El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 14 de octubre de 2022

C.T.N.E.

  


Jueves 13 de octubre 2022

  Aquí sigo, relatando el porqué de mi venida al Perú. Aunque, si habéis llegado hasta aquí, podeis dejar de leer. Lo digo para que no os aburráis, ya que os vais a encontrar con una enorme tontería.

 Recuerdo que comencé a meditar 10 minutos diarios para tratar de dominar el pensamiento, según decían los especialistas, y liberarme de un estrés que cada día iba en aumento, motivado por un trabajo de lo más demandante, que me mantenía ocupado o pendiente del teléfono las 24 horas del día.

Como los 10 minutos iniciales de meditación parece que surtían en mí algún efecto, serenándome durante un tiempo razonable, decidí ir ampliando ese tiempo, dedicado “a la nada”, porque eso es la meditación para mí, hacer nada, no pensar, solo ser.

Los objetivos que quería conseguir eran, por un lado, mantener la serenidad ante cualquier situación y, por otro, no sentir el miedo o la ansiedad que se apoderaban de mí cada vez que sonaba el teléfono, a altas horas de la madrugada, para informarme de algún problema grave, que era siempre la razón de la comunicación.

Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones. En ese entonces, no recuerdo si ya se denominaba, solamente, Telefónica o seguía siendo Compañía Telefónica Nacional de España, y yo era el responsable de la instalación, mantenimiento y funcionamiento de las líneas telefónicas de la mitad de una provincia. Era un trabajo apasionante y muy estresante, que se agravaba los días en que la naturaleza nos regalaba una tormenta con una buena cantidad de rayos. Cada rayo podía llevarse por delante un buen número de líneas telefónicas, por lo que durante todo mi tiempo de trabajo activo no pude disfrutar de la belleza de las tormentas o de un buen chaparrón, ya que, para mí, eran como un castigo enviado por Dios que, además de trastocar mi tiempo, iba a mandar a mi provincia a la cola del ranking nacional en la calidad del servicio.

Pasé de 10 a 20 minutos de meditación y, de una vez al día a dos veces. Y se fue incrementando hasta el día de hoy, 30 años después, que medito entre 3 y 6 horas diarias. Es cierto que mi nueva ocupación lo requiere, ya que me he convertido en sanador espiritual y la sanación se realiza a través de mi meditación. Por eso, no parece que tenga mucho mérito tantas horas de meditación.

Para mí la meditación es tan necesaria como la comida para el hambriento o el agua para el sediento. Es la ventilación que necesita mi mente para agitar y esparcir los pensamientos que se encuentran en una apelotonada espera para bajar a expresarse a mi cerebro y deja mi mente, tan limpia, como queda el ambiente después de una de esas tormentas que antes tanto me mortificaban.

Si, ya sé que me he enrollado. Mañana seguiré.

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