El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 18 de agosto de 2025

Propósito

 


Solo el alma sabe nadar en el río de la vida

sin miedo a perderse en el mar.

 

Querido Dios:

         Si Tú solo eres, si yo solo soy y la vida únicamente es, hablar de misión, de plan o de planificación de vida parece una pérdida de tiempo. Cuando pienso en términos de un plan o misión, me desconecto de la única realidad, permitiendo que el ego tome el control. Sin embargo, yo no soy el ego; simplemente soy. Y si esto es cierto, entonces mi propósito no puede ser alimentar esa parte ilusoria de mí mismo.

Siguiendo esta lógica, concluyo que no debo hacer, absolutamente, nada para alimentar al ego, porque mi única tarea es vivir la realidad de la vida tal como se desarrolla en cada instante. Vivir plenamente el presente sin intentar modificarlo o resistirlo. ¿O no, Señor? En ocasiones, me cuestiono si el simple acto de aceptar lo que es, sin intentar moldearlo ni manipularlo, representa la verdadera esencia de la existencia. Mi instinto me dice que intervenir en la realidad es como comprimir un muelle; en cuanto se suelta la presión, retorna a su posición original. Del mismo modo, la vida siempre encuentra su camino y, en su sabiduría infinita, me devolvería al punto de partida antes de cualquier intervención.

No estoy diciendo que debo permanecer inmóvil, viendo cómo la vida pasa ante mis ojos como quien observa el agua de un río desde la orilla. Más bien sugiero una participación activa en la corriente de la vida. Entrar de lleno en ella, fluir con su ritmo, adaptarme a sus giros y permitir que me lleve a donde sea que esté destinado ir. Es como lanzarse al río y nadar siempre a favor de la corriente, nunca en contra. Porque nadar contra el flujo de la vida es un ejercicio agotador e inútil; no se avanza realmente, y si acaso se lograra avanzar, ese progreso no nos llevaría a ningún lugar de trascendencia.

Creo profundamente que buscar la razón de la vida, el “por qué” detrás de nuestra existencia, es como negar la realidad misma. Es como nadar contra la corriente en un intento desesperado de encontrar un sentido que ya está implícito en el acto de vivir. En este esfuerzo, solo retrasamos lo inevitable, porque la vida tiene una dirección natural, un destino final, que no depende de nuestras búsquedas egoicas. Este destino, este “mar” al que todos los ríos convergen, simboliza la culminación de nuestra conciencia individual en Tu Conciencia infinita, Señor.

Imagino las vidas en la materia como tramos de este río universal. Cada tramo es un aprendizaje, una etapa que nos acerca más y más a ese mar sublime que representa Tu Grandeza. En esta apoteosis final, mi agua dulce—mi conciencia individual—se fusionará con la inmensidad del océano, con Tu Conciencia Divina. Esta metáfora me hace reflexionar sobre la relación entre mi vida y el propósito mayor, aquel que va más allá de las limitaciones del ego y reside en la esencia misma del alma.

Si existe un propósito para la vida, creo firmemente que no debe buscarse desde el ego, porque el propósito no es algo externo que deba alcanzarse; es inherente al alma, está intrínsecamente ligado a quien soy en mi núcleo más profundo. El ego, por su naturaleza, tiende a distraernos de esta verdad, haciéndonos creer que debemos hacer algo extraordinario para justificar nuestra existencia. Pero dejar de lado al ego no significa rechazar la vida; al contrario, significa abrazarla desde la perspectiva del alma, desde un lugar de conexión auténtica.

Dejar de lado al ego, Señor, es como toparme de frente con mi alma, con mi esencia verdadera. Es un acto de rendición, de soltar el control que el ego anhela ejercer y permitir que la vida simplemente sea. ¿Me entiendes, Señor? Te hablo desde la humildad, desde la sinceridad de un espíritu que busca comprender su lugar en este vasto universo. No pretendo tener todas las respuestas, pero me siento cada vez más convencido de que la clave está en la aceptación, en la entrega y en el amor.

Vivir la vida con autenticidad, sin intentar moldearla según los caprichos del ego, es un desafío que exige valentía y fe. Fe en que Tú, Señor, eres la corriente del río y también el mar. Fe en que la vida que se despliega ante mí es parte de un diseño mayor que mi mente limitada no puede comprender en su totalidad. Y, sin embargo, siento que puedo confiar en este diseño, porque Tú eres la fuente de todo lo que existe.

A medida que reflexiono sobre estas ideas, me doy cuenta de que vivir desde el alma no significa renunciar a mis responsabilidades ni a mis deseos, sino abordarlos desde una perspectiva de unidad Contigo. Cuando dejo de lado al ego y me conecto con mi esencia, encuentro una paz que trasciende las circunstancias externas. Este es el regalo que nos das, Señor, el regalo de recordar que somos parte de algo infinitamente más grande, que nuestras vidas tienen un propósito inherente que no requiere ser buscado, sino vivido.

Gracias por escuchar estas palabras, Señor. Aunque sean imperfectas, son un reflejo de mi búsqueda, de mi deseo de vivir plenamente en armonía Contigo. Me entrego a la corriente de la vida con confianza, sabiendo que Tú estás presente en cada instante, guiándome hacia el mar.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


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