El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 29 de septiembre de 2025

Las manos vacías que bendicen

 



Cuando el alma se ofrece desde su herida, 

el amor deja de ser esfuerzo y se convierte en milagro.

 

Querido Hijo:

         Leí tu carta con ternura infinita. No por lo que crees que te falta, sino por lo que ya estás dando sin saberlo. Te sientes vacío, pero desde esa misma pobreza me has ofrecido lo más preciado: la verdad de tu corazón. Y ese, créeme, es uno de los actos más grandes de caridad que se pueden ofrecer.

          ¿Tú crees que no tienes nada? Déjame decirte algo con suavidad: estás más lleno de amor de lo que imaginas. Lo que pasa es que a veces el cansancio, el agobio o la sensación de insuficiencia hacen ruido en tu interior, y te nublan la vista. Pero debajo de ese ruido vive una fuente silenciosa. Una fuente que brota cada vez que eliges mirar al otro, incluso cuando tú mismo necesitas descanso.

No pienses que dar siempre significa tener algo material. Tampoco creas que la caridad se mide por su tamaño o por el aplauso que genera. Mi lógica es distinta. Yo veo lo que das en lo oculto. Veo cada vez que eliges no responder con dureza. Veo cuando sostienes una palabra amable, aunque por dentro estés temblando. Veo el esfuerzo de tu sonrisa, el silencio que regalas en vez de un reproche, la escucha que ofreces cuando estás a punto de rendirte. Todo eso, hijo mío, es caridad en estado puro. Sin adornos. Sin espectáculo. Sin condiciones.

No tienes que estar rebosante para dar. A veces, las almas más generosas son las que han aprendido a dar desde su propia herida. No porque se ignoren, sino porque han descubierto que también el dolor, cuando es ofrecido, puede convertirse en consuelo. Lo que das no siempre viene de lo que posees. Muchas veces nace de lo que has perdido. Y en ese dar silencioso se esconde un amor que yo reconozco enseguida: es el amor que se parece al Mío.

Tu pregunta es honda: ¿cómo dar cuando no se tiene? Y yo te digo: empieza por darte a ti mismo el permiso de no llegar a todo. Porque la caridad verdadera no exige más allá de tus fuerzas. No se alimenta de tu desgaste, sino de tu libertad. No quiere que te pierdas a ti mismo tratando de salvar al mundo. Quiere, más bien, que aprendas a amar desde donde estás, con lo que eres, con lo que puedes, y que confíes en que eso, ofrecido con sinceridad, es suficiente.

No hay medida para el amor. No hay termómetro que diga: “este gesto es pequeño, este es grande”. Porque lo que transforma no es la cantidad, sino la intención. Esa viuda de la que me hablas, con sus dos monedas, ofreció más que todos los demás porque dio desde su totalidad. Y tú, cuando das, aunque te sientas roto, estás haciendo lo mismo. Tal vez no lo ves. Pero Yo lo veo.

La caridad no busca resultados. No es una transacción. Es una entrega libre. No tienes que esperar que todo lo que das sea comprendido, agradecido, valorado. Porque entonces estarías esperando algo a cambio, y eso ya no es amor, sino trueque. El amor que más toca el corazón ajeno es aquel que se da sin saber si volverá. Y ese amor, cuando es auténtico, nunca se desperdicia. Aunque no lo veas, aunque no lo sepas, siempre deja huella.

A veces, dar es simplemente estar. Y tú ya has estado para muchos, incluso cuando creías no tener nada más. Tu presencia, tu fidelidad silenciosa, tu capacidad de permanecer incluso en el agotamiento… eso es caridad. Y más aún: eso es santidad. Una santidad discreta, imperfecta, real. Una que no se escribe en biografías, pero sí en los pliegues de las almas que acompañas.

No te compares con nadie. No midas tu amor en función de lo que hacen otros. Cada uno tiene su propio modo de dar. Algunos con palabras, otros con tiempo, otros con gestos silenciosos. Tú tienes el tuyo. No es más pequeño ni menos valioso por ser distinto. Yo te hice único. Y lo que tú puedes dar, no puede darlo nadie más.

Hijo mío, ¿quieres saber cuándo das caridad verdadera? Cuando te das sin perderte. Cuando amas sin destruirte. Cuando sirves sin dejar de ser tú. La caridad no exige que renuncies a tu dignidad. Al contrario: la eleva. Te hace más tú. Más libre. Más pleno.

Si un día no puedes dar más que un suspiro, dámelo. Si solo tienes una mirada cansada, entrégala. Si solo puedes ofrecer silencio, hazlo. Yo recojo todo. Todo tiene sentido para Mí cuando se da desde el corazón. No me fijo en el tamaño de la obra, sino en el amor con que se hizo.

Y si te preguntas si yo espero más de ti… la respuesta es no. No quiero que te rompas por intentar parecer generoso. No quiero que finjas fuerza donde hay cansancio. Quiero que seas honesto, como lo has sido en tu carta. Quiero que te reconcilies con tus límites. Que te veas como Yo te veo: no como un instrumento para los demás, sino como un hijo amado cuya existencia ya es don en sí misma.

Déjame cuidar de ti también. De tu ternura cansada, de tu alma sedienta, de tus ganas de servir que a veces se mezclan con la frustración. Aun cuando no das nada visible, si sigues amando desde dentro… estás dando más de lo que crees. Si mantienes abierta la puerta de tu corazón, aun con miedo, aun con fatiga, aun con vacío… estás haciendo espacio para la caridad más pura: aquella que no nace del tener, sino del ser.

Tú no te das cuenta, pero muchas veces eres mi respuesta al dolor de alguien. Sin palabras, sin gestos extraordinarios, simplemente con tu estar. Con tu fidelidad. Con tu mirada compasiva. Con tu escucha que no interrumpe. Ahí, hijo mío, Yo actúo a través de ti.

Así que no tengas miedo de tus manos vacías. En ellas Yo puedo obrar milagros. Solo tráemelas. Tal como son. Y déjame a Mí hacer el resto.

Con amor eterno, Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

No hay comentarios:

Publicar un comentario