Capítulo X. Parte 6. Novela "Ocurrió en Lima"
Sacando
unos marcos de fotos, de una de las cajas, recordé las fotos que el padre de
Indhira tiene en la mesa de su despacho y, entonces, fui consciente de que
llevaba veinticuatro horas sin acordarme de Indhira, ni de mi desastrosa
despedida del sábado anterior. Es cierto que el tiempo lo va curando todo,
porque ya no me parecía tan desastrosa como en un principio.
No cabe
ninguna duda de que nuestro estado emocional está conectado, por completo, al
pensamiento. Un día intenso de trabajo, sin tiempo para pensar, ha sido
suficiente para dejar de lado toda la parafernalia asociada a la mente. No me
he sentido mal por mi actuación con Indhira, ni me he sentido ni bien ni mal
por la impresión que causó en mí, ni tan siquiera le he dado vueltas a la
progresión o a las regresiones realizadas con Ángel, ni me he cuestionado que
estaba haciendo abriendo cajas para Diana, a la que ayer no conocía. ¡Cuánto
poder tiene el pensamiento!
Comenzaba
el trabajo, propuesto por Ángel, de amarme a mí mismo, aprendiendo, primero, a
compararme con otros más bajos, más feos o menos inteligentes que yo y, segundo,
dejando de compararme. Ahora me atrevo a añadir un nuevo punto, centrarme, con
total atención, a lo que sea que esté haciendo, en cada momento. Es lo que
Ángel define como “todo está bien”. Pero, también, he aprendido otra cosa:
Nadie aprende en cabeza ajena. De poco sirven los discursos. Es mucho más
importante un segundo de práctica que toda la teoría del mundo.
A las
siete de la noche el departamento de Diana estaba en perfecto estado de
revista. Nadie hubiera dicho que se había mudado la tarde anterior. Hasta
colgamos algunos cuadros y fotos, que le hacían ilusión,
en el salón y en su
habitación.
Durante unos momentos tuve una
ligera discusión con mi pensamiento. Él insistía en que debía de irme a casa,
haciendo una despedida parecida a la que le había hecho a Indhira. Mi opinión
era diferente. Pensaba que estaba sola y que se sentía desprotegida. No es que
quisiera convertirme en su protector, pero no podía dejarla abandonada sin más.
Ganó mi opción y le ofrecí a
Diana cenar antes de despedirnos. Yo me encargué de pedir algo para la cena.
Estábamos los dos tan cansados
que, una vez terminada la cena, decidí despedirme.
-
¿Estarás bien? –le pregunté mientras me
levantaba para irme a casa.
-
Si, Antay. Muchísimas gracias. Has
hecho hasta bonito el que podía haber sido el peor día de mi vida. Te lo
agradezco infinito. Nunca llegarás a entender el bien que me has hecho. Nunca
lo olvidaré.
-
Bueno, Diana, no exageres. Cualquiera
hubiera hecho lo mismo. Descansa. ¡Hasta mañana!
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