El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 30 de septiembre de 2022

Una nueva vecina

 


Capítulo X. Parte 2. Novela "Ocurrió en Lima"

La nueva vecina debía ser de la puerta izquierda. El departamento estaba vacío desde hacía más de un año. Ahora entiendo el movimiento y los ruidos de la semana pasada.

Abrí la puerta y me encontré con la nueva vecina. Una mujer joven, rondando la treintena, un poco más baja que yo, media melena rubia, con unos ojos grandes, claros, húmedos y enrojecidos, como si hubiera estado llorando, y parecía que con algunos kilos de más.

Nada más abrir, amplió la información que me había dado con la puerta cerrada.

-    Hola, mi nombre es Diana. Disculpa. Me he mudado hace un par de horas y ahora iba a calentar un poco de comida en el microondas. Supongo que debe de tener algún problema, porque nada más enchufarlo se ha ido la luz en toda la casa y no sé dónde está el interruptor general –todo eso lo dijo casi sin tomar aire, aunque mejor que fuera así, porque por su aspecto daba impresión de que podría romper a llorar en cualquier momento.

-    Hola Diana. Mi nombre es Antay. Bienvenida al edificio. Sí, sé dónde se encuentra el cuadro general, pasa y te enseño donde está –mientras le hablaba me aparté a un lado para que pudiera pasar.

-    ¿Te importaría acompañarme? –preguntó con un hilillo de voz.

-    No, al contrario, será un placer. Espera que recojo las llaves y una linterna para poder iluminar el camino.

Diana abrió la puerta cediéndome el paso y poder llegar así a la lavandería que es donde se encontraba el cuadro general.

Había cajas, sin abrir, repartidas por toda la casa, excepto un par de ellas, en la cocina, que ya estaban abiertas. En la lavandería, justo delante del cuadro de los interruptores de la luz, habían colocado una pila de cajas. Era normal que no lo hubiera encontrado. Moví las cajas, que no tenían un excesivo peso, y apareció el cuadro ante nosotros con dos interruptores desconectados. Una vez repuestos no volvieron a saltar por lo que la luz volvió a iluminar casi todo el departamento. Tenía todas las lámparas encendidas.

-    Gracias –dijo Diana, quedándose encogida en la lavandería, intentando retener las lágrimas que amenazaban con salir.

-    La pobre chica lo estaba pasando mal. Supongo que no sería porque se había ido la luz, y le pregunté –Perdona, ¿estás bien?

Esa fue la espoleta. Rompió a llorar de manera desconsolada. No podía ni hablar. Pasé a la cocina donde había visto una caja de pañuelos que, seguro que ya estaba utilizando ella, para acercársela.

Allí, apoyada en una pared de la lavandería, no paraba de llorar. Me atreví a agarrarla de un brazo para llevarla hasta la cocina. Le acerqué una silla para que se sentara y, al menos, llorara con más comodidad.

-    Intentaba decir algo, pero era casi imposible. Después de varios intentos dijo, de manera entrecortada- Perdona, ¿qué pensarás?

-    Además del disgusto que parecía tener, aún estaba preocupada por lo que yo pudiera pensar- No pienso nada. Tranquila. No sufras por mí.

Como parecía que iba para rato me senté yo también, mientras la acompañaba, de manera silenciosa, en su llanto.

Después de casi media hora, comenzó a serenarse.

-    ¿Puedo hacer algo por ti?, aunque sea compañía. 

-    Gracias –contestó. Y yo permanecí en silencio esperando que dijera algo más, y continuó- es que me he separado y hoy es el primer día que estoy sola.

-    Lo único que puedo decirte es que, si tienes más necesidad de llorar, lo hagas. Alivia mucho. Si quieres hablar, puedes hacerlo, también alivia y más conmigo que soy un desconocido. Y, si lo necesitas, puedo hacerte compañía el tiempo que quieras. Vivo solo y, de momento, estoy sin trabajo, así que tengo todo el tiempo del mundo.

-    Gracias –parecía que se le había abierto el cielo, hasta esbozó una ligera sonrisa- no me vendría mal un poco de compañía, si no te importa.

-    No me importa en absoluto. Pero ¿Qué te parece pasar a mi casa?, aquí sería un poco incómodo. Te invito a cenar y a tomar un té.

Cuantos prejuicios tenemos los seres humanos. Diana necesitaba compañía, quería tenerla, tenía abierta la posibilidad y seguía insistiendo.

-    Es que no quiero molestar.

-    Anda, vamos Diana. No me molestas. Apaga las luces y vamos –tenía que ser categórico para que no añadiera más victimismo a lo que parecía una triste historia.

Apagamos las luces y pasamos a mi casa. En ese momento Diana era como un bebé que necesita compañía, cariño y una mano que guie sus pasos. Parecía perdida en la soledad de la vida.

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