Querido
Dios:
Hace un par de días me molesté contigo. Bueno, ya lo sabes, fue cuando se me rompieron las gafas de ver de cerca. Al principio, parecía un problema sin solución. Por la forma en que se habían roto, todo indicaba que tendría que comprar unas nuevas. Este gasto suponía un golpe más para la maltrecha economía que estamos sufriendo. Pero, como no me quedaba más remedio, fui a varias ópticas buscando una montura compatible con los cristales de mi vieja montura. Sin éxito, claro. Fui a una segunda óptica, y luego a una tercera, obteniendo siempre la misma respuesta: no tenían ninguna montura que sirviera.
Supongo que era de
esperarse, ya que las gafas se compraron en Perú y no resultaban compatibles
con las opciones disponibles aquí en España. Esto significaba que el gasto
sería aún mayor, ya que tendría que comprar gafas completas: cristales y
montura. Resignado, regresé a casa pensando en cómo afrontar este gasto
inesperado.
Sin embargo, al
llegar, algo llamó mi atención. Me detuve a inspeccionar las gafas con más
calma y, para mi sorpresa, descubrí algo que no había notado antes. La montura
no estaba rota, como había asumido, sino que una pequeña pieza se había salido
de su lugar. Esa pieza, aparentemente tan insignificante, podía volver a
colocarse con un poco de paciencia y pegamento extra fuerte. Fue precisamente
lo que hice. Con cuidado, armé nuevamente las gafas y aseguré la pieza para que
no volviera a soltarse.
Dios, esto lo llamo yo
sincronicidad. Si hubiera encontrado una montura compatible en alguna óptica,
no habría tenido necesidad de examinar las gafas con más detenimiento y me
habría gastado el dinero innecesariamente.
Ese mismo día, ocurrió
algo similar. Necesitaba el certificado de empadronamiento para una gestión
administrativa. Como estaba en la calle, cerca de una oficina municipal, decidí
aprovechar y obtenerlo allí. Sin embargo, al llegar, me encontré con una
multitud increíble. Entiendo que el primer día de la Semana Santa muchas
personas estaban de vacaciones y, como yo, decidieron dedicar el día a realizar
trámites. Miré la fila y me desanimé. Pensé que tendría que dedicar horas a
esperar y me fui.
Cuando salía de la
oficina, frustrado, me surgió un pensamiento: ¿Es seguro que este documento no
se puede conseguir a través de internet? La pregunta me dio un pequeño rayo de
esperanza, así que al llegar a casa, investigué si era posible tramitarlo en
línea. Y efectivamente, era posible. En cuestión de minutos, ya tenía el
documento en mis manos, sin haber perdido tiempo ni haber soportado la aglomeración.
Fue evidente, Señor,
que en la mañana de aquel día estuviste más presente que de costumbre. Sí, ya
sé que siempre estás con nosotros, en cada paso que damos, pero hay días en los
que tu presencia parece tan clara, tan palpable, que es imposible no notarla.
Fue uno de esos días en los que me hiciste sentir que tus manos invisibles
guiaban mis pasos, protegiendo mi camino.
Recuerdo que esta
sensación de sincronicidad fue constante en nuestro regreso a España desde
Perú. Lo que, en un principio, parecía un problema con muy mala solución, como
fue el bloqueo de nuestra cuenta bancaria, razón por la que decidimos volver a
España, después de 14 años en Perú, se convirtió en un desfile de
sincronicidades.
Todo parecía fluir de
manera armónica, como si cada pieza encajara en el lugar exacto en el momento
perfecto. Cada pequeño detalle de nuestra vida, incluso las cosas más ínfimas,
parecía conectado de una manera divina. Eran sincronizaciones tan claras que se
nos erizaba la piel al percibirlas. Todo parecía estar orquestado por ti.
Sin embargo, desde
entonces, ya hace nueve meses (¡cómo pasa el tiempo!), no había vuelto a ser
consciente de ninguna sincronicidad… hasta ahora. Esto me lleva a reflexionar,
Señor: ¿será que estas sincronicidades han seguido ocurriendo, pero mi mente,
ocupada en problemas y preocupaciones, no ha sido capaz de percibirlas? ¿Es
posible que el ruido y el peso de las dificultades diarias me hayan alejado de
esa sensibilidad que me permite notar tu presencia?
He comenzado a meditar
un poco más últimamente. Quizás esto ha contribuido a que mi corazón se abra
nuevamente a estas experiencias, volviéndome más consciente de Tu mano guiando
mi vida. Porque sé que siempre estás ahí, incluso cuando no logro sentirte. Tus
señales están presentes, aunque no siempre seamos capaces de detectarlas.
Quiero agradecerte,
Señor, por estos momentos que me permiten recordar que no estoy solo, que Tú
estás conmigo en cada paso que doy. A veces, como humanos, caemos en la
tentación de sentirnos abandonados cuando las cosas no van como esperábamos.
Pero estas pequeñas experiencias me han enseñado que incluso en los momentos
más oscuros, estás trabajando silenciosamente a nuestro favor. Gracias por
recordármelo.
Te pido que sigas
guiándome. Ayúdame a mantener mi fe firme incluso en las adversidades. Que
pueda tener los ojos y el corazón abiertos para reconocer tu presencia en las
pequeñas y grandes cosas. Ayúdame a recordar que, aunque el camino sea difícil,
nunca estaré solo.
Gracias por escucharme, Señor. Gracias por tu amor y por estas lecciones de humildad y gratitud. Gracias por recordarme que Tu plan siempre es perfecto, incluso cuando no lo entiendo. Que siempre pueda confiar en Ti, sabiendo que todo ocurre por un motivo, y que, aunque no lo vea en el momento, siempre actuarás en mi favor.
Con gratitud y amor.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
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