Solo el alma sabe nadar en el río
de la vida
sin miedo a perderse en el mar.
Querido Dios:
Siguiendo esta lógica,
concluyo que no debo hacer, absolutamente, nada para alimentar al ego, porque
mi única tarea es vivir la realidad de la vida tal como se desarrolla en cada
instante. Vivir plenamente el presente sin intentar modificarlo o resistirlo.
¿O no, Señor? En ocasiones, me cuestiono si el simple acto de aceptar lo que
es, sin intentar moldearlo ni manipularlo, representa la verdadera esencia de
la existencia. Mi instinto me dice que intervenir en la realidad es como
comprimir un muelle; en cuanto se suelta la presión, retorna a su posición
original. Del mismo modo, la vida siempre encuentra su camino y, en su
sabiduría infinita, me devolvería al punto de partida antes de cualquier
intervención.
No estoy diciendo que
debo permanecer inmóvil, viendo cómo la vida pasa ante mis ojos como quien
observa el agua de un río desde la orilla. Más bien sugiero una participación
activa en la corriente de la vida. Entrar de lleno en ella, fluir con su ritmo,
adaptarme a sus giros y permitir que me lleve a donde sea que esté destinado
ir. Es como lanzarse al río y nadar siempre a favor de la corriente, nunca en
contra. Porque nadar contra el flujo de la vida es un ejercicio agotador e
inútil; no se avanza realmente, y si acaso se lograra avanzar, ese progreso no
nos llevaría a ningún lugar de trascendencia.
Creo profundamente que
buscar la razón de la vida, el “por qué” detrás de nuestra existencia, es como
negar la realidad misma. Es como nadar contra la corriente en un intento
desesperado de encontrar un sentido que ya está implícito en el acto de vivir.
En este esfuerzo, solo retrasamos lo inevitable, porque la vida tiene una
dirección natural, un destino final, que no depende de nuestras búsquedas
egoicas. Este destino, este “mar” al que todos los ríos convergen, simboliza la
culminación de nuestra conciencia individual en Tu Conciencia infinita, Señor.
Imagino las vidas en
la materia como tramos de este río universal. Cada tramo es un aprendizaje, una
etapa que nos acerca más y más a ese mar sublime que representa Tu Grandeza. En
esta apoteosis final, mi agua dulce—mi conciencia individual—se fusionará con
la inmensidad del océano, con Tu Conciencia Divina. Esta metáfora me hace
reflexionar sobre la relación entre mi vida y el propósito mayor, aquel que va
más allá de las limitaciones del ego y reside en la esencia misma del alma.
Si existe un propósito
para la vida, creo firmemente que no debe buscarse desde el ego, porque el
propósito no es algo externo que deba alcanzarse; es inherente al alma, está
intrínsecamente ligado a quien soy en mi núcleo más profundo. El ego, por su naturaleza,
tiende a distraernos de esta verdad, haciéndonos creer que debemos hacer algo
extraordinario para justificar nuestra existencia. Pero dejar de lado al ego no
significa rechazar la vida; al contrario, significa abrazarla desde la
perspectiva del alma, desde un lugar de conexión auténtica.
Dejar de lado al ego,
Señor, es como toparme de frente con mi alma, con mi esencia verdadera. Es un
acto de rendición, de soltar el control que el ego anhela ejercer y permitir
que la vida simplemente sea. ¿Me entiendes, Señor? Te hablo desde la humildad,
desde la sinceridad de un espíritu que busca comprender su lugar en este vasto
universo. No pretendo tener todas las respuestas, pero me siento cada vez más
convencido de que la clave está en la aceptación, en la entrega y en el amor.
Vivir la vida con
autenticidad, sin intentar moldearla según los caprichos del ego, es un desafío
que exige valentía y fe. Fe en que Tú, Señor, eres la corriente del río y
también el mar. Fe en que la vida que se despliega ante mí es parte de un
diseño mayor que mi mente limitada no puede comprender en su totalidad. Y, sin
embargo, siento que puedo confiar en este diseño, porque Tú eres la fuente de
todo lo que existe.
A medida que
reflexiono sobre estas ideas, me doy cuenta de que vivir desde el alma no
significa renunciar a mis responsabilidades ni a mis deseos, sino abordarlos
desde una perspectiva de unidad Contigo. Cuando dejo de lado al ego y me
conecto con mi esencia, encuentro una paz que trasciende las circunstancias
externas. Este es el regalo que nos das, Señor, el regalo de recordar que somos
parte de algo infinitamente más grande, que nuestras vidas tienen un propósito
inherente que no requiere ser buscado, sino vivido.
Gracias por escuchar
estas palabras, Señor. Aunque sean imperfectas, son un reflejo de mi búsqueda,
de mi deseo de vivir plenamente en armonía Contigo. Me entrego a la corriente
de la vida con confianza, sabiendo que Tú estás presente en cada instante,
guiándome hacia el mar.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
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