Es
seguro que todos los que estáis leyendo esto habéis hablado en más de una
ocasión de la iluminación, de que es, de cómo conseguirla, del punto del camino
hacia ella en que nos encontramos. Y para resolver todas esas incógnitas, unos
leen, otros preguntan, otros experimentan, depende de la cualidad de cada
persona, porque hay tantas maneras como personas, para llegar a la iluminación.
Es
posible que alguien crea que la iluminación es algo sobrenatural, que sólo
pueden conseguir seres excepcionales. No es cierto. Somos los humanos los únicos
que podemos alcanzarla, precisamente porque no la tenemos, y todos podemos llegar
a ella, no es necesario ser un superhumano, porque la iluminación es un estado
interior, es conectar con la esencia divina, es un estado de paz, armonía,
felicidad, amor; y todo esto lo puede conseguir cualquiera. Sólo hay que
desearlo realmente, y partiendo de ese deseo trabajar para conseguirlo. Buda
dice que la iluminación es el fin del sufrimiento, porque eso es lo que se
consigue cuando se conecta con la propia esencia, cuando se vive la vida desde
la propia divinidad.
Lo
que sí es claro es que no va a llegar de manera espontanea, hay que trabajar
para conseguirla, no queda más remedio.
Todos
vamos a llegar a ella, unos antes y otros después. Ese es el trabajo que nos
ata a la rueda de reencarnaciones. Unos necesitarán más reencarnaciones que
otros, pero al final del camino en la materia está la tan comentada y deseada
iluminación. Aunque ese deseo, para muchos, es mera palabrería, ya que quien
realmente desea alcanzarla, lo puede hacer en poco tiempo:
- Sólo tiene que vivir el Amor en todo momento.
- Vivir para los demás, porque es dando que
recibimos.
- Vivir el presente, recordando que todo está bien.
- Vivir en un estado de silencio interior, aunque en
el exterior solo haya algarabía.
- No juzgar
ni criticar a los demás, ni de pensamiento ni de palabra.
La iluminación es como
el cuento del tesoro que narra Echart Tolle: Un mendigo había estado sentado a la orilla de un
camino durante más de 30 años. Un día pasó por allí un extraño. “¿Tienes
algunas monedas?”, murmuró el mendigo, estirando mecánicamente el brazo con su
vieja gorra. “No tengo nada que darte”, respondió el extraño. Y luego preguntó,
“¿Qué es eso sobre lo que estás sentado?”. “Nada”, replicó el mendigo, “sólo
una caja vieja. He estado sentado sobre ella desde que tengo memoria”. “¿Alguna
vez has mirado en su interior?”, preguntó el extraño. “No”, respondió el
mendigo, “¿Para qué? No hay nada adentro”. “Echa una ojeada”, insistió el
extraño. El mendigo logró entreabrir la tapa. Para su asombro, incredulidad y euforia, descubrió que la caja estaba llena
de oro.