siempre alegre, o también atraviesa el llanto, el cansancio, la incomprensión? ¿No fuiste Tú quien se dio hasta el extremo, incluso sin ser entendido, incluso sin ser acogido? ¿Acaso esa cruz también fue caridad?

Y si el amor, como dice San Pablo, “todo lo soporta”, ¿cómo distinguir eso de la resignación amarga? ¿No es más valiosa la caridad que construye, que eleva, que libera… que la que se arrastra sin esperanza?

Te confieso que muchas veces me siento egoísta. Porque me guardo, me reservo, me protejo. Porque cuando alguien me necesita, a veces quiero huir. O me convenzo de que ya hice suficiente. ¿Pero quién pone el límite? ¿Cuándo es prudencia y cuándo es cierre?

Y si no tengo dinero, ni tiempo, ni energía… ¿qué me queda por dar? ¿Es suficiente una oración? ¿Un pensamiento? ¿Un gesto discreto que nadie ve? ¿Se puede ser caritativo incluso desde la debilidad?

No quiero amar con estrategias. No quiero calcular cuánto doy ni cuánto recibo. Pero tampoco quiero amar por obligación, por miedo, por inercia. Quiero amar de verdad. Dar de verdad. Aunque no tenga mucho. Aunque no siempre se note. Aunque a veces dude de si sirve de algo.

Por eso, Dios, te escribo esta carta. Para que me enseñes a dar desde mi realidad, y no desde ideales imposibles. Para que me muestres cómo amar sin perderme. Para que me recuerdes que no tengo que parecer fuerte para ser generoso. Que basta con poner lo poco que tengo en tus manos, como el niño que ofreció cinco panes y dos peces.

No busco ser aplaudido por lo que doy. Ni quiero convertirme en mártir del deber. Solo deseo que mi vida, aunque frágil, sea ofrenda. Que pueda mirar a quien tengo delante y descubrir cómo acompañarle, cómo sostenerle, aunque sea desde el silencio. Aunque sea desde mi pequeñez.

¿Es eso caridad? ¿Dar desde lo poco? ¿Ofrecerse sin certezas? ¿Permanecer cuando no se tiene nada más que ofrecer que una presencia? Si lo es, entonces te pido que me enseñes a vivir así. Humildemente. Sin brillo. Pero con amor.

Gracias por escucharme Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


No hay comentarios:

Publicar un comentario