Jueves 13 de octubre 2022
Aquí sigo, relatando el porqué de mi venida al Perú. Aunque, si habéis llegado hasta aquí, podeis dejar de leer. Lo digo para que no os aburráis, ya que os vais a encontrar con una enorme tontería.
Recuerdo que comencé a meditar 10 minutos diarios para tratar de dominar el pensamiento, según decían los especialistas, y liberarme de un estrés que cada día iba en aumento, motivado por un trabajo de lo más demandante, que me mantenía ocupado o pendiente del teléfono las 24 horas del día.
Como los 10 minutos iniciales de meditación parece que surtían en mí
algún efecto, serenándome durante un tiempo razonable, decidí ir ampliando ese
tiempo, dedicado “a la nada”, porque eso es la meditación para mí, hacer nada,
no pensar, solo ser.
Los objetivos que quería conseguir eran, por un lado, mantener la
serenidad ante cualquier situación y, por otro, no sentir el miedo o la
ansiedad que se apoderaban de mí cada vez que sonaba el teléfono, a altas horas
de la madrugada, para informarme de algún problema grave, que era siempre la
razón de la comunicación.
Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones. En ese entonces, no
recuerdo si ya se denominaba, solamente, Telefónica o seguía siendo Compañía
Telefónica Nacional de España, y yo era el responsable de la instalación,
mantenimiento y funcionamiento de las líneas telefónicas de la mitad de una
provincia. Era un trabajo apasionante y muy estresante, que se agravaba los
días en que la naturaleza nos regalaba una tormenta con una buena cantidad de
rayos. Cada rayo podía llevarse por delante un buen número de líneas
telefónicas, por lo que durante todo mi tiempo de trabajo activo no pude
disfrutar de la belleza de las tormentas o de un buen chaparrón, ya que, para
mí, eran como un castigo enviado por Dios que, además de trastocar mi tiempo,
iba a mandar a mi provincia a la cola del ranking nacional en la calidad del
servicio.
Pasé de 10 a 20 minutos de meditación y, de una vez al día a dos veces.
Y se fue incrementando hasta el día de hoy, 30 años después, que medito entre 3
y 6 horas diarias. Es cierto que mi nueva ocupación lo requiere, ya que me he
convertido en sanador espiritual y la sanación se realiza a través de mi
meditación. Por eso, no parece que tenga mucho mérito tantas horas de
meditación.
Para mí la meditación es tan necesaria como la comida para el hambriento
o el agua para el sediento. Es la ventilación que necesita mi mente para agitar
y esparcir los pensamientos que se encuentran en una apelotonada espera para
bajar a expresarse a mi cerebro y deja mi mente, tan limpia, como queda el ambiente
después de una de esas tormentas que antes tanto me mortificaban.
Si, ya sé que me he enrollado. Mañana seguiré.
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