Querido Dios:
Mientras muchas
personas encuentran en las oraciones tradicionales o en la contemplación de los
lugares sagrados un puente hacia Ti, he descubierto que escribirte es mi forma
más honesta de sentir Tu cercanía. Estos escritos, como una conversación sin
interrupciones, me brindan una paz que pocas cosas pueden igualar. Es como si,
a través de cada palabra, trazo un camino invisible que me acerca más a Ti.
La meditación también
tiene su belleza, lo admito, pero requiere un tiempo que en ocasiones mi mente
no me concede fácilmente. En ella, debo invocar la paciencia, sintiendo cómo la
respiración arrastra mis pensamientos como quien limpia un camino lleno de
hojas. En cambio, escribir es un flujo inmediato, sin barreras, como si mi
corazón hablara directamente a través de la pluma o el teclado, alcanzando Tu
presencia más rápido de lo que podría imaginar.
Me resulta fascinante
pensar en las dudas que nos invaden como humanos, las mismas que invadieron a
los israelitas en su travesía por el desierto. A pesar de haber presenciado Tus
milagros, se dejaron llevar por la incertidumbre, creando un becerro de oro en
su necesidad de lo tangible, algo que sus ojos pudieran ver. Y yo, aunque de
otro modo, reconozco en mi vida esa misma tendencia a mirar atrás y preguntarme
si estás ahí, incluso después de haber sentido Tu toque en tantas ocasiones.
Sin embargo, he
aprendido que mi fe no necesita signos extraordinarios; basta con estas cartas.
Son mi evidencia cotidiana de que estás aquí. Es curioso cómo una acción tan
sencilla puede fortalecer mi conexión contigo. Cada palabra, incluso aquellas
que aparentemente no tienen propósito, se convierten en una ofrenda.
Pienso en la Creación,
en el vasto universo que nos diste. Todo parece tener un propósito definido:
las estrellas iluminan la noche, los ríos fertilizan la tierra, las aves
esparcen semillas. Y, aun así, aquí estoy yo, escribiendo algo que podría
parecer carente de propósito práctico. Pero al igual que la brisa que acaricia
un campo o el susurro de las hojas en otoño, estas palabras también tienen su
lugar en el gran diseño, aunque no lo comprenda del todo.
Hoy, me pregunto,
¿será este acto de escribir un reflejo de Tu propia Creación? Tú, que creaste
el universo no porque fuera necesario, sino porque era bueno, hermoso, porque
era un acto de amor. Escribir para Ti se siente así: un acto de amor puro, sin
expectativas, sin demandas, simplemente por el gozo de compartir este momento
Contigo.
Quiero que estas
palabras lleguen a Ti como un susurro, como un eco de mi alma que busca
encontrarse con lo Divino. Quiero que sean una prueba de que, aunque mi fe a
veces flaquee, mi corazón sigue buscando ese vínculo contigo. Porque, aunque
dude, aunque tropiece, aunque mire hacia atrás como hicieron los israelitas, buscando
a los egipcios, siempre termino encontrándote, siempre vuelvo a Ti.
Y si bien esta carta
puede parecer que no tiene un propósito definido, para mí lo tiene todo. Es un
recordatorio de que no necesito motivos para acercarme a Ti. No necesito
peticiones, ni respuestas, ni pruebas. Solo necesito este acto sencillo, este
espacio donde las palabras fluyen y el alma encuentra su hogar.
Gracias por estar ahí,
siempre, incluso cuando yo no soy plenamente consciente de ello. Gracias por
recibir estas palabras que no buscan otra cosa más que estar Contigo. Gracias
por ser el Dios que escucha incluso cuando no hay nada que decir.
Con amor y gratitud.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
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